~ VILLA ~
Aquella primera carta de Ruth me había llenado de esperanza. Y fue la primera de muchas. Le había escrito dieciocho misivas antes de que se rompiera su coraza y se atreviera a contestarme.
Había intentado olvidarla, seguir al pie de la letra el consejo que me dio Sergio. Ni sabía de cuántas chicas había intentado enamorarme. Imposible. Ella debía de ser medio bruja porque me había hechizado. Y a pesar de la distancia y el tiempo, la memoria del corazón no olvida. Ella se me había quedado tatuada a fuego, aunque no la conocía. No sabía nada de su historia y algo en mí tenía la convicción de que no se equivocaba eligiéndola. Qué digo eligiéndola, ni siquiera tenía esa opción. El roce de sus labios me había atrapado para siempre.
Así que harto de mi nostalgia gritada en la intimidad de la amistad, Isaza me propuso escribirle cartas y continuar haciéndolo a pesar de su silencio inicial. Aunque me doliese admitirlo, él la conocía más que yo y aseguraba que algo tan clásico como recibir correo ordinario era la mejor estrategia de conquista para Ruth.
A menudo, recordaba las palabras de Sergio. Aquello que dijo sobre que prefería tenerla cerca como amiga que no tenerla. Yo había optado por la segunda opción y me había salido el tiro por la culata. Por eso había reaccionado como lo hice la última vez que la vi. Era mi manera de poner distancia. Y porque me sentía terrible y confundido ante sus señales contradictorias. Esa falta de valor de ella me irritaba, pero ni modo, sólo podía resignarme o continuar echándole los perros con toda hasta sanar esta tusa infinita que me dominaba.
Me resultaba tremendamente sencillo escribirle. Era abrir el corazón y salía la insipiración a borbotones. Lo hacía con poesía y palabrería para no asustarla con la verdad desnuda de mis sentimientos, pero no por ello era menos real.
Estuvimos nueve meses escribiéndonos cartas cada semana o dos semanas. A veces, la necesidad de escribir era tan apremiante que todavía no había recibido su respuesta y ya le estaba enviando otra. También le contaba los planes de la banda, intercalados con chistes y el boceto de alguna que otra canción, sobre la que le pedía consejo. Le hablaba de mí, de mi familia, le contaba anécdotas de la gira... Casi se había convertido en un diario personal a través de cartas.
A ella le costó abrirse, pero enseguida comencé a intuir más nítidamente su interior, su historia y la sed por saber más de ella y volver a verla iba creciendo en cada palabra.
Creo que ninguno de los dos nos dimos cuenta, pero compartíamos cosas que quizás no nos atrevíamos a decir en voz alta a nuestros amigos. Éramos cómplices. Y caer en la cuenta, me hizo comprender que era un regalo.
Al quinto mes de estar en contacto, volvimos a España de promoción de nuestro nuevo disco. Me moría de ganas de mirarle a los ojos, romper esa magia que se había creado en meses de papel y tinta y hacerlo realidad. Pero no pudo ser. Ella se había ido de gira por el norte de Europa con una de las artistas a las que representaba.
El momento de volver a vernos llegó tres meses más tarde.