Capítulo 35: Deudas

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Esa era la segunda noche que dormía en el hospital, y al igual que el día anterior me desperté sobresaltada y desorientada. Por unos segundos no entendí dónde estaba, como si el hecho de que mi madre estuviese internada fuese solo una pesadilla.

Me dolía mucho el cuello por dormir en una posición tan incómoda en la silla al lado de la camilla, y sabía que el dolor de cabeza me acompañaría durante todo el día.

Mi madre estaba recostada mirando una película mientras luchaba por no cerrar los ojos. Sonreí y me estiré atrayendo su atención.

—Hola mi amor —saludó con dulzura estirando su mano para que la tomara. Lo hice y ella comenzó a acariciar el dorso de esta. Le sonreí con cariño y me acerqué a besar su mejilla, y luego recosté la cabeza contra su hombro. Cerré los ojos y suspiré ignorando todos mis problemas... sintiendo paz.

Los abrí de nuevo poco a poco, y observé la hora en el televisor. Eran las siete y media, todavía tenía una hora y media para que la cafetería donde trabajaba abriera. Amelia me había pedido que fuera para hablar conmigo y para hacer formal mi renuncia. El día anterior le había enviado un mensaje comentándole que mi madre había sido internada, y ella sabía exactamente lo que eso significaba.

—Me tengo que ir y voy a volver en un par de horas, siquieres puedo traerte algo de casa —propuse. Ella sonrió y negó con la cabeza.

—No, no necesito nada, pero me gustaría si puedes, que la trajeras a Lottie. Hoy tenía que entregar su proyecto de biología, ese con el que la ayude. Quiero saber cómo le fue —asentí con la cabeza y besé su mejilla.

—Te amo —susurré acariciando su cabello.

—No hagas eso. No te despidas como si fuese la última vez que me vas a ver. Cuando vuelvas voy a seguir aquí y me vas a contar qué conversaste con Amelia —me regañó. Sonreí y asentí con la cabeza. Y aunque ya la había saludado me quedé por unos segundos más ahí, observándola. Queriendo recordar cada detalle de su rostro a la perfección—. Puedes irte tranquila Bell. No me voy a ir a ningún lado.

Suspiré y besé una última vez su mejilla para luego irme de la habitación. Atravesé los pasillos y la salida, y continué caminando hasta la parada de autobús. Por suerte uno estaba llegando al mismo tiempo que yo y no tuve que esperar.

Nunca pensé que un viaje sería así de difícil. Nunca pensé que estar solo sentada en el transporte público me haría sentir tan mal pero no había tenido tanto tiempo para pensar en los últimos días. No había tenido tanto tiempo para que mi mente se enredara y me hiciera sentir mal.

El sábado había perdido un trabajo y ese día estaba renunciando a otro. No sabía qué haría en el futuro. No sabía cómo pagaría la deuda que comenzaba a tener con el hospital con cada día que pasaba y mi madre seguía internada. Pero en cierta forma pensaba en que no me importaría estar endeudada para siempre si mi madre se salvaba, porque ese había sido el pensamiento que me motivaba desde el principio, y el que todavía lo hacía. Aunque tenía momentos en que sentía que ella se iría, también tenía momentos en que las ganas de que no lo hiciera me esperanzaban porque no podía haber sido todo en vano.

La incertidumbre era uno de los peores sentimientos del mundo. No saber qué sucedería, no tener una respuesta para todas mis preguntas me inquietaba y aunque deseaba más que nada en el mundo que mi madre se curara, no tenía la certeza de que eso iba a ocurrir. Era por esa razón que decidí renunciar a mi trabajo en la cafetería, porque no sabía si habría un mañana para estar con ella, y no desperdiciaría ocho horas diariamente en el trabajo.

***

Lottie corrió a mis brazos con alegría cuando me vio esperarla a la salida del instituto. Hacía meses que no era yo quien la buscaba porque mi turno en la cafetería terminaba mucho después.

Tomé su pequeña mochila y la colgué por mi hombro sin mucho esfuerzo. Ella me tendió la mano y comenzamos a caminar. Ella observaba el piso porque por supuesto como siempre, intentaba coordinar nuestros pasos.

— ¿Cómo te fue hoy? —pregunté.

—Bien, Chase faltó. No sé por qué —frunció los labios claramente molesta.

—Pensé que no te importaba ese chico —señalé. Ella dejó de ver nuestras pisadas y me ignoró observando las casas—. Quizás está enfermo.

— ¿Vamos a verla a mamá? —interrogó cambiando de tema cuando la ayudé a subir al autobús.

—Si —afirmé mientras nos sentábamos.

—Qué bueno, porque le quiero contar que me fue súper bien con el proyecto de biología para el que me ayudó. La señorita dijo que era uno de los mejores.

— ¡Muy bien! Te lo mereces, trabajaste un montón —felicité y ella se encogió de hombros fingiendo humildad.

Había extrañado aquello. La había extrañado a ella, porque desde que ella nació siempre fuimos muy cercanas. Todavía tenía en mi cabeza la imagen de verla en pañales buscándome por la casa como en la actualidad Choco hacía con ella. Todavía recordaba cuando dijo su primera palabra o cuando me dijo que me amaba por primera vez. Incluso cuando la conocí o cuando mi madre me explicó que tendría una hermana. Esos eran algunos de los mejores momentos de mi vida. En el último tiempo me había estado perdiendo pasar tiempo con ella. Entre todas las razones que consideraba que tenía para llorar, poder estar con ella esa tarde y luego con mi madre, era una de las razones por las que sonreí.


Hola amores, espero que hayan tenido un día tan lindo como el mío. Estoy muy feliz porque esta historia ya llego a las 31.000 lecturas. Muchísimas gracias a cada una de las personas que hacen esto posible. A quienes votan, a quienes comentan. Cada día me hacen feliz porque es una sensación increíble que haya personas de todo el mundo disfrutando tanto una novela que escribí en la oscuridad de mi dormitorio.

Y es hermoso saber que esto es el principio, y que esta historia va a lograr mucho más, gracias a ustedes.

Con amor, Sabrina♥

Con amor, Sabrina♥

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Noches eternas | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora