4: Símbolo de la corrupción

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Abarrotada de personas que conocen y se saben de memoria el padre nuestro, echo una mirada en mi reloj. Al mismo tiempo, me ajusto la manga tres cuartos de la camisa que llevo puesta.

Tengo la sensación de que todo mi mundo se ha comprimido; a mi alrededor, una banca al frente y otra atrás, cada uno de los miembros de Hiedra obedecen a los designios del sacerdote que está impartiendo la misa; es un evento católico en honor de las víctimas del sinnombre, como le han apodado la mayoría que se atreve a mencionarlo.

En este nuevo ciclo, Stanley se ha disfrazo de poco menos que un cementerio; no como el que se encuentra, semiabandonado y convertido en una especie de jardín tétrico, detrás de la explanada artificial de Dorothy's Hall. No. Pese a que suele ser bastante normal que el clima, en estos lares y a estas alturas, sea brutal, deshonesto e inesperado, la gente se mira a los ojos con sombras de angustia; es como si un espectro cualquiera hubiera posado su aliento en los bosques, los senderos y las instalaciones circundantes de los colegios; la neblina se vuelve espesa por la mañana a pesar de que el verano se está acabando, no se ven a las criaturas del bosque, ardillas y ciervos, mientras la gente se sonríe de lo acostumbrada que está al convivir con ellas. Los profesores se han vuelto evasivos y más diplomáticos que de costumbre.

A mi lado, Annie tiene la mirada concentrada en el atrio del sacerdote, pero en el fondo sé que no le preocupa el sermón. Sé que está pensando en el comunicado que dio el decano de su carrera esta mañana antes de venir a las celebraciones póstumas de Scarr y las otras chicas que fueron identificadas. Les prohíbe salir a deshoras y han impuesto unas reglas de convivencia en los dormitorios.

Si estuviera apartada y sola, en un edificio al que no tenemos acceso, tal vez me sentiría más preocupado que nunca, pero si de algo estoy seguro es que Keyla no se apartará de su lado. A decir verdad, es la mejor compañía que pudiera tener en estas circunstancias. Así que me permito cerrar los ojos, apretar los puños y respirar hondo hasta que se me contrae el diafragma.

Al parpadear, el sacerdote alza la mano derecha y hace la señal de la cruz; entonces miro de soslayo el perfil de Anabelle, que inclina la cabeza cuando, por respeto, el cura pide que guardemos un minuto de silencio por las niñas que no volverán a pasear por el campus.

En el instante en el que nos despide a todos, se escucha el frufrú de las ropas cuando se tallan entre sí; los estudiantes, los profesores, todos aquellos que acudieron en representación de sus colegios y los asistentes de las fraternidades, mientras se aglutinan de formas ordenadas para salir lentamente de la enorme iglesia barroca de Santa Cecilia, evitan mirarse a los ojos para no tener que enfrentar el bochorno que supone este hecho irrefutable: la Universidad Católica de Buckley Stanley ha dejado de ser la cumbre del poderío y se ha convertido en una suerte de risa a nivel nacional; estar bajo la mirilla del ojo público causa no solo vergüenza en los rostros de los estudiantes, sino que, por si fuera poco, nadie se atreve a aceptar que les habría gustado hacer lo que muchos al finalizar el ciclo pasado.

Bastantes matriculados en el colegio se dieron de baja y reanudaron en otras universidades; sé de personas cuyos padres prefirieron que sus hijas asistieran a Stanford, que es de relativa calidad en cuanto al sistema. Y eso es lo que me ha estado dando vueltas toda la mañana; desde que desperté, desde que fui al lago a tomar los remos y me encontré con Benjamin; vi sus ojeras, la manera despreocupada en la que atendió a las quejas del entrenador por no estar concentrado, ese semblante infantil que expresa su mirada entristecida debido al fallecimiento brutal de su hermana.

Instintivamente, busco el rostro de Annie, pero ella eleva el mentón para hacerme saber que, si tengo algo que decir, no le interesa; de inmediato, alzo la mirada y encuentro a Tim en el camino, que asiente.

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora