~Ruth~
Al día siguiente había quedado en llamar a Villamil para la grabación de la canción, pero no lo hice. Cuánto más lo pensaba, más surrealista me parecía. ¿Qué hacía yo haciéndole perder el tiempo de esa manera? Además, yo misma tenía cosas que hacer. No era artista, era mánager. Y una mujer adulta, por cierto, aunque últimamente me pareciera que tenía la cabeza llena de pájaros.
Sin embargo, mi móvil sonó a la hora de la siesta. "Juan Pablo Villamil", anunciaba mi teléfono. Me erguí en el sofá y carraspeé. Qué raro que me llamase... Si fuese algo del trabajo, me llamaría Pedro ¿no?
- ¡Hola Villa!- saludé con normalidad.
- Te gusta hacerte de rogar ¿cierto? ¿Esa estrategia la usas también como mánager? Porque no me parece una buena opción.
- ¿De qué hablas?- pregunté soltando una risita nerviosa.
- Ayer me prometió que me llamaría para venir a grabar su canción, que por cierto, le tienes que poner un título.
- Te lo agradezco mucho, Villa, en serio. Pero es que le he estado dando vueltas y... no quiero hacerte perder el tiempo. ¿Qué sentido tiene? O sea... me gustó mucho cantarla contigo, con el banjo, conocer tu opinión, pero... Seguro que tienes mejores cosas que hacer.
- ¿Sabe que no? ¿Y sabe otra cosa? No piense tanto. Aprovecha que tienes esta oportunidad. No tiene por qué llegar a nada. Es sólo por darse el placer de tener su canción. Quién sabe si en un futuro permite al mundo disfrutar de ella. La espero en nuestro departamento en una hora. Tengo todo listo.
No había manera de resistirse ante ese ímpetu y la verdad era que me ilusionaba. Llegué al piso que alquilaban los chicos. Isaza echaba una partida con la Nintendo Switch. Los Vargas estaban desaparecidos en combate. Villa me hizo pasar a la parte de la vivienda que habían convertido en estudio.
- Acá estaremos tranquilos para el ensayo antes de grabar.- me dijo.
Pasamos la tarde, ensayando, haciendo cambios, cantando a dos voces. Cualquiera hubiera caído rendida a los pies de Villa ante esa voz ronquita tan cerquita. Evidentemente, yo no era cualquiera. Pero disfrutaba viéndole tan apasionado con una canción, que ni siquiera era suya. Por otro lado, Villa en la cercanía cada vez me gustaba más. Era fácil estar y conversar con él. Y me acababa de dar cuenta de que tenía una marca en uno de sus párpados, que cuando bromeaba, torcía ligeramente los labios y que tenía la risa más contagiosa del mundo. Cuando por fin decidió que ya estaba perfecta para grabarla, le pedí un favor.
- Este no será un verdadero regalo si no la grabas conmigo. Me gusta más cómo queda contigo.
- Usted la hace muy bonita, no necesita de nadie. Y yo tengo que estar en la cabina...
- Lo sé, sé que queda bien. Pero a mí me hace ilusión cantarla contigo. ¿Crees que Isaza se molestará mucho si le sacamos de su partida de Mario Kart?
Compartir la canción con una tercera persona, esta vez con Isaza, me encantó. Isaza era un profesional como la copa de una pino y la nobleza personificada. Cuando terminamos de grabar, estuvimos hablando como si nos conociéramos de toda la vida. Isaza me explicó que tenían algunos compromisos en otras ciudades de España y luego iniciarían la gira en Madrid.
No me hubiese ido nunca de aquella casa, pero se hacía tarde, así que me despedí. Villa insistió en acompañarme.
- ¿Cómo fue la tarde? ¿Qué te pareció?
- Dios mío, Villa. Me ha hecho tantísima ilusión todo. Esto lo recordaré el resto de mi vida.
- Me alegra que lo hayas disfrutado, porque yo también la pasé en grande. Y no querías venir... ¿ves cómo no te arrepientes?
Cuando llegamos a mi calle, me acompañó hasta el portal. No me apetecía nada despedirme de él.
- ¿Quieres subir a cenar? Y saludas a mis chicos.
- No quisiera molestar.
- ¿Molestar? Te estoy invitando. No es una molestia. A mí me gustaría.
- Dale, me apunto a esa cena.
Sergio no estaba porque su novia había venido de visita express, pero El Cousin y Angelito estaban preparando un cena riquísima.
- Donde caben tres, caben cuatro- le dijo El Cousin a Villa- Bienvenido a nuestra humilde morada.
No se nos acababa nunca los temas de conversación. Se notaba que El Cousin y Angelito eran andaluces porque no dejaron de hacer bromas y contar chistes durante toda la cena. Veía a Villa disfrutar y reír a carcajada limpia. Entre risas, él contó cómo se habían iniciado con el grupo y a qué aspiraba. Explicó que era alérgico a los perros y que le encantaría visitar Alemania. Por el contrario, le conté que yo me imaginaba mi vida en solitario, tomando siempre mis decisiones, viviendo de lo que me gustaba, sin una estabilidad.
- Dentro de unas décadas, será una abuelita adorable rodeada de gatos y un sombrero picudo- se burló Angelito.
Tras la cena, Villamil nos ayudó a recoger y después le acompañé a la puerta para despedirlo. Algo dentro de mí, no quería separarse de él. Sus ojos grandes, me miraban bonito, de una forma que me hacía sentir como alguien especial a su lado. Un hilo rojo unía su mirada con la mía y no quise apartar la vista. Y estaba convencida de que él también lo sentía. Sólo un estímulo ajeno podía romper la magia. Y en este caso, fue la puerta de la calle. Sergio volvía con su novia. Villa y yo nos separamos, confusos, mientras El Espeto nos saludaba sorprendido.
- ¡Hombre!! ¡Mira quién está aquí! Ven que te presento...- hizo las presentaciones mi amigo.
- Encantado. Una lástima, pero me tengo que ir ya. ¡Nos vemos!- se despidió Villa, pero la última mirada fue para mí. Una mirada que rogaba a gritos un "llámame"... Tenía claro que no iba a hacerlo. Tenía que correr un poco el aire.
- ¿Ha pasado algo?- preguntó Sergio en cuanto Villa cerró la puerta, algo confundido por la situación.
- No, nada. Nos hemos despedido. Es que mañana me voy a Madrid. Tengo trabajo allí ahora y como dentro de unos días iréis para allá...- decidí sobre la marcha.
Aquella noche no pude pegar ojo. Era cierto que tenía trabajo en Madrid, así que técnicamente no estaba huyendo.