1: Rey sin corona

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Quiero un día.

Un solo día.

Nada más sesenta minutos para dejar caer los hombros. Para descansar. Necesito abandonar algo; un día sin tener que impresionar a nadie; un día en el que sea capaz de rechazar un halago; quiero mandar al diablo a un par de profesores racistas; el rector, con su mirada crítica, su esnobismo. Quiero buscar a Landon y obligarlo a hablar.

Me olvidaré, ese día, de las palabras de mi abuelo; olvidaré que dijo mantente lejos del escándalo.

—Anda, díselo —exclama Keyla.

Aprieto el tenedor en mi mano. Mamá, en la cabecera del comedor, me mira; sabe que Keyla nunca miente, sabe que es extraño el cariño que siente por Annie; sabe que no puede ser mentira, aunque eso implique que el culpable de la tristeza de Annie sea yo.

Tengo los ojos fijos en plato.

Annie no quiso cenar con nosotros.

—Estoy esperando —mi madre dice, en tono exigente—. Y mírame a la cara, si no es mucho pedir.

Me tiembla un labio, pero lo hago; sus ojos están escudriñándome y leyéndome. Quiero, también, pedirle que me deje en paz. Ya me siento lo suficientemente culpable porque Annie vaya a terapia; porque todos la abracen, la escuchen, y a mí no quiera dirigirme la palabra.

—Discutimos —suelto con un suspiro, mientras dejo a un lado el cubierto.

—Es un imbécil —sisea Keyla.

—Cuida tu vocabulario, señorita —pide mi madre, pero a quien mira es a mí, y entonces me pregunta, aunque su voz denota poca indecisión. Sabe que Keyla está diciendo la verdad—: ¿Podrías explicarme qué sucede? Te recuerdo que Annie es mi invitada, y esta mi casa, tendrías...

—Ni siquiera sabes qué pasó, madre.

—No me interrumpas, Devon.

Bajo la mirada por puro instinto. No estoy acostumbrada a elevar la voz en el comedor, en ningún lugar en el que mi madre, Angus o mi abuelo estén presentes.

—Lo siento —musito, y arrugo las cejas.

—¿Por qué Anabelle no tiene apetito?

—Está molesta conmigo, supongo...

—Pero si, cuando fueron a la playa, estaba perfecta. Devon, no crie a un troglodita, por favor, dime que no la insultaste.

Sacudo apenas la cabeza. Es obvio que mamá les hará bastante caso a las quejas de mi hermana. Desde mi punto de vista, ocurrió algo normal. Ocurrió lo que ocurre cuando dos tipos cualquiera creen que pueden acercarse a ella sin más, como si acaso tuvieran la oportunidad de recibir sus miradas.

Respiro muy hondo, ya que soy consciente de que, si Keyla se lo dice, estará peor de lo que se la ve ahora.

—No la insulté, por supuesto. Se ha enojado porque no la dejé que se subiera con dos desconocidos a una lancha.

Mi madre apoya la espalda en su enorme silla. Es un comedor veraniego, así que me encanta; no es tan ostentoso como los muebles en la casa de Seattle. En cuanto me enteré de que Key había invitado a Annie a pasar las últimas dos semanas del verano en Malibú, recordé que se siente menos cómoda entre los lujos.

Ella, claro está, no me habla, pero estar bajo el mismo techo ha empeorado las cosas entre nosotros. Ahora se la ve más irritada. Anoche me intentó abofetear...

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora