Capítulo 8

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La mañana se había hecho presente y mis ojos aún seguían pesando como la noche anterior. Me levanté de la cama y estiré mi cuerpo. Mi cabeza duele y pesa mucho.

Mierda, no debí beber tanto.

Su rostro prestando atención. Sus manos inmóviles mientras hablo. Sus labios entreabiertos queriendo pronunciar alguna palabra.

¿Qué está pasando conmigo? ¿Por qué pensé en él?

Tallé mis manos en mis ojos para poder abrirlos bien. La ventana tenía las cortinas abiertas y la luz se asomaba sutilmente. Me dirigí al baño para ducharme y ponerme mi uniforme. Estaba frente al espejo atando la maldita corbata que siempre me da un dolor de cabeza.

¿Por qué es tan difícil atar una corbata?

Cuando por fin pude hacerlo, tomé mis cosas y salí del departamento. Llamé al ascensor y en cuestión de minutos ya me encontraba en la recepción. Ahí estaba Sam como siempre.

—Nos vemos al rato —dije.

Me hizo una seña con su mano ya que estaba en una llamada.

Qué novedad.

Estaba saliendo del edificio y vi un auto estacionado frente a mí. Pero lo que llamó más mi atención fue quién lo conducía.

—Buenos días, Mew.

—Buenos días, Gulf.

—Por lo que veo, llegaste bien a casa.

—¿Te preocupaba que algo me pasara?

—Si, ¿Acaso no me puedo preocupar por mi maestro?

—Y, ¿Qué pasa si no quiero ser solo tu maestro?

Y con esa última cuestión me heló la sangre. Sentía mis manos sudadas y muy probablemente mi cara está ruborizada.

—¿De qué estás hablando?

—¿Ah?

—¿A qué te refieres con que no quieres ser sólo mi maestro?

—Quiero ser tu amigo.

Y con eso, sentí mi corazón agitarse y latir como nunca antes lo había hecho.

Narra Mew.

—Quiero ser tu amigo.

Por ahora.

Espera, ¿Qué estoy pensando?

Sus ojos me miraron sorprendidos y a la vez aliviados.

—Pensé que ya lo éramos.

—¿Qué?

—Me has visto beber, comer, reír e incluso llorar. Te has preocupado por mí y lograste que yo te contara una parte de mi pasado, para mí; ya somos amigos.

Y definitivamente esperaba cualquier respuesta, menos esta.

Algo dentro de mí se ha alegrado tanto. Mi corazón empezó a latir y sentía que su sonido se podía escuchar por toda la cuadra.

—Bien, entonces ¿Quieres que te lleve a la escuela?

—Puedo caminar.

—Vamos, solo le daré un aventón a mi amigo.

—No dejarás de joder con eso hoy, ¿Verdad?

—En efecto, mi querido Watson.

—Bien, Sherlock. Tú ganas.

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