Capitulo 1

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-Sales a las cuatro de la tarde Stella. - avisó Mario, el encargado de la gasolinera. Era el único trabajo a medio tiempo que quedaba cerca de casa y necesitaba ingresos así que no me quedó de otra que postularme. No era muy común que una mujer trabaje aquí, pero yo no he venido por lo común sino por el dinero. Y por mi experiencia de vida, podía adaptarme a cualquier cosa ya.  

Salí del hermoso lugar con aire acondicionado y me detuve cerca de los surtidores a la espera de algún automóvil bajo los treinta y cinco grados que hacía de calor. Quedaban dos horas para irme, así que rogué por que pasaran rápido. 

- ¿Qué tal guapa? ¿Puedes llenarme el tanque? -Ricardo estacionó su automóvil cerca de mí y rodé los ojos. Siempre a la misma hora y siempre igual de baboso. - Hace calor hoy ¿no? Estas algo traspirada. - me observo de arriba abajo sin ningún escrúpulo. - Lindo trasero. - dijo cuando camine hacia el surtidor. Suspiré, si le respondía o lo mandaba a la mierda nuevamente como lo había hecho en varias ocasiones atrás, me suspendían el salario. El motivo justificante de la empresa era que estas situaciones no solían suceder con sus demás empleados y que yo era la única que lograba pelarme con los clientes. En mi defensa puedo decir que todos los demás empleados son hombres y no creo que Ricardo esté interesado en ninguno de ellos. - ¿Hoy no me responderás? ¿Has aceptado ya que soy el único hombre que está interesado en ti? - Ignoré, no necesitaba que ningún hombre se interese en mí, paso de esa incomodidad. - Sabes que estas gorda y que tienes pocas oportunidades antes de morir sola ¿no?

- ¿Limpio sus vidrios señor? - dije conteniendo mi rabia. Él sonrió arrogante y asintió. 

-Puedo dejarte la propina dentro de los pantalones si quieres, si es que mi mano entra ahí, esta algo apretado. - dijo señalando mi panza. Estuve a punto de reventarle el parabrisas con el limpia vidrios, pero Samuel, mi compañero de turno me salvo de una terrible sanción.

-Señor, seguiré atendiéndole yo ¿está bien? -Él me arrebató las herramientas de limpieza y las puso entre sus manos mientras me hacía señas silenciosas para que me retire. Me negué, tenía que atacarlo, no podía sobrepasarse conmigo porque sí. - Stella, por favor, es un idiota, toda la gasolinera lo sabe, déjalo y con suerte se estampa contra alguna columna. - sonrió.  Traté de respirar despacio para tranquilizarme y aproveché que llegó otro automóvil para retirarme. 

- ¿En qué puedo ayudarle? - pregunté amablemente. El joven chico que estaba de conductor me observo de arriba abajo, estaba acostumbrada ya a estas miradas acusadoras de siempre. 

-Quiero el tanque lleno y no te preocupes, iremos a por comida adentro así que nos cobran allí. - respondió mientras abría la tapa del tanque de combustible. Los observe bajar, eran tres chicos, no más de veintitantos. Pude ver como uno de ellos caminaba nervioso mientras acomodaba su chaqueta de una forma extraña. Suspiré, los clientes de aquí llegan cada vez más raros. 

Me dediqué a llenar el tanque y limpiar los vidrios, básicamente lo que debía hacer en todos los vehículos que llegaran aquí. 

De repente la alarma contra robos comenzó a sonar logrando partirme al medio los tímpanos, joder que sonaba fuerte esa mierda. Desconecté el surtidor del tanque y me escondí tras el vehículo. Busque a Samuel con la mirada, pero estaba tan cagada que no podía mirar detalladamente a nada. Traté de recordar el protocolo de seguridad, pero nada llego a mi cerebro. 

- ¡Mario está luchando con los ladrones! - escuché gritar a mi compañero. No iba a mirar, si asomaba la cabeza tan solo un poco corría el riesgo de que me mataran o algo. 

- ¡Déjalo! - respondí mientras me agachaba más para esconderme mejor. 

- ¡No podemos dejarlo! Es nuestro jefe. - Estaba loco si pensaba que iba a entregar mi vida a cambio de la de Mario. - ¡Acompáñame Stella! - me negué mientras lo observaba extrañada. - Si tuviese un compañero hombre me acompañaría, vaya cobarde eres. - dijo acercándose más a la puerta del local. ¿Yo? ¿Yo cobarde? Apreté mis dientes y me debatí a duelo en mi cerebro, si salía me mataban, pero al menos no moría como cobarde, si no salía me despedían o peor aún, me atormentarían por el resto de mis días allí. 

La chica del expediente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora