25: A la defensiva

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Dicen que la muerte no es el final, que no puedes encontrar el sinónimo perfecto para describirla y que no existe ninguna manera en la que, los seres humanos, dejemos de temerla. Una vez vi cuando sacrificaban a uno de los caballos del establo de mi abuelo. Se había roto una pata y la infección era tormentosa. Mientras lo miraba, había un sentimiento de justicia que rodeaba a los presentes. Mi padre prefirió irse pero el tío Angus me sujetó por los hombros y se quedó ahí de pie, observando los últimos minutos de existencia del corcel, un viejo semental que según nos contó Bert más tarde, había formado parte de sus favoritos en sus años mozos. —Tú no quieres sacrificar a nadie más —digo, aunque no estoy convencido de mis propias palabras en absoluto. Los ojos —y toda su expresión—de Josh lucen desencajados. La sombra que tiñe sus retinas tiene la ilusoria imagen de esa justicia que mi abuelo le impartió a un animal que le pertenecía. Ese ajuste de cuentas se siente en cada movimiento que hago, en cada vez que me late el corazón, y a veces resuena en mis oídos. —Tú tienes la culpa de todo, por fijarte en ella —escupe el susodicho y dispara de nuevo. En esta ocasión me tiembla pavorosamente el labio inferior—. Y todos ustedes se olvidan de que están aquí por mi familia...—Que terminarás de mandar al infierno —masculla alguien. —La Ivy League retirará a Stanley de su lista —grita alguien más. Parece que han perdido el respeto por sus vidas. Y aunque lo pienso con profundidad no encuentro ninguna queja ante ello. Sé que Annie sigue detrás de mí y eso es en lo único que guardo fe. —Amigo... —Bry habla, con la voz aterciopelada y queda—, todos aquí nos jodimos por tu familia...El arma ha comenzado a temblar. La primera se ha caído de su mano izquierda y, con el rostro congestionado, el paso que da en mi dirección se siente como la vida misma. —No saldrás de aquí —me espeta.—Bueno —digo—, pero deja ir a los demás. —Estás loco —interviene Eliot—que todos están chalados, no podrás razonar con él...—Mi intención no es razonar...—¡Cállense!—No me iré a ningún lado —masculla Bry—. Seguiremos siendo las víctimas aunque nos mates aquí mismo, y pudiste haber hecho las cosas distintas, pero en el último momento elegiste tomar el mismo camino que el violador y sádico de tu tío...—Lamento mucho la muerte de tu hermano —susurra la demudada voz de Annie de fondo, pegada a mi costado. Josh se la queda mirando y entorna los ojos hacia ella. Su semblante se ve impecablemente fúrico hasta que alguien irrumpe en la cafetería. Tres hombres con chalecos acaban de internarse y Josh sigue mirando a Annie. Gruesas lágrimas resbalan por las mejillas del muchacho e ignora todas las amenazas de los que supongo son agentes de la policía. Ha disparado abiertamente contra cinco personas y estoy rogando porque su mirada sea un atisbo de arrepentimiento. —Y tú que lo empezaste todo —murmura, encañonando el arma. Annie levanta el mentón, sin dejar de llorar, y responde—: Me retracto. Es mentira. No lamento la muerte de Landon. No ha sido en San Quentin, hasta para eso existe la meritocracia en tu mundo. —Una palabra más y te juro...—Mira a tu alrededor —dice ella sin inmutarse más—. Estás solo. No sé si por temeridad o por realismo, ella cierra fuertemente los ojos, lanzado en el acto un escupitajo a los pies del chico. A sus espaldas, uno de los agentes grita una nueva orden, pero en lugar de obedecer, Josh encañona el arma y la apunta contra Annie. Así que de inmediato recuerdo al semental, a mi padre yéndose del corral y a mi madre recordándome que cuando estás a punto de perder algo lo primero en lo que piensas es en todas esas cosas que pudiste hacer para evitarlo. Nunca pensé que podría llegar a temer algo más que ver cómo la amenazan y tampoco distingo si lo que siento es uno de esos amores de los que escriben los poetas. Lo que sí sé, es que a mí tampoco me pesa el cómo le disparan, consiguiendo que finalmente baje el arma. Supongo que es la importancia de vivir —o no— a la defensiva. Porque puedes apuntar un arma injustamente, o mandar matar a un caballo que no te sirve más, pero al final siempre habrá quien te dispare por la espalda. En esos lugares en donde impera el poder sobre todo, el precio por ello siempre acabas siendo tú mismo.

Cada demonio tiene su ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora