Epílogo: Shane

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Shane

El cielo estaba nublado y parecía que pronto llovería, pero no era algo que me importaba demasiado, después de todo, mi vida se basaba en pasar todo el tiempo posible en el quirófano salvando vidas, aunque a veces fallaba y eso me destrozaba. Y el resto del tiempo se dividía entre hablar un poco con mis amigos, con mi familia, dormir y comer. Sin embargo, durante todo el día no había un segundo en que no pensara en Bell y en qué estaría haciendo ella. Si era feliz, si se había enamorado de nuevo, si se había olvidado de mí, o por el contrario me recordaba siempre como yo a ella.

Lo último que quería ese día era que Bell se fuera de mi vida, y aunque lo intenté, no logré evitarlo. No la busqué al día siguiente, ni a la semana siguiente porque me sentía dolido de que ella hubiese decidido desaparecer de mi vida.

Sabía que ella no tenía malas intenciones, solo quería que yo fuese feliz, pero me molestaba que no se diera cuenta de que ella me hacía feliz. Sí, yo siempre sonreía, siempre veía el lado positivo de la vida, siempre era agradable con todos y hacía bromas, pero eso no significaba que era feliz todo el tiempo, y nunca había sido tan feliz como los meses que mi relación con Bell duró.

Decir que la extrañaba era un eufemismo para lo que de verdad sentía. La necesitaba en mi vida, y me preguntaba si ella me extrañaba de la misma manera.

Era sorprendente, pero después de casi un año sin verla, su imagen seguía intacta en mi mente, al igual que mis sentimientos. Porque yo todavía la amaba tanto como la última vez que hablamos, e incluso si mis palabras ese día habían sido que nunca la perdonaría, yo haría lo que fuese por verla una vez más.

Un mes después la busqué en su casa, después de pensar en ella durante días y noches. Lottie me recibió feliz, como siempre y cuando pregunté por Bell dijo que se había mudado a Nueva York. No podía correr a buscarla en ese momento por más que quería, por lo que programé un viaje. Lottie me había dado el nombre de la academia de baile y cuando fui hasta allá, ellos dijeron que Bell estaba viajando alrededor de Europa. Ahí fue cuando me di cuenta de que quizás era una señal y no debía buscarla más, y eso fue lo que decidí hacer.

Ella debía de estar encantada cumpliendo su sueño de bailar alrededor del mundo, y eso me hacía muy feliz. Yo también estaba cumpliendo mi sueño. Durante los primeros meses trabajando para la fundación hice cirugías en un hospital en Malí, el séptimo país del mundo con mayor tasa de mortalidad infantil, y pronto noté que no teníamos todos los recursos necesarios para tratar muchos de los casos, por poco no teníamos quirófano. Ofrecí mi idea de conseguir fondos comunicándonos con otros hospitales de Europa y de esa manera poder trasladar a los niños a un hospital en Madrid, España que quedaba a siete horas en un vuelo. Era un poco difícil al principio y pensaron en cancelar la idea, pero pronto comenzó a resonar lo que habíamos comenzado a hacer y más personas ayudaban aportando un poco de dinero por lo que continuamos trabajando y pudiendo salvar más vidas.

Debido a que yo había sido quien había tenido la idea de trasladarlos para poder tratar mejor las enfermedades, la fundación me dio un reconocimiento mundial logrando que mi nombre fuese conocido. En tan solo un año, me estaba convirtiendo en aquel cirujano pediátrico que siempre había querido ser. Mis amigos siempre me llamaban y hasta estaban programando un viaje para visitarme en las próximas vacaciones. Mis padres estaban orgullosos y me lo hacían saber todos los días. Y yo también estaba orgulloso de mi mismo, incluso si me recriminaba que había dejado ir a la chica que más amaba.

Caminé por el hospital saludando a las enfermeras quienes me correspondían con la misma simpatía de siempre hasta llegar a la cafetería. Tomé una fruta y la comí de camino a la recepción, donde una secretaria me daría los casos que debía de atender durante el día.

—Hola Susan —saludé recibiendo una sonrisa como respuesta.

Justo cuando estaba comenzando a leer la historia clínica del primer paciente del día, el jefe del hospital se acercó acelerado a la recepción y con un tono de voz rápido comunicó: —Hubo un accidente en la estación de trenes y hay muchísimos heridos, necesito que cancelen todas las cirugías que no son de urgencia y que reúnan a todos los médicos que estén libres. Las ambulancias se están preparando para asistir al lugar.

En cuanto escuché sus primeras palabras, él ya tenía toda mi atención y al notarlo se dirigió hacia mí. Yo no tenía ninguna cirugía de urgencia, por lo que me envió junto con un grupo de cinco cirujanos al lugar para poder comenzar a asistir a las personas.

Llegamos en menos de quince minutos y al descender de la ambulancia me sorprendí con el accidente inmenso que había habido. Se rumoreaba en el lugar que justamente no había sido un accidente, sino que una bomba había explotado, pero todavía no se quería decir nada porque aquello era una sospecha. Incluso si el caos era paralizante en un inicio, no me mantuve ni un segundo observando a mi alrededor y corrí acercándome a ayudar. Ya había muchísimos médicos, pero ni todos estos eran suficientes y todos los hospitales de la zona estaban enviando más ambulancias porque los heridos debían de ser trasladados para recibir tratamiento.

Nos mantuvimos por horas ayudando. Era muy difícil ver la cantidad de personas por las que no podíamos hacer nada, pero no teníamos tiempo para sentir pena porque debíamos seguir con quienes sí podían ser salvados. Había escuchado mencionar a una compañera sobre cómo una mujer se acercó a ayudar y nos sorprendía que sabía hacer primeros auxilios, y de hecho le había hecho una reanimación cardiopulmonar a un hombre. Era increíble cómo algo tan importante como aquello que podía salvar una vida la mayoría de la población no sabía hacerlo, y por eso mientras subía en la ambulancia de vuelta al hospital pensaba en que debíamos planificar un programa para enseñarlo e incentivar a todos a que lo aprendieran.

Respiré un poco más tranquilo al bajar en el hospital porque el caos ya había terminado y nunca me imaginé lo que estaba por ocurrir.

Tal como había pensado más temprano, la lluvia no tardó en comenzar a caer y por suerte estaba bajo el cielo raso de la clínica o ya estaría completamente mojado.

Una mujer de cabello castaño estaba hablando con María, una compañera cirujana y con quien debía hacer una operación en media hora. Comencé a acercarme y a mitad de camino ella también lo hizo.

—Me demoré unos minutos hablando con esa chica. Ella es quien hizo la reanimación y le salvó la vida a ese hombre. Voy a hablar con el paciente y te espero en el quirófano —explicó. Asentí con la cabeza y tal como había dicho, se fue, y estaba a punto de ir tras de ella, pero algo en aquella mujer castaña me resultó conocido.

Por un segundo, todo dejó de importarme y sentí como mi corazón comenzaba a acelerarse porque de alguna manera, esperaba que fuese ella. Que fuese Bell y que por eso me resultaba tan conocida una mujer de espaldas. Sentí el sudor en mis manos por el nerviosismo. Me acerqué poco a poco hasta estar detrás de ella, y quería llamar su atención para saber si me equivocaba, pero temía que así fuese. Deseaba con todo mi corazón que fuese ella y de pronto se volteó.

Sus ojos color miel conectaron con los míos y una sonrisa encantadora se deslizó por sus labios mientras yo seguía paralizado, porque aquella sí era Bell, porque me estaba reencontrando con quien podría ser el amor de mi vida, pero eso solo lo sabría con el tiempo.


Lean los agradecimientos por favor mis amores.

Lean los agradecimientos por favor mis amores

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