NATALIA
Madrid, un año después.
Cogí la botella de agua y le di un par de tragos. Estaba sedienta. Desde que había endurecido mi rutina diaria de ejercicios todo parecía ir mejor. Todo parecía haber vuelto a su sobria normalidad, a la misma que no debí haber abandonado jamás. Volví a dejar la botella sobre la mesa y continué. Llevaba una hora y veinte minutos y todavía me quedaban por delante otros cuarenta. No podía retrasarme ni un segundo. Ya sabía lo que pasaba cuando sobrepasaba mis límites autoimpuestos. Lo había comprobado no una, sino dos veces. Y no iba a suceder una tercera. Si antes lo calculaba todo al milímetro y no contemplaba ni un mínimo margen de error; ahora, esa meticulosidad era aún mayor.
Me situé en el banco dispuesta a hacer varias series de pesas. Antes de empezar, respiré profundamente para recuperar el aliento que me había dejado en el sprint final de la carrera en la cinta.
–Conocerte ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida.
Un ejercicio hecho y su nombre grabado a fuego en cada palabra que mi mente reproducía. En momentos como este, odiaba profundamente a mi memoria.
–No pienso dejar escapar a la tía que ha soltado un discurso absolutamente adulador sobre mí.
Terminé con las pesas y me levanté de un salto. Agité la cabeza de un lado a otro como si así pudiera dejarla totalmente en blanco. No fue ninguna sorpresa que no funcionara. Normalmente lo hacía, pero ese día, ese día en concreto... Ese día era especial.
–Volverte loquita por mis huesos, mi teniente –ocho, nueve, diez. Solo me quedaban noventa sentadillas. Quizás debería plantearme añadir unas cuantas más a la rutina. Cuanto más cansada me dejara el ejercicio, más sencillo me debería resultar quedarme dormida. Supuestamente. Aumenté el ritmo con el que hacía las repeticiones. Ese día no soportaba a la voz de mi cabeza repitiendo sus frases como si estuviera aquí, con su mismo tono, con su sonrisa diminuta, con su todo siendo ella.
Imaginar las noches que se habría quedado a dormir para acabar uniéndose a mí en esta rutina a la mañana siguiente me llevaba al primer día que entró en mi antiguo loft y pringó con sangre toda la alfombra por torpe. Quizás ahora habría sucedido algo similar y yo habría hecho a un lado mi rutina sin dudarlo ni un solo segundo y estaría limpiándole con delicadeza la nariz y diciéndole que se estuviera quieta. Mientras tanto, Alba me recordaría que ya no me daba asco acercarme a ella estando así. O quizás simplemente se habría levantado más tarde y estaría sentada en el sofá, con las piernas cruzadas y una taza de café entre las manos observándome y distrayéndome, sacando la lengua para hacerme reír o mordiéndose el labio durante mis ejercicios de pesas.
–Me conformo con que me quieras un poquito –solo me quedaban la recta final. Cien flexiones y terminaría con el ejercicio especialmente insufrible aquel día. Podía soportarlo unos minutos más.
–Por lo bajito –no pude evitar responder al recuerdo, era superior a mis fuerzas. Y es que siempre que el querer la acompañaba, era irresistible no devolverle el pensamiento como si la tuviera delante y se lo dijera a la cara antes de besarla y que ella añadiera la coletilla sobre mis labios.
–Por donde no cubre –una frase que no saldría de sus labios nunca más.
Ya era suficiente. Cogí la botella de agua, me la acabé del tirón arriesgándome a que me sentara mal y me fui a la ducha. Esperaba que el agua caliente, aparte de desentumecerme los músculos, lograra mantenerla a raya. Hoy estaba demasiado presente y quemaba.
Ardía la cabeza pensándola. Ardían los labios ansiándola. Ardía el corazón anhelándola. Ardían los sentidos buscando el suave contacto de su piel, su perfume, su silueta entre la gente, su sabor o el arrullo de su voz. Por arder, me ardían hasta las pestañas echando de menos rozar el refugio de su cuello.
Salí de mi nuevo piso, que ya era el tercero en el que vivía en el último año, y me dirigí a la oficina. Una vez allí, saludé a los miembros de mi equipo que me crucé por el camino aunque sin pararme a hablar con ninguno de ellos. Me metí en el despacho dispuesta a pasar una mañana más buscando un cabo suelto del que tirar y que me permitiera cerrar –por fin– el peor caso de mi vida.
–Buenos días, Natalia –Noemí dio un par de toques en la puerta y entró sin esperar respuesta.
–Buenos días, mi Comandante.
–¿Cuál es el plan para hoy?
–Revisar unos informes. Luego, iré a visitar a Santi.
–Vale, ¿alguna novedad?
–Ninguna. De momento no he conseguido que hable. Seguiré intentándolo hasta que se canse y lo haga.
–Tampoco tienes la seguridad de que esté involucrado –me recordó.
–Estoy segura de que es él.
–En ese caso, mantenme informada –noté cierta resignación e impotencia en su voz.
–A sus órdenes, mi Comandante.
–Una última cosa, Lacunza –estaba a punto de salir de mi despacho cuando se giró y me escrutó con la mirada más dura que le había visto en lo que iba de año–. Recuerda lo que hemos hablado –asentí endureciendo yo también mi expresión y se marchó.
–Recuerda lo que hemos hablado –repetí en un susurro y bufé.
Estaba cansada de que quisieran meterse en mi vida, en mis decisiones, en mis problemas. Todo eso era asunto mío y de nadie más, no pintaban nada. Y, sin embargo, había tenido que ceder para mantener ciertas concesiones. Como vaciar mi escritorio de informes y casos inútiles que podían resolver otros. Como tener más tiempo para dedicarle a investigar este caso; caso que no era caso porque no teníamos certeza de absolutamente nada. O como poder incluso sentarme en el sillón a dejar vagar la mirada por la ventana y deambular entre ciertos momentos que mi mente atesoraba como oro en paño.
Noemí y las chicas llevaban meses tratando de hablar conmigo para que trajera de vuelta a la Natalia de hace un año. O incluso a la Natalia de antes de Alba. Esa Natalia escrupulosa, distante y fría. Esa Natalia con sus manías. Esa Natalia a la que tanto quisieron quitarle sus mil capas y con la que nunca pudieron; hasta que llegó Alba y prácticamente era ella misma quien se las quitaba. Si bien es cierto que le costó dar ese paso, después se desprendió de ellas con cuidado de no romperlas porque eran más frágiles que las alas de una mariposa; pero lo hizo y eso era lo importante, su predisposición tras la lucha interna. Echaban de menos a esa Natalia y la echaban de menos porque la versión que ahora tenían delante era mucho más extrema.
–Te estás consumiendo, Natalia –me dijo Julia una tarde.
Y tenía razón. No estaba ciega y lo veía con claridad. El problema radicaba en que ser consciente no venía de la mano de querer cambiarlo. Yo solo quería una cosa en el mundo –a una persona, más bien– y, si no la tenía, todo lo demás no importaba. Y todo lo demás me incluía a mí.
Era conocedora de lo que me estaba sucediendo. De hecho, yo misma era la precursora de mi cambio. Un año atrás recogí todas y cada una de las capas de las que había logrado deshacerme a base de esfuerzo y me las puse de nuevo. Las cosí con un hilo irrompible creado a partir del dolor y el miedo y me prometí no volver a quitármelas jamás. Desde ese día, no solo aumenté en duración e intensidad mis rutinas de ejercicios, también reduje las horas que dormía pues pocas eran las noches en las que lograba conciliar el sueño. Comía lo justo y necesario para no caerme redonda al suelo. Y mis escrúpulos se dispararon y alcanzaron niveles estratosféricos. Todo ello se notaba: estaba más delgada, las ojeras se extendían por mi cara a sus anchas y tenía las manos resecas de tanto usar el gel. Y, por si todavía fuera poco, no soportaba que nadie –ni siquiera conocido– se acercara a menos de dos metros. La única que había logrado traspasar esa barrera desmesurada fue Julia, la persona que llevaba años siendo mi más fiel confidente, mi ancla a una tierra inestable y el flotador que me impedía hundirme en las noches en que la lluvia no caía precisamente del cielo.
«Recuerda lo que hemos hablado». La dichosa conversación había puesto en riesgo esas pequeñas concesiones. Para mantenerlas, tenía que traer a Natalia de vuelta, aunque fuera a la de antes de Alba. Hacerlo podía parecer un proceso sencillo, una nimiedad que no era para tanto. Lo cierto era que sí era para tanto, que sí era difícil y que no quería. Porque así me protegía pero sobre todo protegía a los demás. Prefería marcar distancias e incluso echar de mi vida a cualquier persona que se acercara con intenciones que fueran más allá de lo estrictamente profesional o cordial a perder a una sola persona más. Y si para ello debía formar en la gente una imagen que no se correspondía con la verdad, lo haría.
El runrún no me permitía centrarme en los informes y estaba perdiendo un tiempo muy valioso. Decidí salir a tomar el aire y visitar a Santi. Ya seguiría con los montones de papeleo más tarde.
Estaba esperando en la sala de visitas a que lo trajeran. Maldije la conversación con Noemí porque debido a ella me encontraba más nerviosa que de costumbre. En los escasos cinco minutos que llevaba en el edificio había gastado uno de los dos pequeños botes de gel que siempre llevaba conmigo.
Cuando por fin entró en la austera sala, se repantigó en la silla de enfrente y sonrió con chulería.
–Hola, Santi –saludé lo más calmada que pude.
–Hola... hermanita –escupió la última palabra con asco–. ¿Hoy también te apetecía perder el tiempo?
Pese a que me miró con suficiencia como solía hacer, detecté algo más en sus ojos. Había burla y odio, aburrimiento por tenerme una semana más frente a él, y fuerza. Una mezcla poderosa, la que llevaba observando todo un año y la que tanto me sacaba de quicio. Pero esta vez había un matiz, una pequeña diferencia, una especie de sombra abalanzándose sobre todos esos rasgos. La identifiqué como cansancio, un pequeño apagón, un brillo tenue en comparación con las veces anteriores. Presentía que por una vez iba a ser yo quien llevara las riendas de la conversación. Con un poco de suerte incluso vi factible conseguir algún dato útil.
–¿Te gustó tu último regalito?
–¿Cómo lo sabes?
–¿No lo sospechabas ya? ¿No llevas un año intentando que te diga que he sido yo todo este tiempo? ¿Que cada cosa que te ocurría era gracias a mí? ¿Que he estado detrás de absolutamente todos los detalles por insignificantes que fueran?
–¿Por qué ahora? –pregunté y apreté la mandíbula, reprimiendo las ganas de saltar sobre él y descargar todo el daño que me había hecho y seguía haciéndome. Había ignorado mis preguntas en todas las visitas. No tenía sentido que lo admitiera todo con tanta soltura justo ahora.
–Hoy me siento generoso. No podía dejar que mi hermanita del alma se fuera de su visita con las manos vacías como siempre.
–¿Quién es? ¿Cómo se llama? Tienes que parar esto de una vez.
–Frena, frena, tan generoso no soy. No voy a darte nombres, solo algo de información.
–Está bien. Dime –no podía presionarlo antes de que hablara, me estaría arriesgando a que decidiera no soltar prenda y necesitaba algo más, una pista diminuta aunque fuera. Que me confirmara que las órdenes provenían de él no era una sorpresa, la sorpresa era que lo confirmara después de un año sin contestar. Ahora necesitaba un nombre, una dirección, la pieza que me ayudara a localizar a la persona que cumplía con lo que pedía.
–¿Recuerdas el cascote que le cayó a tu querida novia?
–¿Qué... Qué quieres decir con eso?
–¿No te haces una ligera idea?
Boqueé. Me resultaba imposible articular palabra. El pitido agudo en los oídos era insoportable. Mecánicamente, vertí una gran cantidad de gel en mis manos y las froté con intensidad. La respiración se me aceleró y noté las palpitaciones en el pecho como si una manada de elefantes lo estuviera atravesando una y otra vez.
–Vaya –continuó–, así que estabas convencida de que todo había sido un desafortunado accidente. ¿En serio nunca pensaste que podía estar relacionado con el comienzo de los regalitos? A decir verdad fue el primero. Un regalo descomunal, a lo grande, insuperable. Después de ese, los demás te habrán parecido simples, tonterías que te recuerdan mi existencia, ¿verdad? –hizo una pausa esperando una respuesta que no llegó–. ¿Qué se siente cuando te arrebatan a tu familia? Me pareció justo que supieras lo que significa, ¿a ti no? Tú me quitaste a la mía, yo te he quitado a la tuya. Una por otra.
–Yo también perdí a mi familia el mismo día que tú, Santi, entiéndelo de una maldita vez. No puedes ir pagando tu dolor con los demás, ¡joder! –di un puñetazo en la mesa. El sonido retumbó en toda la estancia alertando a los policías que vigilaban. Se relajaron al ver que mi arrebato no iba a más. Había estado a punto de perder los nervios–. ¿Quién es? –insistí.
–Eso lo tendrás que averiguar tú. De mí no vas a conseguir nada más, ni información ni regalos. Eres muy aburrida y ya no tiene gracia –llamó al guardia para dar por finalizada la reunión–. Te agradecería que no volvieras, hermanita.
Regalos era el nombre que le daba a los avisos en los que me recordaba que estaba en sus manos, que podía encontrarme y matarme en cualquier momento. O peor aún, hacerle daño a la gente que tenía alrededor. Por eso no debía establecer lazos emocionales con nadie, era la única manera que tenía de proteger a los demás.
Quienquiera que fuera su cómplice entró en el loft e hizo pedazos algunas de las fotos que tenía con Alba. Una hora después de descubrir aquello, me encontraba deshecha en lágrimas en casa de Julia, con una caja de recuerdos que le supliqué que guardara porque conmigo ni un trozo de papel estaba a salvo.
Me mudé porque en ese lugar ya no estaba segura y me volvió a encontrar. Lo supe cuando una mañana desperté con varias instantáneas mías de esa misma madrugada. No me percaté de que entró, tampoco de su cercanía. Quizás hasta me había llegado a rozar buscando el ángulo de disparo perfecto. Lancé las fotografías al suelo, golpeé el edredón y me abracé los brazos tratando de aplacar el temblor.
Y volví a cambiar de piso. De eso hacía tres meses y no había vuelto a ocurrir nada más –que yo supiera–. Aun así, tenía la certeza de que sabía dónde me encontraba.
De camino a la oficina, paré en un parque a serenarme. Llegar al trabajo tan alterada como estaba era impensable, sobre todo después de la charla con Noemí. Si me veía así, iba a presionarme más todavía para que lo dejara, para que buscara ayuda o para lo que sea que considerase oportuno. Y no podía hacerlo, no después de saber que la muerte de Alba no fue casual.
Había ido a ver a Santi para tratar de dar con su cómplice, la persona que llevaba un año dejando claro que aunque él estuviera encerrado, nadie a mi alrededor estaba a salvo. ¿Y cómo volvía? Con un nuevo golpe, el del no accidente de Alba. Rendirme no era una opción, ahora menos que nunca. Solo encajando las piezas del rompecabezas me daría la oportunidad de conseguir algo de paz.
Un año atrás, dos semanas después de la detención de Santi, todo estaba en orden, al menos todo lo en orden que podía estar algo tras varios asesinatos. Mi hermano confesó y el papeleo estaba hecho. Para la unidad, ya había terminado.
Alba y yo estábamos en el despacho de Noemí. Tras unos meses realmente extenuantes para todo el equipo, habíamos decidido pedir unos días de permiso para desconectar y deshacernos de toda la tensión acumulada.
–Natalia, quédate un momento, por favor.
–Te espero fuera –Alba nos dejó a solas. Tomé asiento de nuevo.
–Ya veo que al final no te ha resultado tan desagradable tener a una novata en el equipo –dejó caer.
–Tenías razón, es muy buena en su trabajo. Si no hubiera sido por ella, no creo que hubiéramos encontrado las pistas.
–Por lo que veo, no es buena solamente en eso. Parece que también ha sabido quitarle la armadura a Lacunza.
–Ya, sí. Ha sido difícil, al principio pensaba que terminaríamos matándonos y mira dónde estamos ahora.
–Me alegro mucho por vosotras, Natalia. Se ve que os hacéis bien.
–Gracias, mi Comandante. Estoy muy contenta.
Salí de allí con una sonrisa enorme. Negué con la cabeza levemente recordando el primer día que la vi y las ganas que tuve de salir corriendo al ver semejante desastre de persona. Jamás habría imaginado que alguien como ella, tan opuesta a mí, fuera a ser a la vez tan afín.
–¿Todo bien?
–Solo quería regodearse en cómo hemos acabado –nos señalé alternativamente.
–Pero bueno, Pepe, no hemos empezado y ya quieres cortar conmigo, ¿qué modales son esos? ¡Sinvergüenza, que eres una sinvergüenza!
–¡Alba! –grité en un susurró para regañarla por levantar la voz y atraer todas las miradas de la oficina.
–Venga, vámonos. Te recuerdo que tenemos un viajecito que preparar –me dio un par de veces con el codo–. Eso ha sido un besazo. Como no estás preparada para que te los dé bien dados, lo hago así –sonreí como una tonta al ver el brillo de mis ojos reflejado en los suyos.
Íbamos hacia el loft dando un paseo. Estábamos de vacaciones y no teníamos ninguna prisa. Me fijé en lo juntas que estábamos, con nuestros brazos rozándose y buscando el mismo contacto con nuestras manos. Llegábamos a enlazar los dedos unos segundos hasta que me abrumaba y los separaba. Respiraba hondo, sonreía, la miraba para ver que estaba bien con aquello y repetíamos la secuencia.
Pese a que era consciente de que aún me quedaba mucho camino por recorrer, estaba feliz por esos avances impensables meses atrás.
–Me gusta esto –le rocé el dorso la mano.
–Quién iba a decirnos que Maléfica algún día dejaría de querer matarme y se atrevería a tocarme.
–¡Oye! Me sacabas de mis casillas, ¿qué querías que hiciera?
–¿Yo? Nada, nada, si te compré así de gruñona, no pasa nada.
–No soy gruñona –me indigné a sabiendas de que tenía todos los motivos del mundo para pensarlo.
–¡Ni Alba ni Albo! ¡Qué insubordinación, qué poco respeto! ¡Eres Reche, y a partir de este momento, te llamaré así, y solo hablarás cuando yo me dirija a ti personalmente, y responderás solo cuando te hable por ese nombre, y no te vas a volver a acercar a mí de semejante manera! Te quiero al menos a dos metros de mí. ¡Está claro? –hizo referencia a uno de mis primeros comentarios desagradables hacia ella.
–¿Me estás diciendo que aparte de tu privilegiada memoria fotográfica también te acuerdas de comentarios literales?
–Me provocaste un trauma, Natalia. Esas cosas no las olvido.
–Qué rencorosa.
–En realidad, no. Es que ese comentario me puso.. No te haces una idea de cómo me puso, mi teniente –me deshizo la forma en la que paladeó la última palabra–. Ahora no me pones pegas si me acerco. Fíjate si has evolucionado que hasta me comes el c...
–¡ALBA! –su risa resonó en toda la calle.
–A ver si voy a tener que sentirme culpable por no hacerte chillar tanto cuando te como sk ndgs –le tapé la boca y miré alrededor escandalizada. ¿Cómo iba a gritar aquello rodeada de personas?
–¡Ay! –me mordió la mano y la retiré. Ella se alzó de puntillas para hablarme al oído.
–En casa no me regañas cuando te hago proposiciones poco decorosas, Lacunza. Quizás deberíamos darnos prisa por llegar y ver si así me dejas ofrecerte la carta, ¿no te parece?
–Joder. Vamos –empecé a andar–. Alba –me giré unos metros después para urgirle a que acelerara el paso–. ¿Alba? ¿Estás bien?
La vi llevarse una mano a la parte de atrás de la cabeza y mirar hacia arriba. Iba a imitar su gesto cuando vi un par de cascotes estaban en el suelo hechos añicos.
–Mierda. Alba –acorté la distancia y la guie hacia la parte cubierta del edificio–, ¿estás bien? ¿Te duele? ¿Me dejas mirar?
–Muchas preguntas, Nat.
–Venga, nena, soy yo la que se agobia con las preguntas, tú puedes con ellas. Quita la mano, por favor, déjame ver.
–Hay sangre, no quieres que quite la mano.
–Me da igual la sangre, Alba.
–Creo que necesito sentarme. Me estoy mareando.
No había ningún banco cerca y me senté en la repisa de un escaparate con ella sobre mis piernas. La aferré por la cintura con una mano y observé el lugar donde le había caído el cascote. No había demasiada sangre, parecía una herida superficial, por lo que supuse que el mareo se debía a la fuerza del golpe.
Con la mano que me quedaba libre, saqué el móvil del bolsillo y marqué el número de emergencias.
–Si esto hubiera ocurrido al principio, no me habrías tocado ni con un palo –bromeó cuando colgué.
–¿Sigues mareada?
Ya habían pasado unos minutos y los servicios médicos debían de estar por llegar. Me impacientaba que no se escuchara ninguna sirena a lo lejos todavía, sobre todo al ver que Alba iba perdiendo fuelle al hablar.
–Todo me da vueltas, veo un poco borroso –apretó los ojos varias veces–. Creo... creo que hab... Uf –resopló.
–No hagas esfuerzos, ¿vale?
Durante el tiempo que estuvimos allí esperando, la gente fue acercándose. Me agobiaban con esa cercanía extrema para obtener la información de primera mano. Más que personas preocupadas, se habían reunido a nuestro alrededor las más cotillas del barrio.
Cuando por fin llegamos al hospital, se la llevaron para hacerle pruebas. A mí me atosigaron a preguntas. Sí, han caído cascotes del edificio. No, no ha perdido la conciencia en ningún momento. Sí, estaba mareada y confundida. Sí, cada vez le costaba más hablar. Sí, tenía la vista borrosa.
Al principio, nos dijeron que había sido una conmoción cerebral leve. El cascote había caído desde una altura considerable, pero aparte de una pequeña brecha, no tenía nada. Se quedaría aquella noche en observación y, si todo iba bien, al día siguiente le darían el alta.
–En las primeras pruebas no aparecía el hematoma intracraneal –me informó el médico cuando fuimos a parar al hospital horas después de darle el alta porque se había quedado dormida al llegar a mi casa y después no hubo manera de hacerla reaccionar–. Había mucha presión en el cerebro y hemos tenido que operar de emergencia.
La operación –que debió hacerse antes– se complicó. No había función cerebral, lo que significaba que Alba estaba legalmente muerta. Un golpe desafortunado del destino, unas pruebas que no reflejaban la gravedad del traumatismo y una operación fallida. Una cadena de desgracias que nos llevó a tener que decidir si retirarle el respirador artificial o no. La decisión más dura a la que tuvimos que enfrentarnos su familia y yo. Aun rodeada de cables que la conectaban a un montón de máquinas, parecía dormir en calma. Su piel estaba tibia al tacto, su pecho subía y bajaba a un ritmo constante, su corazón latía. ¿Cómo íbamos a permitar que le retiraran la respiración artificial? ¿Y si reaccionaba? Pero no, aquello era imposible. No estaba en coma, estaba muerta y contra la muerte cualquier batalla estaba condenada al fracaso.
–Todo estaba relacionado –murmuré mientras me retiraba las lágrimas producidas por aquel recuerdo–. Alba había intentado decir algo antes de que llegara la ambulancia.
–Creo que hab...
Joder, cómo pude no haberme dado cuenta antes. Había alguien. Allí estaba la mano derecha de Santi. Me puse en pie y corrí hacia la central. Entré como alma que lleva el diablo y fui hasta el despacho de Noemí, sobresaltando a todo el mundo.
–No fue un accidente –abrí la puerta de golpe y solté aquella información.
–Lacunza, pasa y siéntate. No puedes entrar de esta forma.
–La muerte de Alba no fue un maldito accidente –repetí.
Le relaté la conversación con Santi y revelé los regalos que me habían estado llegando por su parte. Tuve que contarle parte de lo que estaba sucediendo porque no podía justificar de otra forma mis dos mudanzas, sobre todo al tener lugar en tan poco tiempo siendo yo una persona de rutinas inflexibles. ¿Por gusto? Imposible. ¿Por fin de contrato? Demasiado poco tiempo para que colara. ¿La muerte de Alba? Solo habría tenido efecto con la primera mudanza. Así que opté por contarle la verdad. Una verdad a medias, mejor dicho, solamente la informé de la entrada de alguien en el loft en la que rompieron la mayoría de las fotos que tenía con Alba y la posterior sesión de fotos completamente dormida.
–También llamadas anónimas a la familia de Alba, algunas notas en el buzón que me recordaban que podían encontrarme en cualquier momento aunque cambiara de piso cada día –la miré temiendo encontrar la decepción en sus ojos.
Me sentí imbécil por ocultar todo aquello. Quizás con eso Noemí habría creído verdaderamente que esos regalos –como los había llamado Santi– estaban relacionados con él. Quizás con su punto de vista habríamos relacionado todos los puntos en cuestión de horas o días. Quizás así no me habría culpado por no haber llevado la moto aquel día y así haber evitado un accidente que no fue tal.
–No te voy a echar la bronca porque conociéndote como lo hago tengo la certeza de que ya estás siendo más dura de lo que podría serlo yo. Vamos a trabajar y a pillar a ese cabrón. Confío en que al menos hayas guardado todo lo que te ha enviado –asentí–. Lo quiero aquí ya.
–En media hora lo tienes.
–Bien. Otra cosa, Natalia, no puedes seguir llevándolo tú.
–¿Qué? ¿Por qué? Noemí, no puedes hacerme esto, es mi caso.
–Era tu caso. Estás directamente relacionada con él, así que vas a tener que mantenerte al margen.
–Pero... –dos toques en la puerta interrumpieron mi queja. Sabela abrió sin esperar respuesta.
–Mi teniente, hay una llamada de la cárcel. Es Santi.
–Pásala aquí –intervino Noemí. Sabela asintió y se marchó–. No te voy a retirar del caso, pero tampoco puedo mantenerte en primera línea, ¿de acuerdo? –acepté a regañadientes porque de no ser por mi insistencia, no estaríamos así ahora–. Dudo que quiera hablar con otra persona, así que vas a responder tú. Si dijo que no quería volver a saber nada de ti y ahora te está llamando o bien era mentira que fuera a dejarte en paz, o bien vamos a conseguir más información.
–¿Natalia?
–Sí.
–Rubira –y colgó.
–Rubira. ¿Te suena de algo?
–Sí.
Había una persona fichada con ese apellido. Tinet Rubira, un hombre con un extenso historial de detenciones. Primeramente, arrestos por trifulcas y robos. Con los años, esos delitos fueron dejando paso a otros menos llamativos como extorsiones, amenazas, chantajes. Se volvió más escurridizo, pero aun así habían logrado atraparlo en varias ocasiones. Noemí envió inmediatamente una patrulla a detenerlo.
–Según esto, lleva tres años sin actuar –habló mi jefa.
–Porque no habíamos dado con él.
Al cabo de una hora ya estaba sentado en la sala de interrogatorios maldiciendo a Santi por chivato. Era un tipo tan impetuoso que ni siquiera después de tantos enfrentamientos con la policía había aprendido a mantenerse callado o mentir para tratar de librarse.
–La impulsividad juega en su contra y no está haciendo caso a las recomendaciones de su abogado. Lo tenemos bien atado, Natalia.
Salí del juzgado más ligera sabiendo que Rubira pasaría una larga temporada encerrado. Conocía a Santi desde hacía años, pero mi hermano no recurrió a él hasta que nos dieron el caso de Alicante. Cuando lo detuvimos, Tinet le ofreció continuar con su venganza por simple disfrute personal. Le gustaba provocar y recrearse en el dolor ajeno y así lo hizo. Rubira fue quien tiró el maldito cascote desde el edificio y quien había pasado todo un año amenazándonos constantemente a la familia de Alba y a mí.
–Natalia –me giré para ver a Noemí venir hacia mí. No sé qué pasó por mi cabeza, si fue el alivio de saber entre rejas al asesino de Alba o si es que simplemente una locura momentánea se apoderó de mí. La cuestión es que la abracé y lloré todo lo que no me había permitido llorar durante ese año.
–Ya está. Ahora sí que ha terminado todo.
–Lo siento –carraspeé y me separé. Pese a que ese abrazo había sido algo totalmente inexplicable e imprevisible, me había sentado bien.
–Natalia, voy a pedirte algo y espero que no hagas que te lo ordene.
–Lo sé. Y sí, voy a tomarme unos días. Tenéis razón, no puedo seguir así. No puedo seguir siendo un fantasma, la sombra de lo que era. Voy a arreglar mis asuntos y volveré al cuerpo cuando esté en orden.
–Tráenos a la teniente implacable.
–No será la misma, mi Comandante. Hay una herida que nunca va a terminar de cerrarse, pero prometo poner todo de mi parte para comprenderla y aprender a gestionarla. Recibiré de buen grado toda la ayuda que habéis intentado proporcionarme para estar bien.
–Sabemos que es muy complicado encajar estos golpes, pero confiamos en ti. Tienes el apoyo de todo tu equipo y también el mío. Y, por supuesto, no hay prisa, lleva tus ritmos. En la central te esperaremos con los brazos abiertos todo el tiempo que sea necesario.
–Muchas gracias, mi Comandante. Voy a empezar por visitar a su familia. De hecho, me voy esta misma tarde. Quiero informar personalmente a Rafi y Marina. Es lo mínimo que puedo hacer por ellas después de que se hayan estado preocupando por mí todo este tiempo.
–Te tienen mucho cariño.
–Sí, y yo a ellas. Son lo más parecido a una familia.
–Lo son, Natalia. Lo son.
Encendí la radio del coche y sonreí recordando el viaje a Alicante. Por aquel entonces, para mí Alba era un desastre hecho persona cuya sola presencia me desquiciaba. Si hubiera podido, habría hecho que parara y se bajara del coche en medio de la nada por el simple hecho de poner música. En cambio, ahora no contemplaba la opción de hacer ese viaje para ver a su familia sin música de fondo. De esa forma, era como si me acompañara.
–Natalia, cariño, ¿qué tal ha ido? ¿Mucho tráfico? Llegas justo a tiempo para probar las croquetas que te he preparado. Te aseguro que están de rechupete. Te van a encantar.
El torbellino Reche se abalanzó sobre mí y me cogió por los hombros para escrutarme de arriba abajo. Hizo una mueca y me miró a los ojos con cara de pocos amigos.
–Ya sé que estoy fea, Rafi, pero tampoco hace falta que seas tan obvia –hacía mucho tiempo que no bromeaba.
–Calla, ¡qué vas a estar fea tú! Estás guapísima, pero tienes que comer más, ¿eh? Venga, entra, que tengo a Marina vigilando la tortilla de patatas y no me fio ni un pelo de ella. Es capaz de quemarla solo por decirle que la hacía porque venías tú, fíjate si es envidiosa.
–¿Cuándo tienes que volver a Madrid? –preguntó Marina mientras dábamos buena cuenta de la suculenta cena.
–Cuando logre encauzar un poco mi vida. No sé cuánto tiempo me llevará.
A veces las cosas no salen como esperamos, mucho menos como queremos. Me arrebataron a las personas más importantes de mi vida y hasta ahora no me había dado cuenta de que seguía habiendo motivos para no tirar la toalla.
Estaba sentada a la mesa con una madre que había perdido a una de sus hijas y una hermana que de un día a otro se había quedado sin la que fue su compañera de juegos y travesuras en sus primeros años, su apoyo incondicional en los momentos malos, su otra mitad toda la vida. Verlas allí y darme cuenta de su determinación de superarlo me dio el último empujón para querer soltar a la peor versión de Natalia hasta la fecha.
¿Quién era yo para dejarme morir si hasta su propia madre se enfrentaba a su pérdida y luchaba con uñas y dientes por salir adelante?
Además, Alba seguía con nosotras porque una persona no se va si no se la olvida y ella era inolvidable. Ella marcaba la vida de cualquiera que la conocía. Y seguía allí, velando por su familia desde algún lugar, sin quitarles la vista de encima y cubriéndonos las espaldas.
–¿Me he manchado? –pregunté al ver que Rafi me miraba fijamente.
–Qué ganas tenía de verte, hija.
–Hija –susurré. Hacía tanto tiempo que no pronunciaban esa palabra para referirse a mí que hasta me dio vértigo.
–Desde que vi con mis propios ojos cómo te quedaste mirando a Alba aquel día cuando pensábamos que ya la habíamos perdido para siempre, eres como una hija más para mí.
–La quería mucho, Rafi. Nosotras decíamos que era por lo bajito pero creo que en algún momento nadamos mar adentro sin miedo a que el agua nos cubriera hasta el cuello. La quería y la quiero. Y si de algo estoy segura al cien por cien es de que eso no va cambiar.
Alba era la persona más leal que había conocido nunca. Una gran compañera y amiga. El más puro amor personificado. Ella era quien con su risa hacía música y me invitaba a bailar.
Alba era salvaguarda, refugio, protección. Era también un pequeño ángel torpe, un ser de luz que a partir de ahora saldría cada mañana junto al Sol y me visitaría con la Luna en mis noches en vela.
Alba era ese algo inexplicable que coloreaba mundos grises.
Alba era Alba y eso lo explicaba todo.
Pero Alba ya no estaba y yo había cerrado con llave el hueco que había dejado al llevarse con ella mi amor. En su lugar, me había dejado un imposible: el cariño de una nueva familia que, si bien no era de sangre, lo era de corazón.================================
Lo siento muchísimo, pero no podía dejar que Deepscars0 se quedase con las ganas...
MIL GRACIAS, A TI, Deepscars0, POR ESCRIBIR ESTE CAPÍTULO Y SER YA, PARTE DE ESTA LOCURA PARA SIEMPRE.
Todas las quejas, por favor, a la interesada. Jajajajajaja.
Nos leemos!!!💞💋
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I GOT YOUR BACK
FanfictionNatalia es una Teniente de la Guardia Civil que trabaja en la Unidad de Homicidios del cuerpo. Experimentada y serena, ha entregado su vida por completo a su trabajo y la tiene perfectamente organizada y estructurada. Racional, metódica hasta un pu...