Capítulo XVIII

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Edgar Partinus se reclinó contra el asiento trasero del automóvil.

Pasó su pulgar por el borde del reloj de bolsillo, regalo de su padre luego de graduarse de la universidad. Había pasado a generaciones y generaciones de hombres Partinus, y aunque sabía que su padre estuvo muy cerca de entregárselo a su hermana, Poppet, finalmente se decidió por Edgard.

—Tus pies viajarán. Tus manos construirán. Vivirás y sufrirás, pero tu hogar siempre estará aquí. –su padre había cerrado la mano de Edgard alrededor del reloj de oro. –Vuelve a tu hogar siempre, hijo.

Japón estaba nueve horas por delante de Londres. Su padre debería estar realizando su visita de la tarde a sus pura sangre en las cuadrillas y sopesando las apuestas de la siguiente carrera de caballos, pero Edgard estaba en medio de la noche en un país extraño esperando para hacer cosas más extrañas aún.

Observó el grabado en el reverso del reloj. J. M. Partinus. Su tátara y algo más abuelo, pensó.

Era hermoso, pero tenía un ligero gusto amargo en su boca cada vez que lo observaba.

Ese regalo no había sido un acto desinteresado. Su padre creía que Edgard se marcharía a Japón o algún lugar con su antigua novia y prometida, Camellia Travis.

Su padre no quería que Edgard hiciera aquello.

—Hay un automóvil acercándose. –dijo el guardia que conducía su automóvil aquella noche. —La matrícula coincide, señor.

—Está bien. –murmuró Edgard. –Esperemos.

No le gustaba la ola de nerviosismo que pinchó sus músculos. Él no era inquieto ni nervioso.

El sabia cuando hablar. El conocía sus emociones.

Él tenía el control de la situación.

Pero no se sentía en control en lo más mínimo. Desde la tarde, el ruido más mínimo lo sobresaltaba.

El ruido de una puerta al cerrarse era muy parecido al de una bomba personal al explotar. Edgard no sabía eso hasta esa misma tarde.

Paso los dedos por su reloj, buscando algo de consuelo en aquel acto.

Su padre había manipulado e incluso amenazado a Edgard para abandonar a Camellia y su idea de irse con ella, pero eso no fue lo que terminó por obligarlo a tomar aquella difícil decisión.

— ¿Esta listo para bajar, señor? –preguntó su guardia, devolviéndolo al presente.

Solo un guardia le parecía demasiado a Edgard hasta el día de ayer. Ahora un guardia le parecía demasiado poco.

—Si. –afirmó, guardando el reloj en su bolsillo y abriendo la puerta.

El frio viento de la noche sacudió su cabello y se coló por la abertura de su traje formal. Arregló su ropa y enderezó sus hombros mientras observaba dos figuras acercarse a él.

Un recuerdo serpenteó en su mente al observar a la figura más pequeña de los dos.

—Tessa, ¿Estas segura? Esto es por lo que peleamos. Esto es nosotros, Tess.

Su amiga no lo miró. Escribió su firma al final del documento con rapidez, como si quisiera irse de allí pronto. Su poder en la AIF terminaba allí. Sus derechos, su voz y decisiones serian tomadas por Iwan Sarsfield a partir de ese momento.

Y la presidencia de la AIF quedaba vacante.

—No quiero esto, Edgard. Necesito concentrarme en otros aspectos más importantes que...esto.

Redención (Inazuma Eleven-Axel Blaze)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora