Capítulo 3

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Narra Gulf.

La habitación estaba oscura, solo se podía escuchar un ligero canto de una mujer rompiendo el tenebroso silencio. Era ella.

—Mamá tengo miedo.

—Aquí estoy hijo, siempre voy a estar contigo.

—¿Lo prometes?

Nadie contestó. El canto se había detenido.

—¡Mamá! ¿Dónde estás?

Nadie respondió.

—¡Mamá! Regresa, lo prometiste. Dijiste que siempre estarías conmigo.

Por más que gritara, nadie respondió.

—¡Mamá! —grité.

Mi cabeza duele como el infierno. Una luz se filtró por la ventana de la cocina y me dio directo en la cara. Eso fue lo que me terminó de despertar. Aturdido con mi vista, cerré mis ojos hasta acostumbrarme a la claridad, poco a poco fui abriendo paso al panorama.

Mi cuerpo está empapado en sudor y el piso sigue frío. Me levanté dispuesto a darme una ducha, después de todo, hoy también tengo clases. La semana apenas está iniciando, pero ya quiero que se termine.

Ya es tarde, pero sin prisas me preparé. No podía llegar a tiempo de todos modos, así que no tenía caso apurarme, el sermón de diez minutos es el mismo de media hora tarde. Me vestí y tomé mis cosas. Salí del departamento, caminé y bajé por el elevador.

Abrí la puerta del edificio y enseguida me arrepentí de no haber seguido durmiendo. El ruido del exterior resuena y hace eco en mi cabeza. Duele demasiado. Me coloqué mis audífonos, pero sin música, necesito bloquear un poco todos los sonidos de mi alrededor.

[...]

Con toda tranquilidad caminé y llegué al instituto. Los pasillos están vacíos, era obvio, ya habían empezado las clases hace media hora. Encontré el aula que me correspondía y lo vi. Ahí estaba Suppasit con toda su grandeza explicando las clases. Maldije por lo bajo al verlo.

—Bueno días, señor —dije con algo de suerte. Mi voz parece no querer salir de mi boca. Me siento tan nervioso, viéndolo de frente con sus ojos que parecen verme hasta el alma y no sé por qué. O, tal vez sí, pero no lo voy a admitir.

—Me parece que es un poco tarde, jovencito.

—Lo siento, tuve un imprevisto y me retrasé. —tenía que mentir o las cosas serían peor. Aunque odio las mentiras.

—Usted conoce las reglas —dijo mirándome fijamente a los ojos mientras un escalofrío recorrió mi cuerpo —acompáñeme con el director. —finalizó.

Maldita sea, lo que me faltaba.

Sin rehusarme, me dirigí a la oficina del rector junto con el señor Suppasit. Ambos caminamos a la par, además del sonido de los zapatos en el piso todo estaba tan silencioso que era tan raro. La oficina no estaba tan alejada del salón, en cuestión de uno o dos minutos llegaríamos.

—Mentir no es bueno. —dijo rompiendo el silencio abrumador que nos envolvía, pero sigue sin mirarme a la cara. —Haberte quedado dormido por beber hasta tarde no es considerado un imprevisto. —dijo y se detuvo frente a mí.

Él es ligeramente más alto que yo, aunque no por mucho. Pero una duda me invadió ¿Cómo supo que había bebido? ¿Tan obvia era mi cara? Sin darle gusto, me olvidé de eso y le respondí tan tranquilamente como podía.

—Dije que tuve un imprevisto, nunca especifiqué cual. Para mí, eso no es mentir. Digamos que solo omití algunos detalles.

Sus labios formaron una curva y se elevaron poco a poco dejando ver su perfecta dentadura. Una hilera de dientes perfectamente alineados apareció ante mi vista. Mierda, hasta en eso es perfecto. Espera, ¿qué estoy pensando?

—Para mí eso es mentir. Tienes suerte de que el director ni siquiera esté. Apúrate, se nos hace tarde. —se dio la vuelta y siguió caminando.

—¿A dónde me lleva?

—¿Has visto tu cara? Te ves tan patético y miserable. Vamos a desayunar.

Claro, por eso lo supo.

—No quiero.

—Lo necesitas, ¿Acaso te has vito en un espejo? Te vez tan deplorable.

—Entonces le quito el castigo de tener que verme así.

Tan pronto como dije eso me di la vuelta y volví al aula para mi siguiente clase. Llegó el primer receso, me senté en una de las mesas de la cafetería en donde mis amigos estaban esperándome. Hablando sobre cosas triviales pudieron distraerme un rato. Ellos, aunque no sean tan cercanos, los considero amigos. Los conocí en mis primeros días de regreso en un restaurante de comida rápida para obtener un combo gratis. Pasamos la tarde juntos y descubrimos que teníamos algunas cosas en común, además de que iríamos a la misma universidad. Esto era mejor que estar solo.

Terminó el día y no lo volví a ver. Agradeciendo al universo que todo siguió con normalidad, regresé a mi rutina de toda la semana. Ya estando en el departamento algo en mí cambió, esa presión en el pecho seguía ahí. El recuerdo de mi mamá no había dejado de dar vueltas en mi mente. Su rostro aún estaba plasmado en mi cerebro. Y sigue doliendo, duele como el último día que la vi. Y nunca dejará de doler.

Narra Mew.

Viéndolo así, con la cara demacrada, me partía el alma una vez más. Quisiera ayudarlo, saber qué es lo que lo tiene así, lleva buenas notas, aunque el semestre esté iniciando, pero hay algo que lo tiene en otro mundo. Casi no habla con nadie, pero participa en clases.

Tal vez tiene problemas con su padre otra vez, si ella aun estuviera aquí todo sería diferente. Intenté acercarme, pero siempre anda a la defensiva. Necesito encontrar una manera de que me acepte como su amigo. El sonido de mi teléfono me sacó de mis pensamientos, lo tomé y contesté la llamada.

—¿Pasa algo?

—Cuéntame todo.

—Que rápido corren los chismes en nuestra familia.

—Te recuerdo que no sólo tú lo querías. Yo también lo extrañé.

—Lo sé.

—¿Entonces?

—Bien, ¿por dónde debería empezar?

Con una taza de café humeando, sentado en la comodidad de mi sala, le conté a mi querida hermana como encontré a la persona que formó parte de nuestras vidas hace muchos años.

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