Capítulo 37

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DANIEL LEÓN

Me dedica una mirada antipática y se me ocurre que se debe estar odiando por haberme considerado para follar. Tal como aquella noche en su casa, sigue de largo frente a mí y yo honro el déjà vu inducido volviendo a mirarle el trasero. Sé que juego con un fuego peligroso.

Damara se posiciona en uno de los pilares que están rodeados de agua. Yo me dejo ir también y busco mi propio rincón en el mismo. Mientras que ella lleva su cuchillo a la altura de su cuello en adelanto a la defensa, yo me entretengo estudiando por dónde la atacaré para volver a tumbarla, se arrepentirá de su desafío infantil. No voy a frotarme en su cuerpo ni a tocarla en lugares impropios, solo quiero sentirla cerca.

Me lanzo hacia ella con el movimiento decidido, se supone que debe arremeter, pero se distrae, cuando me doy cuenta de que no se moverá o que lo hará muy tarde, apenas si alcanzo a girar mi muñeca para que mi daga no la degollé. La rasguño sin intención. Un precio insignificante tomando en cuenta que pude haberla matado. Retrocede insegura. Sus talones chocan por la indecisión con la que se mueve, y yo aprovecho eso para cortar el aire entre los dos y obligarla a reaccionar. Ella debería detener mi cuchillo con el suyo, sin embargo, arquea su cuerpo para evitarme y patina, cayendo al suelo del pilar. Suelta un chillido cuando se golpea el codo durante el porrazo, no sé lo que intenta, aun así se envuelve el brazo y su movimiento torpe la hace caer al agua.

Resoplo dando una negativa, ahora la miro dar pataletas en el pozo, ¿por qué hace eso?

—¿Estás jugando? —pregunto.

No. La forma en que se agita es auténtica, no sabe nadar.

Maldita sea.

Me lanzo sin pensarlo. Sé que incluso mis pensamientos son más lentos que mi cuerpo porque me muevo como un rayo, pero de repente tengo el tiempo suficiente para imaginar que sus pulmones se llenan de agua y le quitan la vida. La sensación de pérdida que siento es insoportable. Tanto, que la rechazo, me niego a aceptar la sola sugerencia.

El alivio inmediato que me dan sus brazos al enroscarse en mi cuello son la tranquilizante prueba de que está bien.

Nado con ella hacia la orilla. Poco antes de llegar me detengo. Puedo suspenderla para sacarla del agua, pero lo evito porque quiero sentirla, no de modo sexual, sino más bien protector. La abrazaría si tuviera el derecho solo para convencerme así de que no la he perdido, de que no la perderé. Ella tose y tiembla, demostrando una fragilidad inquietante que me deja saber algo perturbador: quiero cuidarla.

Pero entonces su mano libre se apoya en mi pecho, y el solo roce es suficiente para transformar la naturaleza completa y radical de todos mis pensamientos.

Damara está cerca de mí. Empapada. Sus pezones se le marcan contra el camisón, y el tamaño de sus tetas sobresale en el agua. Huele demasiado bien. Mi polla se hincha. Extiendo mis brazos hasta alcanzar las rocas del borde, encerrando a Damara entre ellas. Le miro los labios. Me arde la boca con unas malditas y desquiciadas ganas de comérmela, de hacerla toda mía justo aquí. Las piedras se trizan por la fuerza de mis manos porque estoy demasiado tenso y ambos caemos un poco por la fuerza de gravedad. El movimiento acerca sus tetas a mi pecho, bajo la vista para mirárselas. Sus pezones ahora muy erectos me están rozando. Es más de lo que soporto.

Totalmente frustrado, la suspendo.

—¡Vete! —demando—. La noche terminó.

No puedo con esto. Debe salir de mi presencia ahora o no me controlaré. Salgo del agua y camino a grandes zancadas. La furia de no poder tenerla me ciega.

Escucho cómo camina con paso firme hacia mí.

—¡¡Por qué tienes que ser así!! —grita a mis espaldas, sin embargo, pronto me bordea para enfrentarme.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora