12: Ladrones a media noche

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La mirada de Annie, además de fría, augura un evento sumamente catastrófico el día de hoy. El sentimiento de preocupación que me incrustó Bry hace media hora, ha dado paso a un montón de sensaciones opresivas, a cada cual más oscura. Delante de mí, Tim se está sentando lentamente en un sillón único, muy cerca de la chimenea; Keyla, cruzada de brazos, inspecciona con ojos críticos a la susodicha, que se planta frente a mí y me entrega dos hojas de papel periódico, recortadas de un obituario. 

Silencioso, con una desazón pesada en la boca, bajo la mirada para empezar a leer lo que me acaban de entregar; es una de esas noticias de los periódicos locales, con un encabezado amarillista que, a todas luces, está escrito de esa forma para causar morbo en cualquiera que se detenga a leerlo. Trago saliva al encontrar el nombre del periodista; no me parece familiar, pero en la nota, hay una fotografía muy particular que, en el acto, se vuelve el foco de mi atención. 

Annie, sentándose en uno de los sofás de cuatro plazas, se acomoda el cabello detrás de los oídos para, en cuanto la imito, empezar a relatarme sus aventuras de esta tarde. 

—Estuve en el archivo de la biblioteca y pensé que no iba a encontrar nada. 

—Es asombroso —suspiro, no sé si con miedo o impresionado de verdad. Miro a Tim como por acto reflejo, solo para saber de qué forma podría copiar sus ademanes. 

Va a ser el único capaz de ver las cosas desde un ángulo claramente objetivo. 

—Esos obituarios están aceptados por la institución de Padin, cuando todavía regía el campus. 

Annie asiente, su gesto sombrío, las facciones alicaídas. 

—A veces nos olvidamos de que este colegio tuvo orígenes puritanos y luego presbiterianos. 

—Como si se pudiera entender mejor que cubran el asesinato de las chicas de ese modo —replica Key. 

Tim clava los ojos en ella y, con una paciencia espeluznante, dice—: De hecho, sí es más entendible. No sabría decir por qué, pero cuando los crímenes se los atribuimos a la ignorancia que da el apego a una religión, se convierten en un mal colectivo, como si todo el mundo estuviera esperando un golpe de estos.

—Tu familia es la cumbre del catolicismo —reniega Key.

De forma desinteresada, Tim parpadea dos veces. 

—Mi ancestro más decente traficaba con adolescentes negros —espeta—. No puedes juzgar algo positivo en la actualidad con sus raíces negras. Es... tonto. 

Mi hermana enarca una ceja y, al entenderlo, decido intervenir—: Entonces ahora necesitamos averiguar quién era el maldito párroco de la época en la que Eckhart estaba aquí como alumno. 

—No necesariamente —dice Annie, y me apunta a un párrafo de la noticia—: Allí pone el nombre. Y tampoco sé si sea prudente abordarlo con preguntas tan brutales cómo lo sería la noticia de que encontraron a una chica desmembrada en las inmediaciones de la iglesia. Sí, fue el último cura que estuvo a cargo de la parroquia antes de que la cedieran a Santa Cecilia, pero lo importante no es su nombre o su paradero. 

—Sino el motivo por el que se fue.

Después de hablar en un tono muy bajo, todos esperamos a que Tim continúe. 

Lo hace después de clavar su mirada inerte en las llamas. 

—Eso solo lo podríamos saber si le preguntáramos directamente. 

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora