Epílogo.

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DISCLAIMER: Los personajes no me pertenecen pero la historia sí, por lo que NO AUTORIZO para que esta se modifique o publique en otro lugar.

Derechos Reservados.

Epílogo:

El aire tibio de Santorini traía a sus sentidos aquel aroma a sal, yodo y especias tan típicas de ese lejano y tranquilo lugar. Inuyasha se incorporó y parte de la sábana cayó de su pecho, cubriendo sólo sus partes íntimas. Las piernas desnudas, al descubierto, estaban flexionadas mientras él se afirmaba con los codos en la colcha de la cama, una pose demasiado relajada y provocativa a la vez. Él mantenía la vista fija en aquella ventana que se encontraba abierta, con las cortinas meciéndose suavemente debido a la brisa de verano, pensando, meditando o tal vez ninguna de las dos, pensó ella.

Kagome suspiró recostada boca abajo y entonces él ladeó el rostro y sus ojos dorados como oro líquido, le perforaron su mirada somnolienta, soñadora y castaña. La muchacha sonrió.

- Estas muy callado. - Murmuró, rompiendo el silencio de la habitación.

Inuyasha esbozó una sonrisa pícara y arrebatadora al tiempo que se movía como un felino a su lado, esta vez quedó recostado, de lado, mirándola de frente a ella, estiró su mano y acarició el cabello de la muchacha con lenta y tortuosa suavidad, Kagome entrecerró los ojos y esperó, expectante, luego sintió su mano en la tibieza de su espalda desnuda. Cuando sus pieles entraron en contacto ella se estremeció, como siempre y entonces acercó sus labios a los varoniles que se encontraran semi abiertos, esperando, una respuesta suya.

La muchacha lo besó suave, lento y él le respondió con la misma suavidad y lentitud, aunque eso duró un par de segundos, Inuyasha pudo percibir que su cuerpo volvía a arder y que necesitaba imperiosamente sentir, una vez más, la tibieza de su piel, estar en contacto con ella, probarla, saborearla, besarla en infinitas partes. Jamás se cansaría de Kagome, al contrario, sentía que cada vez más necesitaba de su cuerpo, de la entrega y de la demostración de sus sentimientos que él se complacía en recibir y retribuir. Deslizó una mano tras la nuca y la acercó aun más a su boca, ahondando el beso y despertando los instintos que ambos habían dejado descansar unos minutos. Kagome rió con suavidad y él, intrigado ante aquella risa suave, fresca y juguetona, se posó con todo su cuerpo desnudo sobre ella, aprisionándola contra la colcha de la cama, ahí apartó sus labios de los suyos y la miró con aquella misma intensidad dorada que aceleraba los latidos del corazón de su ex sirvienta y que él podía claramente sentir en su pecho... o quizás se mezclaban con los agitados latidos de su propio corazón.

- ¿De qué te ríes, malvada?

Kagome sonrió al escuchar su tono de voz tan gutural que la estremeció una vez más, tan provocador, que aceleró los latidos de su corazón. Era demasiado irreal estar viviendo esto, tan... inimaginable que ella se rindiera así, que se sintiera de esa forma enamorada, quizás loca, por Inuyasha... el niño cruel y engreído de su infancia, el hombre altanero y amargado que conoció hace un año atrás... pero que ahora estaba a su lado. Y era suyo, completamente suyo. Su mirada castaña se fijó en sus propias manos que estaban alrededor del cuello de él y se observó la alianza dorada y fina que descansaba en su dedo. Suspiró una vez más y sus ojos bajaron a los labios de Inuyasha que estaban entreabiertos y aun húmedos por sus besos. Sintió como se volvían a acelerar los latidos de su corazón.

Alzó apenas los ojos a Inuyasha y sonrió, esta vez más tímida.

- Sólo recordaba... como eras antes...-Dijo al fin y entonces el hombre arrugó el ceño.

- ¿Antes?-Murmuró él y entonces recordó cuando la había dejado sola estando comprometido con otra en Tokio. Aquello de inmediato lo entristeció y le provocó un amargo nudo en la garganta, la expresión de su rostro cambió, ya no era el sexy y atractivo hombre, provocativo y orgulloso de siempre, ahora lucía arrepentido, adolorido, tuvo que bajar la mirada por la vergüenza y el dolor que eso le causaba. Ella posó una mano sobre su pecho, a la altura de su corazón, entonces Inuyasha alzó los ojos hacia el rostro de la muchacha, que sonreía traviesamente bajo su cuerpo.

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