26: Dos estaciones de verano

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La mano suave de Annie se sujeta de mis dedos, pero su mirada consciente está puesta sobre el cuerpo del suelo, al acercarse los agentes, que apuntan todavía al inerte bulto que ahora es Josh Eckhart.

—Salgamos —Bry me agarra la manga del suéter.

—Un poco tarde sí llegaron —comenta Eliot cuando los agentes se han acercado del todo.

Hay un par de tipos indicando al resto de estudiantes la salida, como si no la conociéramos. En cuanto empezamos a caminar, noto que Annie todavía se encuentra catatónica y que tiene la mirada cristalizada, como si estuviera conteniendo el llanto. Varios de los estudiantes que nos acompañan están llorando o se muestran curiosos por nosotros, pero ignoro las miradas y avanzo por las escaleras.

En el jardín afuera hay dos autos estacionados y justo en ese instante está arribando una ambulancia. La barricada que ha formado la policía municipal impide que los periodistas avancen. Entonces me detengo y giro hacia Annie.

—Mírame —le acuno la cara, buscando que obedezca, pero solo veo las lágrimas descender por sus blancas mejillas.

—No puedo más —susurra y se agarra de mis muñecas.

—Hay que llevarla al departamento —murmura Bry.

—Señor —alguien me llama—. Tenga...

El chico, del que no recuerdo su nombre, me extiende algo con la mano. Eliot asiente y, pese a que no siento ánimos de detenerme, vuelco mi atención a la empuñadura.

—Estaba en el suelo.

Observo el prendedor y arrugo las cejas.

—Ve —le indico, esperando que entienda el agradecimiento.

—Es de Key —digo a Bry, que se ha quedado boquiabierto.

Él observa el prendedor con la misma expresión que yo. Ambos miramos alrededor y nos damos cuenta de que los agentes y los paramédicos están demasiado ocupados para prestarnos atención, así que, con disimulo, marcamos un paso conscientemente lento con dirección a Vanderbilt, mi antigua residencia y la de los Eckhart también, mientras Eliot empuja ligeramente a Anabelle para cuidarla de todo este barullo.

—Estoy de muy poco humor para esto —comenta Bry mientras nos aproximamos a la escalinata. Ben acaba de salir por las puertas de acero y se queda mirándonos, con las manos en jarras.

Estamos a punto de llegar cuando salta desde el último escalón y se interpone.

—Oigan, ¿están bien?

—Sí, relativamente —susurro—, te veo luego.

—Vale, pero que sepas que están mandando policías a sacarnos de las residencias. Escuché en la sala que arrestaron a Müller y que el rector está desaparecido...

—Desaparecido, no —Bry sonríe y me mira—. Prófugo.

—¿De qué estás hablando?

—Dev, no hay tiempo.

—Merezco saber la verdad.

—Hablaremos después —digo, ya impaciente.

Aunque su rostro no augura una máscara precisamente de entendimiento, ignoro su mirada recriminatoria y entro a la residencia, ignorando a todos los presentes y sus acuciantes miradas también.

Subiendo las escaleras nos topamos con más personas cuyo semblante se parece también al de Benjamin, y al de todos los de la cafetería. Seguro que en las noticias hay la información suficiente como para que empiecen las conjeturas respecto a la situación. Lo cual, desde mi punto de vista, resulta un poco cómico.

La gente jamás se hará una verdadera idea de lo que ocurrió en Stanley ni de las atrocidades que están sepultadas debajo de sus edificios. Me ha quedado claro, una vez de pie en la puerta de la que solía ser la habitación de Landon, que lo más probable nunca es lo más justo.

Ambos empujamos la puerta hasta que la hacemos ceder. En su interior reina el caos y tras una búsqueda no muy profunda, Bry me llama desde el baño.

Mi hermana está atada de pies y manos, tirada en el suelo. Al arrodillarme para erguirla, le quito el cabello del rostro y me percato de la enorme herida que tiene en la sien derecha, que le debió de haber provocado el estado inconsciente en el que está.

Hago a un lado el miedo y recibo la pequeña navaja de Bry. Las cuerdas tardan en romperse, pero cuando finalmente la libero, ella entreabre los ojos. De inmediato, aun así, vuelve a cerrarlos y se sumerge otra vez. La levanto en brazos con pesar, sintiendo que el tiempo es poco y que seguramente las intenciones de Josh no eran matarla. Las cosas debieron de ser tan repentinas para él que ahora mismo no hago más que sentir pena por ellos.

Una pena ardiente, casi lástima.

—Por la puerta de atrás —señala Bry.

Bajamos las escaleras de servicio. Tengo que detenerme en diferentes ocasiones para reacomodar a Key, que se despierta de cuando en cuando. La caminata por la parte trasera de los dormitorios es más lenta de lo que quisiera. No demoro en sentir los músculos fatigados y al ver las rejas trago saliva duro y termino de correr el tramo.

Bry me abre la puerta. El interior está inundado de personas que me nos miran, no sabiendo si acercarse. Luego se acerca uno de los hombres de mi tío, al que reconozco apenas. Al entregarle en brazos a Keyla, puedo ver que mi madre está detrás de él, con el rostro compungido y los ojos hinchados, no sé si por no haber dormido nada o por haber llorado dos estaciones de verano completas.

El hombre le revisa la herida y levanta la cabeza para mirar a su compañero.

—Tenemos que llevarla a un hospital —masculla.

Mi madre ahoga una exclamación. No hay tiempo para que me mire ni pregunte: vuelven a erguir a Key en brazos y ambos hombres salen, lo más aprisa posible.

Entonces mamá echa un rápido vistazo a nosotros, me revisa de pies a cabeza y, luego de poner brevemente la mano sobre mi pecho, se marcha detrás de ellos.

Por unos segundos me quedo mirando las puertas, sumido en el cansancio, en la incertidumbre... Que se termina al llegar el elevador. De él surge Annie, que tiene las mejillas enrojecidas y una expresión de desconcierto.

Con ella, Tim, bastante despeinado, y Eliot.

—Explícame.

Hago una inspiración fuerte. En otros momentos no me importaría tener la paciencia que requiere, pero ahora apenas y tengo fuerzas para hablar. Y aun así los observo.

—Josh. Dijo que Landon se suicidó.

—Familia de psicóticos —murmura El.

—Pero, Key...

—Está viva —se me cierra la garganta al soltarlo—, pero no podía recuperar la consciencia.

Tras escucharme, Tim mira las puertas y sus ojos permanecen fijos en ellas.

—Hay que ir con tu madre —interviene Annie entonces—. Estará sola allá...

Me limito a asentir.

Tardo un par de segundos en reaccionar, y me paro delante de Tim, que me dirige una mirada cautelosa.

—Aún tengo un anuncio que hacer. —Parpadea con pereza, aparentemente sin emoción alguna—. Si no es mucho pedir...

—Te llamaré —lo interrumpo.

Voy con los demás y al bajar la escalinata nos encontramos con la copiosa nevada que está cayendo, dándole al campus que nos rodea un aspecto todavía más onírico, o quizá pesadillesco. 

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora