Capítulo 43: Desolación

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Bell

La espera me estaba matando, y la incertidumbre aún más. Intentaba creer que todo saldría bien porque me aterraba que no fuera así. Escuché pasos y levanté la vista para encontrar a Shane. Él se detuvo al verme y yo me puse de pie para acercarme y esperar lo que sea que él debía decirme, pero él no lo hizo y eso me inquietó.

Abrió la boca, pero no dijo nada y terminó mordiéndose el labio inferior, y yo seguía esperando que me dijera qué sucedía. Tenía los ojos rojos y con lágrimas a punto de caer y en ese momento lo entendí. Entendí todo. Sí la cirugía hubiese salido bien, él estaría feliz. Si no hubiese habido una complicación, él no estaría preocupado. Sí mi madre no hubiese muerto, Shane diría algo.

Comencé a negar con la cabeza al tiempo que las lágrimas llegaban a mis ojos. Un escalofrío me fue recorriendo al cuerpo poco a poco. Él se acercó para envolverme en sus brazos, y finalmente susurró: —Lo siento tanto Bell.

Esas palabras fueron suficientes para terminar de hacer realidad esa pesadilla. Aquella que me aterraba desde hacía meses, aquella que deseaba que no fuese verdad.

— ¿Puedo verla? —pregunté tan despacio que, si no fuese por lo cerca que nos encontrábamos, él no podría escucharme.

—Sí, hay que esperar unos minutos. La van a llevar a una habitación para... para que te puedan despedir.

—No me puedo despedir —dije con la voz quebrada—... No puedo decirle adiós para siempre. Por favor, dime que es mentira —pedí alejándome y observándolo.

—Ojalá pudiera —respondió acariciando mi cabellera. Sí, yo había creído que lo entendía, que comprendía que mi madre ya no estaba pero esa no era la realidad. Mi mente me repetía que quizás todo era mentira y que en cuanto yo la viera descubriría que ella estaría despierta y sonriéndome como siempre. Me mordí el labio inferior y sin decir nada continué con esa esperanza.

Shane recibió una carpeta de una enfermera y tomó mi mano encaminándonos hasta una habitación. Ingresamos y ahí estaba mi madre recostada sobre la cama, y no estaba esperándome con una sonrisa. Me acerqué sintiendo la vista nublosa e intenté secar las lágrimas para poder verla con claridad aquella que sería la última vez.

Tomé una de sus manos y la entrelacé con mis dedos, y con la otra acaricié su mejilla. Su piel todavía era tan cálida como siempre. Sus ojos estaban cerrados y yo lloraba porque sabía que nunca los volvería a abrir, porque sabía que nunca me sonreiría de nuevo. Nunca volvería a escuchar su voz. Nunca volvería a estar viva, y sin embargo parecía estarlo. Parecía estar tan solo durmiendo. Con todo mi ser deseé que fuese una confusión, que no fuese real. Que Shane fuese un terrible médico, que ella estuviese en la peor clínica del mundo y que resultara ser que no había muerto.

—Shane... —dirigí mis ojos a los suyos. Él estaba en la puerta observándome sin querer molestar, y yo necesitaba preguntar— ¿Estás seguro?

Él quizás podría haber afirmado sin revisar, pero en su lugar se aproximó y comenzó a examinarla una vez más. Apoyó sus dedos en su cuello buscando el pulso y mi corazón se aceleró con la ilusión y esperanza. Él negó con la cabeza y tomó su mano buscando en la muñeca. Volvió a negar y por ultimo usó el estetoscopio.

Me miró apenado y me ofreció que escuchara pero negué sin dejar de observar a mi madre, y aquello fue todo lo que necesité para entender que debía afrontarlo. Me acerqué a su frente para besarla, y luego de hacerlo rompí en sollozos contra su cuerpo abrazándola. No podía haberse ido... no ella, no mi mamá.

***

El camino al departamento de Shane lo hice sumida en una nube gris de aturdimiento y tristeza. Ya no lloraba, él estaba sorprendido de eso y yo también lo estaba. Había llorado por una hora y luego simplemente me detuve como quien se levanta un día de la cama luego de días engripado y decide que ya está bien. No era con exactitud una buena analogía. Yo no había decidido que ya estaba bien, mi cuerpo había rechazado continuar llorando.

Creí que no podría dormir por esa noche y por las siguientes, pero increíblemente al llegar hasta el dormitorio de Shane caí en un profundo sueño. Hubiese preferido quedarme en vela toda la noche. Hubiese preferido el insomnio antes que aquel sueño tan abrumador.

Mi madre vestía un blanco pijama, como el que ella usaba en la realidad, pero la única diferencia era el color.

—Bell. Me voy a ir —una media sonrisa se curvó en sus labios.

—No —susurré.

—Sí. Me tienes que dejar ir —pidió intentando soltar mi mano. No me había percatado hasta ese momento de que las teníamos entrelazadas y que yo hacía tanta fuerza por no soltarla en mis nudillos se veían blanquecinos.

—No —negué otra vez.

Ella logró librarse y comenzó a correr a través de un sendero, parecía que volaba. Comencé a correr detrás de ella. La veía a tan solo unos metros de mí, pero cuando estaba llegando a alcanzarla ella estaba unos metros más lejos. Continuaba acercándome y ella alejándose, hasta que finalmente desplegó unas alas de plumas rosáceas y voló hacia el cielo impidiéndome perseguirla.

Desperté en medio de la oscuridad en donde solo se oía mi respiración agitada. Volteé el rostro sorprendida ante otro ruido extraño para tranquilizarme al encontrarme con Shane durmiendo a mi lado, y aquel sonido extraño eran sus ronquidos. Debía de estar muy cansado después de...

La realidad me golpeó con tanta brutalidad que un dolor punzante se creó en mi pecho. Sentí que el oxígeno no llegaba a mis pulmones comenzando a hiperventilar. Estaba tentada a gritar, sentía mi garganta arder por las ganas, pero no podía. No solo porque mi propia voz no me lo permitía sino porque mi cerebro se negaba a hacer un escándalo en medio de la noche.

Corrí a un lado las sábanas con el recaudo de no despertar a Shane y caminé hasta el baño que había en su dormitorio. Cerré la puerta y prendí la luz, esta me cegó provocando que mis ojos escocieran antes de que las lágrimas hicieran acto de presencia. Al parecer dormir ayudó a que mis lágrimas volvieran. Y estando ahí, en el baño, me di cuenta de que no tenía nada por hacer. Me senté recostándome contra la bañera y comencé a llorar desvelada.

Se había ido. Finalmente, se había ido, y ahora solo me quedaba aquella agonía con la que lidiar.

 Finalmente, se había ido, y ahora solo me quedaba aquella agonía con la que lidiar

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