Capítulo 6

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Narra Gulf.

El aire me pegó en la cara y de alguna manera me despertó del maldito sueño en el que estuve sumergido durante toda la mañana. Detrás de mí, la puerta de la tienda se cerró haciendo un sonido insoportable para el dolor de cabeza que aún tenía. Mi mano sostenía lo que acabo de comprar para hacer más miserable mi vida. La bolsa de plástico traslucida dejaba ver su contenido; eran latas de cerveza.

Durante estos días no ha habido uno en el que no haya quedado inconsciente por culpa del alcohol, pero es la única manera que tengo de olvidar por un momento todo lo que me rodea y si no lo olvido, al menos me sirve para sufrir como se debe.

Seguí el camino habitual hacia mi departamento, pero había algo inusual esta vez. Nunca miré hacia atrás, literalmente, mi sexto sentido percibía la presencia de alguien, pero qué más da, nada me importa ya en esta vida. Decidí ignorarlo y continuar caminando. Pasado unos minutos ya me encontraba frente a la puerta de mi edificio y seguí directo hacia el elevador.

—Buenas tardes, Sam. —dije sin parar de caminar.

La recepcionista estaba en medio de una llamada y solo sonrío amablemente mientras asentía. Pulsé el botón del piso cinco y el aparato se empezó a mover.

Tan malditamente lento.

Las puertas se abrieron y continué mi camino, por el pasillo podía ver las puertas de las demás habitaciones. Ni siquiera sé quiénes son mis vecinos, todos se mudan al poco tiempo. Creo que soy el único que ha tardado poco más de cinco meses, el mismo tiempo que tengo de haber regresado a Tailandia, aunque todo ese tiempo seguía encerrado entre las cuatro paredes de mí habitación.

Después de que mi padre me envió al extranjero continué mis estudios en aquella casa. No podía salir del lugar donde estaba. Todo fue así hasta que cumplí los veintiún años el pasado diciembre. Fue entonces que decidí enfrentar a mi padre y pedirle que me dejara regresar. A pesar de no tener nada por qué luchar en ese lugar, es donde crecí y es la única forma de sentir a mi madre cerca.

Mis ojos empiezan a llenarse de lágrimas y es ahí cuando me di cuenta que ya estoy tirado en el piso del departamento. No recuerdo haber entrado o cerrado la puerta, sólo estoy aquí sin más.

El recuerdo de mi madre es lo único que me mantiene con vida, pero a veces quisiera sentir su calor, poder abrazarla y oler su perfume, escuchar su voz y que me dijera que todo estará bien. Su recuerdo me mantiene vivo, pero también es la causa de mi tristeza y soledad.

Toc toc toc.

Alguien está llamando a la puerta. En meses es la primera vez que alguien me viene a visitar. Seguro es mi padre. El solo imaginarlo parado detrás de la única cosa que nos separa con sus aires de superioridad me da asco. Probablemente viene con su queridísima esposa y su amado hijo. Porque parece que solo ellos le importan y yo soy solo un perro callejero que adoptó. Tal vez me considera como el estorbo que le dejó su antigua esposa.

Me levanto y seco las pocas lágrimas que pudieron escaparse de mis ojos. Reacomodo mi uniforme que se ha arrugado por el contacto con el suelo y camino hacia la puerta. Ni siquiera me molesto en mirar por el picaporte, solo abro la puerta sin ver a la persona. Me di la vuelta y dije:

—¿Qué quieres? —mencioné con desdén.

—Sólo quiero saber cómo estás.

Esa voz.

Esa maldita voz la reconocería a distancia como si fuera mía. Es la misma voz que me ha atormentado desde aquel día que lo conocí, incluso pienso que desde antes.

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