31: Cuando haya salido el sol

989 217 17
                                    





—No sé bien qué fue lo que vimos —murmura Eliot, sentándose sobre el penúltimo escalón.

Hulen y Rivers se han quedado en ese pozo de los terrores, llenos de sangre y sumergidos en ese manto de amargura que traen las resoluciones infortunadas.

—Yo no vi qué había allí —dice Annie, abrazada de sí misma, y me mira con el ceño fruncido—. Tú sí que lo hiciste.

Todos me miran con atención.

Aprieto las quijadas sin saber cómo abordar este tema que nos lleva persiguiendo hace un buen tiempo. Me pasé todo un año recopilando pruebas, imaginándome la manera en la que sería prudente derribar a un titán.

Y todo para que...

—Dudo mucho que se haya suicidado —suspiro, y también me siento a un lado de él—. Eckhart.

El apellido sale de mi boca con tanta dificultad que por un momento mi único consuelo es saber que puedo echarme a llorar aquí sin temor de recibir ninguna burla a cambio.

Cuando era niño, mis padres nos impelían a no demostrar debilidad frente a los adversarios, pero me costó un montón de sufrimiento darme cuenta de que, por mis frutos, ni estoy rodeado de enemigos ni me siento débil, pese a las muchas ganas de rendirme que tengo.

—Ya estoy un poco harto de esta familia —admito—. Espero que lo entiendan.

Conozco ese silencio; en el funeral de mi abuela, papá me obligó a caminar hasta su féretro antes de que lo ingresaran al crematorio: tenía que verla por última vez, según su argumento. En ocasiones todavía recuerdo esa mortaja de persona guardada en la caja, con la piel reseca, sus joyas, las marcas de una adultez que no llegó nunca a su maduración. Pensé, en ese instante, que la muerte provocaba el frío, y levanto la cabeza con ese pensamiento, consciente de que llevo mucho sintiendo a ese fantasma encima de Stanley. Es lo que pasa cuando sabes que algo humanitariamente reprobable está ocurriendo, y decides... mirar, pensando que tarde o temprano el fuego —bien de la justicia, bien del escarnio—, lo consumirá todo.

La neblina que deambula por los jardines no hace más que hastiarme, así que me pongo de pie.

—Vamos a dormir —susurra Anabelle, con un amago de sonrisa—. Mañana temprano iremos a ver a Keyla y leeremos juntos el periódico.

Bryant se me acerca también, las manos en sus bolsillos delanteros.

—Hicimos lo que pudimos. Lo hicimos todo, Dev.

—Ya lo sé.

—Si el hombre está muerto... —Eliot masculla, la voz tembleque como si no quisiera continuar del todo.

—Terriers actúa como una secta. —Annie tiene el pelo del fleco despeinado, se lo alborota más y cierra los ojos antes de proseguir—. Stanley está muerta, y no iban a permitir, quienesquiera que sean, que Eckhart llegara al estrado.

Nos miramos un segundo a los ojos y al instante comenzamos a movernos en dirección contraria del edificio de los chicos. Ni siquiera tenemos que despedirnos, me limito a decirles que tendremos que vernos por la mañana, cuando haya salido el sol y el escándalo de los muertos, los túneles y los secretos, allá salido a la luz, probablemente empañado en aras de la política.

De camino al departamento de Tim, Annie aprieta mi mano y me mira varias veces por el rabillo del ojo, quizá aguardando para que me comunique con ella.

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora