2: En la oscuridad

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—... En mis dedos y en los bordes del —suspiro— cerebro, en centros de centros de lo que soy y de lo que queda.

Arrojo el libro a un lado; no parezco tener una mejor opción que quedarme aquí, mirando el techo, mientras Annie ronde por la casa con esa mirada arisca, los hombros erguidos y el rictus de preocupación en el rostro. Deben de ser las cinco de la mañana, o algo semejante.

No esperaba quedarme despierto tan tarde, pero faltan como tres días para que Annie regrese a Longwood; estoy perturbado y nervioso por ello. Y de hecho Keyla y yo haremos lo mismo, lo que quiere decir que compartiremos un sitio muy cercano de nuevo. Tendré que hacer un esfuerzo para no intentar hablar con ella acerca de lo que entendió mal con mi comportamiento.

Pero también me detengo porque soy consciente de que no haré nada más que entristecerla.

Y ya no quiero eso.

—Son patrañas, Bukowski —musito, al tiempo que me levanto del sofá en el rincón de la alcoba.

Tiene una terraza gigante, con una vista de la playa de Malibú; voy hasta allá y me recargo en el muro de madera, pendiente de los estragos de la noche; hay muy pocas estrellas en el firmamento, un aire atroz que entra a través del cancel que dejé abierto para no aumentar la asfixia.

Una sensación terrosa se desliza por mi garganta, por lo que me veo obligado a carraspear. Últimamente pienso que alguien me está observando, que me he vuelto más paranoico.

Keyla dijo que es la culpa.

Hago una inspiración profunda, girándome al instante con la intención de buscar algo en la cocina que me hidrate; hace un calor infernal. No puedo creer que esté extrañando el clima frío, siempre como el aliento de un muerto, en Buckley Longwood. Aunque creo que es más una desesperación por volver a los terrenos que creo controlar; ese lugar en el que no solo soy el hijo de mi padre, el nieto de mi abuelo y el sucesor de Angus. Soy yo.

Alguien a quien pocas personas conocen.

Inmediatamente me recuerdo que el cumpleaños de Bry es en una semana, así que no tengo pretextos para no llegar antes del ingreso oficial al campus. Según lo que papá averiguó por la mesa directiva, habrá agentes infiltrados que le llevarán sazón a esta intriga política. Y siento que no tendría que ser así: creo que están trabando amistad, que con el trasero de Bush sentado en el trono del país, nos harán menos caso que nunca. Tendré que acatar las órdenes de mi abuelo y fingir que no sabemos que ocultaron información al FBI.

En las escaleras, bajo los mismos pensamientos, me detengo a escuchar una serie de murmullos que vienen desde la cocina. Hay un chorro delgado de luz que surge por el resquicio de la puerta, que empujo de un manotazo una vez que he caminado hasta allá. Annie mira por encima del hombro, y al verme baja la vista y se concentra otra vez en lo que sea que esté entre sus manos.

Keyla, en lugar de ser más educada y dulce, me ataca de lleno con una mirada de suficiencia, que interpreto como el enojo en el estado más puro en el que puede surgir. Alzo las cejas para que vea que me tiene sin cuidado lo que piense de mí; si le dijera lo que ocurrió, iría a plantarle cara al padre de Annie; parece que la estoy escuchando, así que, cuando abro el frigorífico para sacar una botella de agua, esbozo una sonrisa.

Sí, puede que me imagine a mi hermana haciendo una huelga para que se castigue al abusivo padre de Anabelle. Me pidió a mí, un hombre que podría ser su hijo, alejarse de una muchacha tan solo dos años menor, que viste y calza peor que él en carácter y cuando se entere de que le hice caso, de que la terminé justo cuando estaba tan triste y aterrorizada por la muerte de Scarlett Lincoln... Nunca va a perdonarme y, por ese sentimiento, creo que lo odio.

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora