28: En el supermercado

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Rumbo a la clase de Hulen, la última antes de las vacaciones invernales premeditadas del colegio, admiro el pasillo, carente de esa barahúnda de estudiantes que corren para llegar a tiempo, con sus extravagantes abrigos y esos semblantes de perfección aparentada en las caras. Aquí hay apenas algunos veinte alumnos desperdigados por el oscurecido corredor, sombras en las esquinas podrían asustar al más valiente.

—Es entendible la forma en la que lo están llevando —susurra Annie.

Le doy el paso tras empujar la puerta de acero de la enorme aula de un profesor que, al adentrarnos, está sentado en el concreto de la plataforma que le permite —o a los que se atreven a formar parte de sus compinches en los debates— vernos a todos como pequeñas hormigas.

No se me ocurriría mencionar a alguien más propicio para discutir este tema, el de la prontitud con la que las familias restantes en el colegio han puesto a un rector suplente, que nada tiene que ver con los Eckhart ni mucho menos con Stanley, o con su padre y madre, que son la comidilla entera del país.

Los medios de comunicación han empezado a transmitir horas enteras de información sobre el campus y la familia que donó la mayoría de las instalaciones. Los sesgos de opiniones se encuentran en los periódicos y, tras dos semanas de desaparecido, el horrible de Eddison Eckhart ha sido puesto en la cabecilla de la lista de los más buscados en los Estados. Algunos dicen que las mismas familias le ayudaron a ocultarse, pero la mía piensa distinto.

—Muchachos —Hulen nos saluda y las únicas cinco cabezas que hay en esta clase se vuelven a mirarnos—. Estamos frente a los que, probablemente, cambiarán este país.

Hulen crea una convivencia honorable y a la par divertida. Su método de enseñanza siempre ha sido acorde a los más actualizados estudios y dejó de lado la tarea de memorizar párrafos y párrafos de citas inútiles, para buscar en cada uno de nosotros, como bien dice, la pasión por la política.

—Será que les tienen miedo a las nevadas —conviene Annie y tira de la manga de mi suéter para caminar rumbo a las primeras filas.

Quentin está en la tercera, así que paso primero. Asiento a modo de saludo, solo para que sepa que en esta situación no nos queda de otra más que hacer como si esas rencillas de adolescentes hubieran quedado atrás.

No nos queda más que esperar a que las heridas se sanen, si es que algún día lo hacen.

—Antes de que el FBI nos inunde con sus interrogatorios —comienza Hulen, sujetándose con cuidado la mancuernilla de la camisa—, me gustaría decir que, pese a mi insolente desagrado por Cuántico, la actuación de los agentes a cargo fue silenciosa y...

—Podemos tocar el tema de los Epicúreos si quiere —lo interrumpe Anabelle—. No tiene que ser grácil con ninguno de nosotros, estamos hartos de tratar de pensar positivo.

—Ajá, los Epicúreos.

—O mejor los Cínicos... Hay que pensar lo que haría Diógenes en esta situación —replica una chica a nuestras espaldas.

—Al fin y al cabo Stanley se convirtió en un supermercado.

Hulen se lleva la mano al cuello y masajea con amabilidad allí, tornando así la clase un poco más ligera tras las pocas risas que se han dejado escuchar.

—Entonces ustedes sugieren que, ante el asesinato de algunas de sus compañeras y compañeros, y el ataque indiscriminado a los derechos humanos en estas instalaciones, seamos lo más cínicos y estoicos que se pueda.

Bajo la vista unos instantes y solo hasta que escucho la voz de Annie, pausada y tranquila, me aseguro de no escuchar las divagaciones de mi cerebro.

Las noches que Keyla pasó en la clínica antes de que la dieran de alta tuvimos que quedarnos en la casa veraniega de los Duke, a decir verdad la única propiedad privada que ninguno de nosotros teníamos. Tim había tenido que marcharse, así que tampoco sabemos cuál es la posición actual de su familia, aunque ya podemos imaginarnos cómo reaccionaron los miembros de su grupo financiero al oír que el príncipe retiraría todos los apoyos a las instalaciones de Stanley.

—La verdad es que las personas que fallecieron no se merecen que cierren la escuela y el gobierno haga simplemente como que no pasó nada más.

—Evidentemente el rector actuó desde su privilegio —retoma alguien más—. Por lo regular vamos en contra de los principios moralistas de la compañera, pero agradecemos que alguien lo diga: mi padre está vuelto loco y dice que no sabe qué hacer conmigo... Incluso se puso a recordar las desapariciones de su época...

—Eckhart llevaba veinticinco años matando mujeres en honor de su despiadado clan...

—La bibliotecaria se negó a prestarme los periódicos de esa época... Dice que no hay más archivos que los que están en esos aparadores y son demasiado pocos. Lo que nos lleva a comprender lo mucho que querían ocultarlo...

—No pretendían ocultarlo —alzo la voz, sin mirar a nadie en particular—. Es que ni siquiera está documentado... Créanme, lo buscamos por todos lados. Pero cada archivo de cada desaparecida se esfumó.

—Por alguna razón el clero abandonó Stanley. Que Dios, literalmente, se aparte de un lugar es toda la señal que necesitamos —contrapone Annie, y Hulen arruga el entrecejo—. Tratamos de buscar una prueba para llevar a Eckhart a la justicia y no encontramos más que un viejo pasadizo que ahora el FBI ha clausurado.

—Era de esperarse —la chica insiste.

—Entonces al estoicismo. —Hulen suspira—. Es muy triste pero...

—La justicia tiene ángulos asimétricos —digo.

Nadie se atreve a seguir hablando y al empezar definitivamente el tema de la corriente de filósofos estoicos, noto un aire de pena en el profesor, que habla entre dientes y mira de nuevo por la enorme ventana que se encuentra a un lado.

Es un día gris y con el sonido del viento pasando por las cúpulas de las torres, provocando silbidos y ruidos en las paredes, chirridos que enchinan la piel y pensamientos oscuros sobre lo que nos depara el mañana.

Al terminar, Hulen nos hace una seña y la primera en acercarse es Annie. Doy un paso solamente y nada más estar allí escucho la voz pasmada de un hombre al que probablemente no volveré a ver dentro de mucho.

—Seguirá siendo mi tutor de tesis. Con estas credenciales nadie querría contratarme... —Está parada con soltura, sin nervios y mirándolo.

—Deberían de asistir a las terapias que ofrecerá la escuela —sonríe él.

—Son solo dos días más —musito—. Dudo mucho que vuelvan a abrir la cafetería...

Hulen asiente, no muy convencido, y luego dice—: Estaba recordando mis años aquí, y es verdad lo que dice Mackenzie sobre su padre... Supongo que debido a ello sus cuestiones acerca de Terriers.

—Ya no importa —murmura Annie, la voz sin emoción alguna—, le he dicho al agente todo lo que sabemos, pero ellos insisten en que no hay ningún pasadizo... Hasta le dimos la llave que... alguien sacó del despacho de Eckhart.

Tras parpadear varias veces, Hulen se hurga el bolsillo dentro del saco y nos muestra una llave vieja, con la planicie grabada; al sostenerla, noto que tiene que el escudo de armas de Stanley y que una libélula corona el estandarte.

—Les dije que ese lugar en la biblioteca está cercado, pero creo que lo que no quieren es encontrarlo. —Su expresión ahora es sombría y un poco austera—. Les diré dónde está, procuren tomar fotografías.

Aprieto en mi palma la llave y lanzo una mirada a Anabelle, cuyo rostro es la viva imagen del miedo. 

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora