18: Padin, el padre

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La libertad que me provoca arrojar la corbata sobre el sofá, solo puedo compararla a esas veces en las que no hay tareas, no hay vacaciones ni citas, esas ocasiones en las que soy un Devon sin apellido. Mi alrededor tarda un poco en estabilizarse, ya que prácticamente corrí desde el Museo hasta el edificio de Tim, que me mira, sentado en ese sillón que está de espaldas a la chimenea. 

Con parsimonia, Keyla se aposta a su lado y recarga un antebrazo en la esquina del respaldo del asiento. El silencio me toma por sorpresa cuando, de la nada, Annie se me aproxima, estirando la mano para entregarme lo que parece ser un documento de antiguedad considerable. No puedo titubear ni un segundo pese a que, en mi mente, hay una voz que repite la misma frase: estás metido en la boca del lobo y nadie te ayudará a salir. 

Extiendo con paciencia lo que ahora veo es un mapa. Hay anotaciones escritas con una prolijidad deplorable. Sin embargo, reconozco de inmediato que la ansiedad del trazo se debe a, quizás, la oscuridad del sitio en el que fue escrita, o también el miedo que producía el tal. El primer vistazo es también una comprobación de que fue Annie quien observó los detalles de la cripta y quien se dignó a escribir estos datos en las esquinas. 

Son detalles que a lo mejor otra persona no hubiera podido ver. 

Hago un asentimiento leve antes de mirar a los demás. 

—Amigo, deja el misterio. Mira. 

Eliot, tras hablar, levanta sus dos manos y me enseña los dorsos. Está temblando. 

—Sí, lo siento —suspiro. Quiero disculparme mejor, pero es todo lo que sale—. La tumba de Dorothy está conectada con ese túnel y, si esto tiene algo que ver —levanto la pluma que encontré en la oficina de Müller y les enseño la parte que tiene grabada la libélula—, seguro que estará involucrado con Padin. —Niego con la cabeza—. No la habrían cerrado ni el clero se hubiera marchado de la institución. 

—Los protestantes pueden casarse —Annie dice—. Seguramente el último párroco tenía familia, se asustó. 

—Es una suposición demasiado romántica —señala Bryant, que se pasa las manos por el cabello, alborotándoselo. Luego levanta la vista y prosigue, con voz grave—. Tú viste la inscripción, dile lo que rezaba. 

Veo cómo la quijada de ella se tensa unos instantes, pero de inmediato echa un vistazo en derredor, como sopesando la situación mental de cada uno de nosotros. Keyla alza las cejas en señal de una atrevida desesperación. Aunque no me extraña, sino que acelera mis nervios y no hace más que taladrarme la cabeza con esa idea de que se nos está acabando el tiempo. 

Parece que alguien giró el arenero una vez que empezamos a descubrir cosas. 

—Puro es, puro será, la sangre lo ha limpiado. —Annie pestañea un par de veces y se encoge de hombros—. En latín, por supuesto. No es raro que esta gente se tome las citas bíblicas a pecho. 

Todos se vuelven a mirarla. 

Casi me olvido de que es la única atea entre nosotros. 

—A pecho se toman lo que les conviene —intercede Key—. No leemos a Tolkien y creemos en su verborrea supremacista blanca. Sabemos que es una fantasía, pero, aun así, nos encantan los cuentos míticos, sobre todo cuando los personajes pueden mostrar rasgos de humanidad. 

—No veo el punto —replica Annie. 

—Que la biblia está llena de metáforas, y si no las puedes interpretar, no quiere decir que no sirva de nada. —Rueda los ojos y me mira directamente—. Es posible que se trate de una secta en la que hayan tergiversado citas bíblicas con un propósito claro: impunidad. 

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora