22: Juventud en flor

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En la sala que forma parte de la terraza en Hazel solo hay dos personas. Detrás de nosotros escucho los pasos firmes de Sandy, que no me dirigió la palabra pero fue evidente que sabía a qué veníamos.

Annie se tomó la molestia de llamar a sus padres y no importa cómo pretenda olvidarlo, la presión por esta serie de citas que tenemos que enfrentar me está costando muchísimo.

Mientras me quito el abrigo y lo cuelgo del perchero Annie lanza una breve mirada a sus padres, que están en una de las salitas del fondo, a donde pega directamente la luz de este día invernal y austero. Sandy ha cruzado el rellano sin mirarnos, pero siento la fortuna de una mirada de conciliadora de Anabelle.

—Mejor hacerlo rápido, tengo que prepararme para esa cena con tu familia.

Arrugo el entrecejo y reprimo una queja, avanzando a su lado, y tratando de confiar en su criterio.

—Muy puntuales —comenta su padre en cuanto nos acercamos.

—Señor y señora Riley —digo sin apartar la mirada de los ojos de ambos cuando me les dirijo.

—Pensé que te veríamos aparecer con séquito de seguidores —dice el hombre, que es igual de alto que yo y más fresco de lo que esperaba.

Hago una mueca sin poder tomarme el comentario en serio, y al tiempo de sentarme alzo las cejas.

—Insisto en que no soy tan importante para mi familia como para que me pongan escolta —musito—. El jefe de Annie, en cambio, tiene dos sombras del tamaño de robles viejos.

—Es que Anabelle no nos ha contado nada de su vida por estos días. Quizá sepas algo sobre eso. —Sandy está sentada en el brazo del sofá y tiene los brazos cruzados.

—Quizá sí sepa cosas sobre mí, pero es que Devon no va entrometiéndose en mi vida sin más. De hecho a menudo me pregunta qué quiero. —La voz de Annie sale inmisericorde y como si estuviera en un debate de Hulen, con ese hilo perfecto de las palabras, como si tuviera a la mano las fuentes y los argumentos necesarios, sin impregnarlas de una sola gota de emoción—. La única vez que hizo algo sin tomarme en cuenta fue porque le llenaste de ideas la cabeza a papá. Y eso es de lo que vengo a hablarles...

—An —intento hacer que me escuche, pero ella clava los ojos en su padre con especial interés.

—No te preocupes, Devon —comenta su madre, con un aire tranquilo y tan singular que capta mi atención—, estamos acostumbrados al mal carácter de nuestra hija.

—Mamá, esta vez no se trata de mi mal carácter, necesito que lo sepan y lo admitan.

Entonces me lanza una mirada y veo por primera vez esa complicidad de la que hace mucho tiempo caí víctima. Esbozo una sonrisa que me sabe a poco más que orgullo y, sin pensármelo, busco con serenidad las caras de sus padres.

—Sé que le prometí algo —digo, suave—, pero...

—Anabelle dice que Sandra omitió muchas cosas sobre ti y tus amigos. No me culpes, no nos culpes y disculpa a fuerzas si puedes y quieres la absurdez de una hija que se atrevió a darme datos con información sesgada. Entenderás que para mí lo primordial es la seguridad de nuestra hija.

—Papá, Devon consiguió que Tim Duke se fijara en mí y me nombrara secretaria del Ivy Club. Podrás confiar en la visión de Sandy, pero hasta tú estarías feliz con esto. Y por el acoso... —Otra mirada corta antes de lanzar una furiosa a su hermana, que tiene la cara roja como un tomate—. Si no fuera por Devon y sus amigos, habría ocurrido algo peor.

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora