30: Nietzsche sobre los abismos

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Es una habitación tanto o más amplia que el departamento de Tim, salvo que las ventanas o esos recuadros que, en un tiempo, seguramente, fueron destinadas para serlo, se encuentran tapiadas por completo; suelto la cortina y bajo la mirada por el rellano hasta toparme con un baúl abierto. Annie se acaba de acuclillar y está hurgando en el interior. El cuidado que le pone a la empresa no es suficiente, así que imito su posición y empiezo a sacar los tomos de esos viejos libros cuyo lomo no se ha desgastado aunque las hojas están amarillentas y enmohecidas.

—Parece que les cayó un siglo encima —dice Bryant a mis espaldas.

—Son sumarios —recalca Annie—. Están todos los miembros de Terriers hasta su última generación...

—Ahora que lo pienso me parece extraño que los nuevos Eckhart no formen parte —Hulen capta mi atención—. Será mejor que se los lleven. Algo se sacará de esto.

Con la linterna, hace una breve inspección de los armarios, mientras el agente Rivers mira cabizbajo la figura de la libélula tallada en el techo, de donde también cuelga un enorme y desvencijado candelabro de cristal.

Las pinturas no podrían ser más escabrosas, y cuanto más miro más me parece estar comprobando las palabras de Nietzsche sobre los abismos.

—Tal vez Eckhart rompió una tradición —murmura Eliot—. Tal vez tenía que hacer algo nuevo aquí abajo y pasar la batuta.

—No hay historial de que hayan existido más expedientes —Rivers acota y su mirada se posa en el fondo de la sala.

Todos nos volvemos en esa dirección, solo para encontrar de golpe la imagen de ese tramo prohibido de la biblioteca.

—Creo que encontramos el Santo Grial —masculla alguien.

Su voz se distorsiona nada más me echo a andar hacia allá. El ansia que me provoca es inconmensurable y el miedo no ha dado tregua a mis otros sentidos, que también están sensibilizados.

Pongo una mano en el estante principal, una suerte de mobiliario cuya madera podría tener a bien vencerse en cualquier instante, lo que no da lugar a dudas sobre su antigüedad. Las razones por las que esta área quedó cancelada las ha contado Hulen, pero sospecho que hubo más.

—Si en la época de universidad de Eckhart desaparecieron becadas, debería estar en los archivos de la policía, y no está.

—Devon, hace veinticinco años todavía vivía el último Longwood. —La voz del profesor no es pesimista pero su objetividad no me ayuda a mantener la esperanza de que veremos tras las rejas a Eddison—. Si mal no recuerdo una década después la iglesia abandonó por completo el campus y se hizo un cambio radical en el sistema académico. Les tomó mucho la incorporación a Cambridge, pero para entonces Eckhart se había graduado...

—Él hizo su máster aquí —añade Annie—. Vi sus títulos, en su oficina.

—Tuvo más espacio del que se puede ver a simple vista. Si el último descendiente directo se llevó a la tumba la razón de su separación con la iglesia, lo más probable en este caso es que los crímenes de Eddison Eckhart sean aislados.

—Era su tío tercero —Hulen dice—. Se corría el rumor de que nunca se casó por cuidar de su madre, aunque sí tuvo varios hijos bastardos. Y era racista.

—Una fichita al descubierto —Annie resopla—. Al final lo único que podemos sacar de este sitio son fotos para que se note que una zona de la biblioteca se usó como escondite macabro...

Un chirrido potente se deja oír entre el silencio de su pausa. Rápidamente busco el origen de este y me percato de que, detrás de Bry y a un lado de Eliot, una de esas ventanas tapiadas ha cedido por completo, dejando a su paso un camino de madera podrida y ese hedor a miasma.

—Jesús de mi alma —Bry se lleva el brazo a la cara hasta que es capaz de cubrírselo. Annie hace lo mismo segundos después y yo trato de mantenerme firme a pesar de la podredumbre que ha salido en forma de olor.

—Ahí está —señala Hulen—. Conque sí había una conexión entre Padin y la biblioteca.

—Perdón, pensé que usted no tenía idea de...

—Ah, se corren rumores —me interrumpe el hombre y apunta con la linterna al hoyo que se ha abierto en medio de la pared—; mis antiguos compañeros y yo estuvimos en una de esas cenas pomposas que solía dar Terriers por entonces y tenían una especie de mapa topográfico, plano incluido, a modo de pintura de bienvenida. Pensamos que se trataba de una anacronía, pero ustedes vinieron a hacer preguntas sobre Eckhart y Müller y recordé un par de esas historias que uno escucha en los clubes.

Ha puesto su mano en la roca de la entrada y cuando se gira su expresión ha demudado varios tonos. La luz que llega desde la biblioteca a través de los tragaluces deja entrever su mueca de horror al levantar la extremidad, y le muestra los dedos al agente, que de inmediato se aproxima a nosotros y nos pide que retrocedamos.

El hombre se interna y de inmediato se escucha el movimiento de una cadena, además de una ráfaga de viento y mugre que surgen del sitio.

—¡Será mejor que regresen! —sus manos están llenas de sangre al salir.

Atónitos la mayoría, esperamos a que nos explique... Pero él se dirige únicamente a Hulen, quien parece entender su petición muda. A continuación, nos apunta con la linterna y señala las escaleras, que ahora son menos sombrías.

—¿Qué ha pasado? —pregunta Annie.

Lleva en sus brazos dos de los cuatro tomos que tomamos de los baúles. Al subir los escalones el pesar de esa sangre no abandona mi consciencia y luego de mucho tiempo elevo una de esas oraciones que esperas que crucen el tercer cielo.

—Era Eckhart, ¿cierto? —le escucho preguntar a Bry.

Hulen empuja la pesada puerta, pero esta no cede y nos vemos obligados a hacerlo entre los tres.

—Otro suicidio —susurra Annie. La luz del pasillo en la biblioteca, el mecanismo que suena al abrirse la salida, el olor de los libros y la intensidad de una perfección apoteósica en Northam, no son suficientes para que esa posibilidad duela menos.

—El muy infeliz —gruñe Eliot.

Hulen nos pide que nos retiremos a un pasillo y antes de que escuchemos a la gente entrar y salir por las puertas de la biblioteca, nos señala ahora dos llaves. La primera la reconozco: es la misma que nos mostró en su aula.

La segunda está manchada de sangre y tiene el escudo de armas de Stanley en el mango.

—Supongo que es la llave de Padin —dice—. Dalila describió una mazmorra y salió por el cobertizo de la iglesia. Así que, lo mejor para todos, es que ustedes continúen sus rutinas. Pese a que esté muerto —se le corta la respiración un poco antes de que logre continuar—, dudo mucho que lo haya hecho él mismo...

Ninguno nos atrevemos a replicar. Annie se abraza más a los libros y me lanza una mirada de susto. Por acto reflejo sujeto su mano y le entrego los tomos que llevaba conmigo a Bry.

No debería de extrañarnos, pero lo hace; a veces la verdad es tan evidente que se buscan miles de caminos alternos antes que enfrentarla. Pero en el fondo siempre nos imaginamos y pensábamos en esa triste posibilidad de que Terriers fuera una especie de hermandad oscura, y sus miembros la calidad de personas que asesinan y sacrifican jóvenes becadas.


Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora