Capítulo 21: Trabajar

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Pensar en que mi mayor problema hacía no tanto tiempo era lograr conseguir una identificación falsa para poder comprar alcohol o entrar a un bar con Kara me parecía una locura. Había cambiado tanto que me sorprendía.

Por un lado, me sentía orgullosa de en quien me había convertido. De dejar de ser aquella niña tonta que discutía bastante seguido con su madre como cualquier adolescente. Que no sabía lo que era trabajar porque nunca lo había hecho, que no le importaba tener buenas notas y mucho menos ir a la universidad; que no tenía preocupaciones reales, pero me hubiese gustado aprender de otra manera.

Por otro lado, extrañaba ser esa chica. Extrañaba ser inmadura y no tener miedo de discutir con mi madre porque no pensaba en que algún día cercano ella se iría. Extrañaba vivir para bailar, y aunque retomar las clases y prepararme para conseguir la beca me hacía feliz, bailar ya no era lo mismo que antes. Lo amaba, pero ya no deseaba que llegara el momento de hacerlo. Ya no lo hacía en mi dormitorio solo por placer. Ya no lo amaba de la misma forma y, sin embargo, lo quería volver a convertir en aquel momento especial para mí porque sentía que de otro modo enloquecería.

El día se había pasado extremadamente rápido mientras atendía a los clientes, sirviendo el café, y limpiaba las mesas. Comenzaba a notar que cada día aparecía más gente en la cafetería hasta el punto en que a veces no lograba tener tiempo siquiera para ir al baño.

Me alegraba que Amelia, la dueña y mi jefa, estuviese considerando contratar a alguien más. Ya había hablado con ella sobre mi posible renuncia frente a la situación de mi madre, y ella había estado de acuerdo y había sido comprensiva ante mi postura de que si empeoraba la situación yo iba a necesitar más tiempo para encargarme de Lottie.

— ¡Qué día! —exclamó Amelia al tiempo que escuchábamos su cuello sonar cuando se estiró. Me reí, y ella sonrió mientras continuaba contando el dinero de la caja. Yo terminaba de levantar las sillas y de acomodar todo para estar lista el día siguiente, al igual que siempre. Mi turno había terminado y era por eso que ya habíamos cerrado.

El pequeño Jake, el hijo de Amelia, era un niño de la edad de Lottie que estaba muy concentrado engullendo un pastel de chocolate como si esa acción demandara de toda su atención. En muchos aspectos me recordaba a mi hermana y eso me hacía sonreír a diario, en especial por su amor por el chocolate.

—Bueno Bell, acá esta tu sueldo —me extendió un sobre y sonrió con dulzura—. Estoy muy feliz y conforme con el trabajo que haces y ya sabes, si tienes alguna inquietud lo puedes hablar conmigo.

—Muchas gracias Amelia —guardé el sobre en mi mochila y sonreí de vuelta.

—Ahora ve a tu casa antes de que oscurezca más y nos vemos mañana.

—Nos vemos mañana —me despedí y antes de terminar de salir escuché que le enviaba saludos a mi madre.

Caminé disfrutando del atardecer a través de las calles. El frío congelaba mis mejillas y estaba segura de que estas se encontraban enrojecidas por el pobre intento que hacía mi cuerpo por calentarlas. Apresuré el paso al dar vuelta en la esquina y visualizar la casa de George a tan solo metros.

Toqué el timbre y esperé unos segundos antes de encontrarme con Lottie abriendo la puerta y saltando a mis brazos. El calor de la casa hizo un contraste con el frío del exterior y abracé con mayor fuerza a mi hermana intentando que no se congelara ya que solo llevaba un sweater.

—Te extrañé mucho —susurró acurrucándose más en mis brazos. Sonreí porque, aunque solo habían sido nueve horas desde que la dejé en el colegio había parecido una eternidad para mí también.

—Yo también te extrañé mi amor —al tiempo en que decía aquello comencé a escuchar un ladrido agudo a nuestro lado y al alejarme de Lottie me encontré con que Choco estaba a mi lado demandando mi atención. Al parecer él también me había extrañado.

—Lo fuimos a buscar con papá para que no se aburra —me explicó ella, aunque yo sospechaba que era más bien para que ella no lo extrañase.

—Se portó muy bien —aseguró George acercándose y trayendo consigo el abrigo y la mochila de mi hermana—. Choco se portó bien —aclaró—, porque Lottie me volvió loco toda la tarde —finalizó haciéndome reír— ¿Cómo estuvo el trabajo Bell? —preguntó mientras le ponía la campera a una ceñuda Lottie que no le había gustado la broma.

—Agotador, como todo trabajo —admití haciéndolo asentir con la cabeza como si entendiera por completo a lo que me refería. Por supuesto que servir café no se comparaba en nada con ser policía como él lo era. George tenía muchísimas preocupaciones y aun así siempre encontraba momentos para pasar con Lottie y le dedicaba todo su tiempo libre. Era por eso que se había ganado mi cariño.

Me saqué los guantes que tenía y se los coloqué a Lottie acomodándolos dentro de su abrigo para que no se le cayeran al bajar los brazos, porque aunque le quedaban muy grandes, el clima era helado como para que tuviera las manos expuestas.

Ambas saludamos a George y luego de que tomé a Choco en brazos para que no se le congelaran sus pequeñas patas, comenzamos a caminar. Pronto Lottie comenzó a hablar de su día en colegio llenando el silencio, y como era de esperarse volvió a mencionar al mismo niño de siempre, Chase. Había comenzado a ser su compañero ese año y no había un día en que no hubiese escuchado algo sobre él. Desde su cabello con rulos, hasta cómo hablaba, y por supuesto cómo molestaba a mi hermana.

No me preocupaba en absoluto porque no eran cosas graves sino más bien intentaba llamar la atención de Lottie, porque gustaba de ella. Mucho menos me preocupaba desde que supe que era el hijo de Miranda. Sin embargo, hacía unos meses había considerado hablar con la directora del Instituto pero mi hermana no me dejó, porque por supuesto ella también gustaba de él, aunque no me lo había confesado todavía.

No tardamos en llegar a nuestra casa y suspiré de alegría al finalmente dejar de sentir el viento frío. Dejé a Choco en el suelo y ayudé a Lottie a que se quitara los abrigos. Al terminar corrió dentro buscando a mi madre.

Me acerqué a la cocina donde ella estaba haciendo la cena y me sonrió. Lottie corrió hablando de un lado para otro y el perro la seguía.

—Hola mamá —saludé besando su mejilla.

—Hola hija —saludó de vuelta. Mi hermana se alejó yendo a buscar su mochila para hacer la tarea con mi ayuda, como cada tarde— ¿Cómo estuvo tu día? —preguntó limpiándose las manos y sentándose frente a mí en la mesa.

—El mejor día del mes —anuncié con una sonrisa. Ella frunció el ceño sin comprender y yo saqué de mi bolso el sobre de dinero y se lo extendí. Ella se rió ante mi relación de que el mejor día del mes era aquel en que cobraba el sueldo. Sin tener idea de nada. Sin saber que cuando sabía que era el día en que cobraba, también guardaba el dinero que ganaba en el club en mi bolso, y al recibir el sobre de la cafetería, juntaba todo el dinero antes de entregárselo.

Si ella supiera nunca me hubiese permitido trabajar en el club. Pero eso era también lo que permitía pagar su tratamiento, y era por eso que me parecía una mentira que valía la pena decir.

 Pero eso era también lo que permitía pagar su tratamiento, y era por eso que me parecía una mentira que valía la pena decir

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