Capítulo 35

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DAMARA VOOHKERT

Daniel se abre unos cuantos botones de la camisa que seguidamente arremanga. Puedo ver los bordes de algunos tatuajes por medio de la abertura. ¿A qué se refiere con lo que dijo? Me imagino cualquier cosa, en especial si se desviste.

—Detrás de esta puerta. —Señala tras de sí—. Tengo a Dieter Schneeberger. Hasta hace pocas horas era el director de una de las cámaras de recaudación de impuestos, gran porcentaje de lo recaudado desapareció.

Enarca una ceja al tiempo en el que su rostro se transfigura en una expresión perversa, puedo ver sus colmillos, la malignidad le domina las facciones, haciéndome temer. Una sensación que me desenfoca por un momento de la vergüenza íntima por haber interpretado algo diferente.

—Lo que haré será interrogarlo para que suelte la ubicación del dinero —dice—. Tú entrarás conmigo porque empezarás a acompañarme a donde quiera que yo vaya.

Levantándose, con una seña me ordena seguirlo.

El nuevo salón resulta discrepar completamente con el despacho elegante que dejamos. Sus paredes están manchadas no solo de sangre sino de alguna grasa oscura, tiene un olor fétido. Cuatro vampiros de uniforme oscuro custodian a otro que ha sido previamente golpeado. Su rostro hinchado apenas si le permite abrir del todo sus ojos, los cuales parecen más bien un par de ciruelas, está roto por varias partes, por lo que la sangre le mana, permanece de rodillas y amarrado con los brazos tras de sí, pero a pesar de sus heridas no se muestra débil. El Zethee camina en torno a él, observándole antes de acuclillarse a su frente.

—Me han dicho que tu declaración deja mucho que desear —expone, apacible—. Me agradas, Dieter, pensé que éramos amigos y te creía inteligente. —Concentra su vista en sus propios anillos, acariciándolos. Yo doy un par de pasos atrás, pero sin apoyarme en la pared—. Lo único que quiero es la plata, nada más. —Vuelve a él con aire despreocupado.

—Daniel —vacila suplicante—. No la tengo.

—¿Me dirás eso a mí?

Como poseído por un demonio, se va sobre el hombre, sujetándolo contra la pared.

—¿Necesitas que te ayude a encontrar las bolas para admitirlo?

Acto seguido e inmediato, clava y saca con rapidez la mano entera en el estómago del vampiro. Habiendo cortado la piel con el filo de sus uñas, hacer esto no le supone ningún problema. Me estremezco ante lo crudo de la escena. En el segundo subsiguiente y mientras el herido profiere un aullido, Daniel con sus ropas blancas ya manchadas le empuja al piso, donde le da varios puntapiés, quebrándole los huesos de las piernas, brazos y costillas. El vampiro pronto vomita sangre, casi ahogándose con ella a la vez que el Zethee vuelve a sostenerle por el cuello de su camisa.

—Tengo algo para ti —canturrea con voz fría—. Estoy esperando que llegue. Dime dónde está la plata y no pasará nada, te doy mi palabra. Pero si no colaboras, me obligarás a hacer algo que no quiero.

Arrastrándolo, lo lleva junto a una enorme caja de hierro indescriptiblemente inmunda, mas cuando el Zethee levanta la tapa, la peor de las podredumbres sale de ella. Por el olor y la consistencia pastosa de su contenido, entiendo que es un depósito de excretas. Me llevo ambas manos a la nariz y la boca casi sin soportar las náuseas, Daniel toma al vampiro de los hombros, sumergiéndolo cabeza abajo dentro de la inmundicia hasta la mitad de su cuerpo.

Dando patadas al aire, el desesperado se agita. Creo que lo ahogará, pues lo dejó largo tiempo dentro, pero apartándolo a tiempo apenas si lo deja respirar por tres o cuatro segundos antes de volverlo a zambullir, y a cada cesación el vampiro vomita. La pestilencia es insoportable y la visión demasiado asquerosa, cada que consigue alzar su cara yo puedo ver en ella residuos de suciedad y solo después de unas quince repeticiones lo separa por completo. Tirándolo con rudeza sobre una silla, el hombre respira profundo mientras que de su pelo chorrea la crema acuosa que continúa empapándole el rostro.

Éxtasis CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora