14: Miles de demonios

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Cuando, de manera sospechosa, Bry se acomoda en un banco junto a mí, mi primer pensamiento es que algo salió mal con el seguimiento que pensaban darle a Eckhart estos días. No hemos podido encontrar al custodio de las llaves del antiguo cementerio, el que lleva abandonado medio siglo y en el que se supone se encuentran los restos del ya mítico Humphrey Stanley. 

No dejo de mirar en la dirección de Hulen con su clase de sociología, bloque número tres. Echo un vistazo alrededor, muy rápido, solo para verificar que todo siga normal. Estoy comenzando a sentirme paranoico. Nadie aquí podría imaginarse lo que estamos haciendo y, sin embargo, desde que tenemos los planos de las catacumbas, no hago más que sentir en la nuca una especie de electricidad que va en aumento. 

Me arrellano en mi asiento con la intención de quedar más a la altura de mi amigo, ya que su postura desgarbada e indiferente, como mera actuación, impedirá que pueda decirme por qué ha entrado en una clase que no tiene nada que ver con su historial académico. Le regalo una mirada de aprecio a través del rabillo del ojo, para darle a entender que lo estoy escuchando. 

Él se aclara la garganta, puedo oírlo claramente. 

—No sé qué hicimos mal —es el principio de su discurso y, al instante, me pasa la factura. Pero, dado el escenario ahora, no puedo replicar nada, así que Bryant prosigue—: Estuvimos siguiendo al infeliz por alrededor de setenta y dos horas seguidas. En algún momento tiene que dejar de hacer cosas para la universidad... Tiene que haber algo. 

—También debieron fijarse con quiénes se reúne. 

—Escucha —ha elevado un poco la voz, de manera que vuelvo a mirarlo de soslayo y él, al siguiente segundo, habla en tono neutro y apenas audible—. El único que podría tener algo que ver es el director del museo, estudiaron juntos... Y por lo que pude notar, le entrega cuentas directamente a Eddison. Por otro lado, no nos queda una mejor opción. Es eso o entrar en las habitaciones de Eckhart y ese edificio es el peor vigilado. 

—Que mejor sea peor es un indicativo de que el colegio está de cabeza. 

Mi murmuración provoca que Bry no hable por alrededor de quince minutos, justo cuando todos comienzan a levantarse de sus lugares. Algunos de mis compañeros, ajenos a esto, pasan rápido por el pasillo ascendente y se alejan del gentío que ya se ha aglomerado entorno de Hulen. Hulen, el profesor que probablemente conoce muchos de los misterios políticos de Stanley; Hulen, que se mostró enojado por la inclinación de Eckhart a encubrir los asesinatos. 

Asiento casi para mí mismo. 

Bry me mira, puedo sentirlo... 

—Tenemos que tomar decisiones temerarias, me temo —digo, al tiempo que me pongo de pie. 

—Devon —la advertencia vibra en el tono de voz de Bry, que me observa bajar el pasillo. 

Otros tantos de los estudiantes suben cuando yo bajo, y eso me da luz verde. Al final, solo tenemos que esperar unos minutos hasta que el profesor se queda a solas, nada más acompañado por su asistente, que se encuentra desmotando los aparatos de la exposición. 

El hombre, alto y bien parecido, pone los ojos en mí, con ese semblante de júbilo eterno que me recuerda, de alguna manera, a Sandy, la hermana de Annie que antes solía tenerme aprecio. 

Antes.

Eso antes de que, por supuesto, profanara la inocencia de su hermana... Ojalá pudiera decirle que estoy feliz de haberme encontrando con ese templo, que para mí más que maldición negociable, mi relación con ella es el mejor tesoro que alguien pudo encontrar. 

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora