—Voy a matarte, Devon.
Ruedo los ojos, sin entender por qué la suerte no termina de ponerse de mi lado. Cualquiera diría que, por el dinero, soy una persona con privilegios, llena de felicidad, de luz, con un futuro prometedor... Cada vez que pienso en ello, siento que el disco giratorio de mi vida chirría hasta detenerse, provocándome una cacofonía horripilante en las paredes internas del cráneo.
Antes de replicar a la voz contundente de Annie, que me mira, impávida, en el pasillo afuera del aula de finanzas, doy un largo suspiro y echo la cabeza atrás. No sé, quizás la respuesta a todos mis problemas está en la losa del edificio de sociología.
La verdad es que estoy fatigadísimo...
—Hablas como si fueras a pagar tú —musito, harto de tener que cuidar lo que digo y, pese a los miles de perdones que pida, acabar en el mismo lugar de siempre.
Annie entorna su bonito ceño...
Pero me cruzo brazos, sin intenciones de claudicar. Veo cómo ella eleva su mano y empuña los dedos, dejando solo el índice extendido, y apuntándolo hacia mi cara.
—No sobornaremos a nadie —dice, con expresión verdaderamente furibunda.
Espero a que un par de personas abandonen el hall, y entonces digo—: Dije que yo sobornaré, no que tú te arriesgarás más todavía. Presta atención a mis palabras, por lo menos una vez, ¿sí?
—Me importa un carajo el sujeto en la oración: no vas a sobornar a nadie. Escúchame bien, De-...
—No, Anabelle —la interrumpo, azorado; ella cierra la boca en el acto por la prontitud de mis palabras y, con los ojos abiertos, retrocede un centímetro, solo de esa manera me atrevo a hablar—. Estoy en un callejón sin salida. Se me acaba la paciencia, y también el ciclo escolar. Vendrán las vacaciones invernales y, con la nieve, sepultarán el caso de Dalila; nos arriesgamos a que ataquen a alguien más. —Arrugo las cejas, sintiendo todo el peso de la situación en mis hombros. Ya que Annie no dice nada, continúo por la misma línea—. Voy a sobornar al cuidador del cementerio, al celador del archivo viejo; gente que no tiene importancia para Eddison. De la misma manera que hicimos con el guardia de la rectoría... No me queda opción.
Annie parpadea varias veces y, mirando a otro lado, dice—: No sabía que estuvieras tan frustrado.
Ella también suspira.
Observo su perfil unos instantes, curioso.
—Dime, ya que estamos en el tema, ¿cómo piensas que vamos a resolver esto? —No hay respuesta, pero sí una mirada de arrogancia, algo que me provoca a besarla. Pero me retraigo, tomo aire y digo—: Seguro piensas que encontraremos una carta de una víctima antes de morir donde rece quién fue le responsable de su ataque, lo llevaremos con la policía y, por primera vez en la historia de la humanidad, estaremos frente a un estrato de justicia, donde no existe el reguero de poder, donde la impunidad no existe... Una utopía, como todos los socialistas creen que puede ser el mundo.
Con los ojos entrecerrados, ella se me aproxima.
Noto la violencia en sus rasgos, el aire de molestia, la ira emanando de sus poros... Y noto que está desesperada y arrinconada, igual que todos aquí.
—No insultes mi inteligencia. Te lo advierto.
—Mira, An, sé que el soborno no va con tu sueño de la resolución perfecta de la vida y la justicia, pero es a lo que me puedo remitir. Ayúdame. Necesito el apoyo de todos... Incluso... —Paso saliva, para tomar valor antes de aceptarlo—. Hablaré con Angus el fin de semana.
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Cada demonio tiene su ángel
Mystery / ThrillerLlovía, y ese día había recorrido el campus al trote, pensando que nada malo podría ocurrir. Hasta que se encontró de frente con ella... Y la miró a los ojos... Estaba llorando. Lloraba de forma desconsolada, como si la hubieran destrozado. Per...