16: Alabado sea el Señor

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La entrada del Museo es un arco gigante, parecido a las fauses oscuras de un cavernoso hoyo en las montañas. He visto a muchas de las personas que han estado entrando y saliendo de aquí, desde que la reunión dio inicio. La última vez que bajé la mirada para echar un vistazo a mi reloj, al elevarla, me encontré con un Eckhart que sonreía. No a mí. Sonreía a una de las profesoras de economía que llevan años precidiendo este tipo de eventos. 

Mi corazón, que no ha dejado de latir con un ritmo casi ensordecedor, da un vuelco en el instante en el que intercepto a mi hermana. Key cruza la explanada tan rápido que no puedo creerlo. Romper los códigos de etiqueta no es habitual en ella; mucho menos si sabe que mamá estará presente. Ella me toma del brazo nada más interceptarme, y ambos nos movemos unos metros lejos del afluente de personas. 

Ya que estamos seguros de que nadie nos ha visto, ella sonríe y hace como si me estuviera ajustando la corbata. 

Hay ocasiones en las que puedes medir el nivel de consciecia que tienes acerca de una persona; es como si vieras a través de su telón personal y, de pronto, algo se iluminara cuando está presente. Te sonríen, pero lo que de verdad te habla son sus ojos; el gesto hilarante de mi hermana es obvio, porque sus labios están ensanchados y se han formado dos hoyuelos en sus mejillas. Sin embargo, en sus retinas, veo la alarma profunda encendida. Tiene los párpados abiertos completamente y no sé si sacudirla para que me hable o salir corriendo de aquí, pues de alguna forma sé que su expresión de horror se debe a Anabelle. 

Anabelle. 

A la que no veo por ningún lado. Y alzo la mirada para buscarla entre el gentío, sin encontrarla. 

—Le advertí que no debía —comienza a explicar Keyla, sin dejar de sonreír.

—Annie, Annie, Annie —mi voz suena desesperada, como si estuviera en el borde del fin del mundo, colgando desde un acantilado, con la mano cansada y sudor resbalándose por mis sienes. 

—Estará con Bry, pero...

—Será idiota —murmuro. 

Miro a mi hermana con toda la recriminación posible y ella se las arregla para no devolverme el gesto, sino que traga saliva y me sonríe otra vez, para decir de inmediato—: Tú la conoces. Ni Hércules podría ir en contra de ella si tuviera la intención. Yo ya estaba lista para venir cuando, de pronto, al volver a la sala, la encontré alistando una de sus bandoleras... Jesús, no se da cuenta de la horrible situación...

—Voy a buscarla —digo, y doy dos pasos lejos de ella. 

Mi hermana vuelve a sujetar mi muñeca, pero esta vez es un apretón tan fuerte que miro, desprevenido, la unión de sus dedos y la manga de mi saco negro. 

La advierto con la mirada, sin obtener ningún resultado. 

—No puedes —sisea—. Tim consiguió esto para darles tiempo... No puedes arruinarlo. Annie estará bien. Bry y Eliot la cuidarán. Confía en ellos. 

Parpadeo varias veces. 

—Keyla, no...

—Tienes que hacerlo; o se enfadará más contigo todavía. 

Echo la cabeza atrás, no pudiendo contenerme. 

—Dame el brazo, inútil —me exige. 

Quizás en otra ocasión habría replicado, pero ahora todas mis energías están volcadas en lo que no dejo de imaginarme. Se supone que Bry y Eliot aprovecharían toda la atención que tendrá a lugar hoy en la velada, y así ellos... Aprieto los párpados al recordarlo. Ellos irían a buscar la puerta de acceso a ese antiguo pasadizo debajo de los edificios de Stanley. Con una llave obtenida por medio de un soborno; llevarán un mapa que conseguimos de forma clandestina y, por si fuera poco, entrarán en lugares clausurados si es que logran dar con la puerta. 

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora