27: Una carta, unas palomas y una broma

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—Es increíble pensar que estaría tan callada.

—A lo mejor vio cosas —susurra Bry ante el comentario de Annie.

Ella tiene su medalla de Santa Cecilia en las manos y nos mira unos segundos, soltando un sonoro suspiro al tiempo que niega con la cabeza.

—Escuchen —Bry se inclina y apoya los antebrazos en sus piernas—, oí decir a Hulen, en la salida del campus, que el anuncio de Tim provocó una histeria puramente colectiva. Muchos están yéndose...

—Mejor ahora que tarde —replica Annie en tono sombrío—, ya todos deben de saber que Stanley no tendrá más a la Ivy League.

—Todo el país, de hecho —Eliot está recargado en la pared al frente.

La sala de espera está vacía por fortuna. Algunas enfermeras cruzan de vez en cuando el corredor. No hemos visto de nuevo a mi madre ni a mi tío y al ver a Keyla el médico nos dijo que estaría en observación por algunos días. El golpe que le dieron en la cabeza fue más bien por un forcejeo, que debió de caerse contra la parte afilada de un mueble o un objeto, que gracias al cielo la lesión no ha afectado ninguna parte vital del cerebro.

Cuando nos miró, mi hermana no pudo emitir palabra, tal como señala Anabelle. El doctor dijo que todavía era muy pronto para preguntarle qué había ocurrido y mi madre, por esa indicación, se ha negado rotundamente a que los agentes entren a verla. Aun así, las causas de su ataque son obvias y es solo cuestión de tiempo para que arresten a Eddison Eckhart.

—Llegó el diablo —murmura Bry.

Angus está avanzando por el corredor desde la puerta trasera de la clínica, quizá la única con acceso privado en Longwood. Mientras revisa su reloj en la muñeca, arruga las cejas y en el acto posa su mirada en mí.

—Ven conmigo —dice, y se ajusta las solapas del abrigo.

Pestañeo ante la suspicacia de sus gestos, que no parecen haberse demudado por la situación que embarga a nuestra familia. Mi padre ha llegado hace un par de horas, pero lo mandaron llamar desde las oficinas del alguacil y no han permitido que las abandone. De mi abuelo no tengo idea. Sin embargo, por su edad y lo que esto implica, no me extraña que no vaya a hacer acto de presencia.

Lanzo una mirada de precaución a Eliot, que asiente sin responder nada y luego esbozo una sonrisa a Annie, que hace exactamente lo mismo.

Angus me guía hasta el estacionamiento trasero, donde también me encuentro de lleno, nada más bajar los escalones, con la imagen de Phil Lincoln, el hermano mayor de Benjamin, y a Ben mismo. La atención del primero está clavada en mí, pero al verme salir Benjamin se ha girado y se ha guardado las manos en los bolsos del pantalón.

—Acabo de llegar a un acuerdo con los señores... Con el señor Lincoln —masculla Angus, con ese tono que no admite objeciones—. A Benjamin no me atrevo a calificarlo de nada.

Extrañado, me cruzo de brazos y contengo el aire. Mi instinto ruge porque le haga caso y de un segundo a otro siento como si alguien me hubiera bañado con agua helada. Tengo las mejillas entumecidas y el corazón me late fuerte, sin contar con las ganas de exigir explicaciones que comienzan a golpearme el esternón.

Ben finalmente se vuelve y sus ojos tienen esa sombra del arrepentimiento que, por lo regular, tienen los condenados al cadalso. Es ese gesto humillante de quien se ha quitado la máscara en un torneo de esgrima o la mueca pálida del payaso que no consigue que el público se ría con sus chistes.

—¿Le dijiste a Sandy que mi familia era peligrosa para Annie?

Él se encoge de hombros, rojo de la cara pero sin aparente miedo.

—Pensé que era un capricho tuyo —dice al final—. Pero mi hermana está muerta por ello...

Niego lentamente, sin entenderlo.

Angus entonces saca un papel carta, doblado en cuatro partes. En el interior hay toda una confesión por parte de Landon, y se detiene justo en la línea en la que la oración «Ben lo sabía», acaba.

Al levantar la cabeza, me doy cuenta de que ha retrocedido un paso.

—Te di varias oportunidades —digo, rendido de una vez—. Lo único que tendrías que haber hecho era decirme sobre esta carta...

—No quiero problemas con el señor Bert —interviene Philip—. Espero que sea de ayuda. Cancelamos la rueda de prensa cuando el senador nos llamó para amenazar con liquidar a mi familia.

Como acto reflejo, mi tío sonríe y se apresura a decir antes de que el mayor de los Lincoln termine yéndose—: Con nosotros no tendrás ningún problema, pero quizá la señorita Anabelle quiera levantar cargos por daños y perjuicios, ya que la información repercutió en su seguridad...

—Benjamin es un idiota nada más —sugiera el otro, riéndose a pesar de que su hermano está presente.

Tras emprender la marcha, mi tío me mira de soslayo y me indica que me esperará dentro. No aparto los ojos de Benjamin y él, a su vez, no los aparta de mí.

—Quería decírtelo —se excusa.

—Mató a tu hermana y tú escondes su carta solo porque no querías que nos enteráramos de que eres una mentira ambulante; me hubiera importado poco que me pidieras cualquier cosa si a cambia hacías lo correcto. Y Dalila casi se murió porque eres un egoísta de mierda. Ben, no lo comprendo: permitiste que acosaran a Annie y te callaste esto para que nadie lo supiera. —Siento perfectamente el instante en el que se me atoran las palabras en la garganta, pero hago un gran esfuerzo por hablarlo—. Scarlett se murió, Annie fue atacada y mi hermana está catatónica... Pero tú querías esconder una fechoría... No sé qué tienes en la cabeza...

Su nuez de la garganta se mueve.

Por un momento creo que no dirá nada, pero luego de unos segundos callado, dice, la voz amortiguada por emociones que desconozco—: Hay algo más. La noche en la que Annie fue a Terriers, Cat recibió un memo de la rectoría. Le habían rechazado la beca y... fue a verlo. A Eckhart. No me atrevería a jurarlo pero creo que Eckhart...

—Le pidió a Cat que la citara.

Ben asiente.

—Luego la junta del Concejo: a mi hermano lo invitaron a formar parte... Pero a mí se me olvidó, Cat acababa de morir... Pensé que después de todo mi familia no se iría a la ruina; tú empezaste a cuidarla a ella y supe... Yo sabía que si expulsaban a cualquiera de nosotros por acosar a Annie... No fui consciente de que los Eckhart...

Su siguiente sonrisa es demasiado triste, demasiado de todo.

—Ojalá hubieras hablado a tiempo. Tu hermana estaría y Cat estarían vivas si hubieras admitido que lo sabías.

Él tuerce una sonrisa, los ojos anegados, copos de nieve cayendo en su cabeza—: Annie tiene ascendencia irlandesa... Mi madre pudo haberlo aprobado, pero en el fondo siempre supe que era cosa de un momento. —Tuerce otra sonrisa—. No puedes culparme por ello, no soy el hijo dorado de una familia poderosa, si me expulsaban por su culpa, por unas malditas palomas, por una broma...

—Lárgate de aquí. —Estoy por dar la vuelta cuando decido que quiero exigirle otra cosa—: Si en un futuro Annie y yo seguimos juntos, no te atrevas a acercarte a ella.

Antes de que pueda decirmenada, vuelvo al interior de la clínica, esperando encontrar las palabras paracontarles a todos que tenían razón. Al final siempre soy más ingenuo de lo quequiero aceptar. 

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora