Capítulo 2

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DANIEL LEÓN

La pausa resulta provechosa pero breve. Liderar a los vampiros no es simple, debo ocuparme de tantos asuntos como los hay de problemas, y aunque nunca haya espacio para más, algunas eventualidades inesperadas terminan por obligarme a hacer a un lado todo.

—¡Daniel! —llaman en la entrada de mis aposentos, golpeando la puerta con los nudillos repetitivamente—. ¡Daniel! ¡Daniel, por favor abre!

Acostado entre mis flores, estas se incorporan para dejarme salir de la cama. Por regla, aquí nadie me interrumpe, pero reconozco la voz que se cuela apagada a través de los corredores que preceden a mi habitación y me preocupa el empeño que mantiene.

—¡Daniel, ha pasado una desgracia!

Me amarro una toalla y dedico una seña a mis hembras, empiezan a vestirse haciendo sonidos de queja que apenas se oyen. Las dejo, cruzando las cámaras que me separan de la puerta metálica que se caerá si no atiendo a quien me busca.

—¡Daniel!

Mi nombre se desvanece en los labios de la mujer que recibo. Sus ojos, mezclando un bello color entre verdes y grises, me miran con angustia dolorosa.

—¡Diego salió como loco! —revela intranquila—. Algo le hicieron a su hermana ¡a estas horas ya podría estar muerta!

—¿Se fue a Londres? —Frunzo el ceño, canalizando la información.

—Sí, Athir lo llamó por teléfono, estaba desesperada. Daniel, lo que haya sido, fue muy grave, vendrás, ¿verdad? Vine a buscarte directamente.

El suspiro esperanzado que reprime no es algo a lo que yo pueda decirle no.

Elizabeth, hija de Itrandzar Voohkert, el anterior Zethee y quien me cediera el trono. Es una preciosa y dulce vampiresa de cabello bronce con la que compartí mi niñez. Un tesoro que mi esbirro y yo tenemos en común, para mí una hermana, para él su esposa.

Entiendo que no hay tiempo para más preguntas. Apoyado en mis talentos naturales, me preparo con la rapidez propia de los demonios. No puedo irme oliendo a sexo, así que me baño en segundos y acompaño a Elizabeth, quien se mueve con la misma velocidad sobrehumana que yo.

Conocí a Diego siendo un hombre humano, le propuse unirse a los vampiros dados sus especiales talentos para matar, entonces él era un asesino a sueldo. Su desempeño lo hizo un colaborador valioso. Su sentido de pertenencia lo hizo mi amigo. Desposarse con Eli lo hizo mi hermano. En nuestra sociedad, el apellido de mejor estatus social es el que prevalece para representar a un matrimonio. Cuando Diego y Elizabeth se casaron, conservaron el apellido de mi amiga amada por esta razón, la pequeña hermana humana de él, a quien mantiene oculta hasta tanto se convierta, al ser familiar inmediato ha heredado el Voohkert.

Una de las condiciones que Diego me impuso para aceptar trabajar, fue incluir a la niña en nuestra sociedad cuando alcanzara una edad propia. Para ella él ha sido como un padre, velando por su bienestar, entrenándola a su modo, enseñándole la cultura vampírica y, sobre todo, cubriendo los gastos que genera. Así, Marie Damara ha crecido en Londres bajo la supervisión de una nodriza. Pensar en ella, para mí es visualizar papeles. Facturas, letras de cambio, renovaciones de convenios, pagarés. El sitio donde vive no es parte de mi capital personal sino de Montemagno. Administrada por el rey que se siente en el trono. Nadie fuera de la realeza puede ser atendido por esclavas, pero hice la excepción que favorecía a mi amigo para que todo fluyera más fácil. De esta forma, Damara, como él decidió llamarle, ha sido cuidada por esta mujer en esclavitud de nombre Athir.

—La nana no supo explicar bien lo que pasó, estaba demasiado nerviosa —me dice Elizabeth—. Avisó que Damara estaba muy malherida, gritaba de miedo, desesperada de que se le fuera a morir en los brazos.

A pesar de ser una vampira, Athir nunca fue entrenada para nada. Fue convertida con el propósito de servir. Mi decisión de haberla elegido como nodriza de la niña no fue personal. Pudo haber sido cualquier otra, y aun así parece haber hecho un buen trabajo. Sé que Diego cela ese amor porque ella ama a Damara como la madre que nunca fue.

Mi amiga y yo partimos a Inglaterra. Mi palacio está en lo que solo entre los vampiros es conocido como "Montemagno", un territorio ubicado en los bosques europeos. Es donde celebramos fiestas, ferias y festivales. Tenemos tribunales, cárcel, biblioteca, hasta hotel. Las instalaciones de nuestro ejército y otros grupos paramilitares al servicio de mi trono también tienen su base aquí.

Todo vampiro está obligado a empadronarse en los registros de Montemagno durante los primeros días de su conversión, donde a través de un trámite documentario y una exploración clínica simple, conocemos lo necesario del nuevo individuo. Este, además, queda con la responsabilidad del pago de impuestos, a cambio de beneficios comunes que reciben todos los miembros de la sociedad zansvrika.

Los vampiros nos reconocemos a nosotros mismos como zansvrikos. Todas las culturas nos han dado un nombre, Upyr en Ucrania, Vrolok en Eslovenia, Vampyrus al latín. En nuestro idioma propio, la palabra es compuesta, traducción literal para lo que somos: Zans, sangre; vriko, criatura. Algunas civilizaciones humanas han derivado sus sinónimos de nuestra propia denominación, como en Grecia, que nos llaman Vrykolakas.

Cuando llegamos a la dirección que buscábamos en la capital de Inglaterra, detecto que esta casa, otrora Abybozo, expide una sinfonía de olores que me sacuden incluso antes de entrar. Destacan dos efluvios: el vampírico, que debería ser más fuerte, es la mezcla de piel viva y sangre cuajada. La casa no está sola, pero hubo o hay cadáveres frescos, así que pienso lo peor. Temo incluso por mi amiga, ya que, si encontramos que su esposo ha sido asesinado, podría morirse ella también. Sin embargo, es el segundo aroma el que más perturba, un perfume que amortigua el de todo lo demás y que se me hace tan endemoniadamente apetitoso, me nubla los sentidos un momento.

Estoy a punto de frenar a Elizabeth para pedirle que me deje entrar primero a mí solo, pero la puerta se abre y Diego nos recibe casi en estado de shock.

—¿Qué pasó? —Ella se tira contra él.

Él le corresponde, pero es a mí a quien mira, no oculta la tortura que lo hunde.

—Tienes que ayudarme —me pide acariciando la cabeza de Eli, quien ya se separa para dejarlo hablar—. Mi hermana está agonizando, Daniel, ¡te lo suplico!

Hay una razón por la que deposita sus esperanzas en mí. No practico medicina, ni tengo vocación, pero estoy preparado para asistir conversiones de alto riesgo. El cambio de sangre, ese extraordinario y maldito proceso que nos separa de la naturaleza humana, tan misterioso, tan mortífero. Mi hija Ellie era una adolescente muy joven cuando le sobrevino, no lo resistió. No sé si yo llegue a formar descendencia en el futuro, pero en caso de que así sea, juro que la muerte no me la va a volver a ganar. Antes ya puse la salud de mi propia hija en otras manos, no cometeré el mismo error dos veces.

—Vamos.

Le palmeo el hombro al pasar. No necesita guiarme hasta la niña herida porque mis sentidos me llevan. Entiendo el dolor de Diego y se lo respeto, pero no puedo dejar de disfrutar el olor a sangre humana que empapa el ambiente. Salvo casos específicos, los vampiros no perdemos el control ante la sed. Ahora mismo no me siento necesitado, ni voy a desquiciarme porque no soy un animal, pero si un adicto respira de una botella del mejor whisky, fantasear con el sabor es algo que se genera en la mente por sí solo.

La habitación en que entro está hecha una mugre. Ropa tirada en el suelo junto a paquetes de golosinas, migas, libros. Hay tantas cosas apiladas que me exaspera. Soy un maníaco del orden, ver esto me trastorna. Athir, de pie junto a la cama, me da una mirada con la que comparte la angustia de mi amigo, pero yo me concentro en la niña... que más bien es una mujer.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora