No fueron muchos los días que Morat pasó en Barcelona. Tenían la gira por España y después se marcharon para Colombia.
Tampoco fueron muchos los días que yo estuve de bajón. No estaba en mi carácter afligirme y acostarme en el sofá con unas cuantas mantas a devorar helado de fresa, mientras en la tele echaban una tras otras, comedias románticas. No tenía tiempo para eso y además, siempre me he hecho la fuerte, aunque en realidad, no lo sea tanto.
A veces, pillaba a Sergio estudiándome de soslayo como si creyese que en cualquier momento me fuera a romper como una de esas figuritas de cristal que decoraban nuestro salón.
La comunicación con Isaza era constante, a través de llamadas, mensajes o Skype. No sólo se creó un vínculo de amistad muy bonito la noche que estuvimos de confesiones, sino que me abría un amplio abanico de posibilidades a nivel laboral, me daba ideas, opciones, contactos. Después de marcharse a Colombia, Isaza volvió un par de veces en calidad de productor. Era una maravilla trabajar con él.
A los trece meses de aquel último desencuentro con Villa, recibí una carta sin remite. Dentro del sobre, había otro más pequeño, éste sí con un nombre y una dirección. Me quedé helada al leerlo y por un momento, pensé que podía ser una broma de mal gusto. "De Juan Pablo Villamil Cortés"
Querida Ruth,
Para dejar de arrepentirme por mi comportamiento la última vez que nos vimos, no estoy seguro si me alcanza una vida... Te escribo para pedirte perdón por ser un estúpido y en mi defensa sólo puedo alegar que me sentía dolido.Eran las primeras palabras de una carta preciosa en la que me parecía asomarme al alma de Villamil, poeta y mártir. La guardé, pero no me planteé contestarle. Yo ya no le guardaba rencor, después de un año, pero tampoco iba a hacer nada para retomar la relación. Me parecía forzado. Tampoco tenía su teléfono y no iba a pedírselo a Isaza.
Sin embargo, no fue la única carta. A los quince días recibí otra y otra al mes y así sucesivamente. Todas ellas igual de bonitas y que me dejaban al descubierto pequeñas partes ocultas hasta ahora sobre Villa y me llenaba de ternura pensar que estuviera dedicándome ese tiempo y el pensamiento. Tras varios meses y la retahíla de cartas, decidí contestarle. Una tenía su corazoncito.
"Querido Juan Pablo..."