Capítulo 42

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DANIEL LEÓN

—Me urge hablar con usted —me dice el tipo. Tiene un gesto trastornado e inseguro.

—Estoy ocupado ahora, ¿quién te ha dejado pasar? Pide tu cita como todos los demás.

—No vengo por asuntos personales, señor, y si he venido a buscarle es porque se trata de algo que no puede retrasarse. Cada minuto perdido es un minuto en el que nuestras propias vidas corren riesgos, me temo que estamos perdiendo varios justo ahora con esta conversación. Es una emergencia.

No me gusta nada la expresión que demuestra. Por mi experiencia sé que solo podría tratarse de pésimas noticias. Decido concederle el tiempo que me pide.

—Pero que sea breve. —Le condiciono—. Damara, por favor discúlpanos. Espera afuera, pero no te alejes, te haré pasar en unos momentos.

Mi diosa se muestra inconforme y aun así no se queja. Nos da el espacio requerido saliendo al corredor, yo cierro la puerta del despacho.

—Tienes dos minutos.

—Señor, gran Zethee... —Épreci parece querer tomar valor para alguna cosa.

—Habla.

—Hay un sivreugmo entre nosotros —confiesa con miedo, está sudando.

—¿Qué? —Entorno mis ojos.

—Hay un sivreugmo... y... —Pasa saliva—. Y es esa mujer. La vampira que está ahí afuera tras esa puerta.

—¡Imposible! —refuto incrédulo.

—Los resultados son determinantes. —Me tiende una carpeta con papeles—. Se le hicieron los exámenes pertinentes tras su registro. Yo mismo lo he descubierto, no hay ninguna duda, señor.

Recibo los documentos. Cuando alguien se registra, entre otras cosas se le hacen pruebas de sangre. Los vampiros no somos más que humanos padeciendo una condición que muta nuestro organismo. Ya que el vampirismo es en sí una enfermedad, es fácil entender que los genes se malforman aún más durante la evolución derivando en otras alteraciones, incluso algunas peligrosas.

Antiguamente existió una condición en la sangre que los vampiros de época nombraron como sivreugma, y aquellos quienes solían sufrirlo eran inmediatamente asesinados. El motivo, fue debido a que sus portadores perdían la consciencia durante un ataque de ira, y las bestias asesinas en que se convertían no podían contenerse. Eran capaces de arrasar con pueblos enteros usando como arma la nada. Una guillotina impalpable e invisible que se movía a voluntad del sivreugmo para cercenar a decenas con un solo pensamiento. Culturas místicas humanas lo habrían llamado pobremente como telequinesis.

Esa es la causa por la que el hombre frente a mí está aterrado. Convencido de tener la razón, ha venido a denunciar a Damara para que la ejecute.

Leo el informe.

Leo y releo una y otra vez.

Estudio con toda mi atención, paso a paso, los análisis realizados a las muestras que se tomaron de su sangre. No hay dudas de que es verídico.

Un pensamiento se me cruza, encajándolo todo y resolviendo viejos enigmas.

La noche en que Damara hizo lo que hizo para merecer mi castigo, asesinó de un modo muy peculiar.

—No son cuerpos secos —me dijo Ejos entonces—. Ni siquiera tienen mordidas... pero... Están mutilados. Algunos decapitados, incluso. Pero los signos en los cuerpos no son los que dejaría un vampiro normal en un cercenamiento. Honestamente no puedo adivinar la forma de matanza. La manera en que están cortados... Es rara. Ningún cuerpo quedó como debería cuando, ya sabes, lo quiebras.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora