Está prohibido pensar

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Está prohibido pensar.

La miraron mal únicamente por tener una opinión diferente. Ella calló, temerosa que sus amigas menospreciaran sus intereses. Algo mal funcionaba en su cabeza si no era capaz de comprender sus gustos y alabar esas novelas insulsas que días tras día ensalzaban. Tenía que serlo si tantas personas disfrutaban de esos romances insípidos, de esas historias estereotipadas con su principio y final siguiendo las reglas de los bestsellers.

Está prohibido pensar.

Sus padres no comprendían que no aceptase sus dogmas. Eran extremadamente sencillos, mezcla de religión familiar y los propios deseos de sus progenitores. No era lo que ella quería, sino lo que ellos preferían, obligándola a asumir sus ideas en vez de dejar que las suyas florecieran. Eso no era importante, no para ellos.

Está prohibido pensar.

El profesor no entendía a esa alumna suya, siempre silenciosa y retraída. Era la única que no se había ceñido al mismo esquema que sus compañeros en el trabajo. Casi parecía como si estuviera obcecada en seguir el camino contrario, ir a contracorriente en vez de moldearse a lo que él había pedido. Podía haber sido un trabajo excelente, pero era demasiado diferente.

Está prohibido pensar.

Los pensamientos que no podía tener ni decir los convirtió en cuentos. Ideó mundos con los que gritarle al silencio, enmascarando lo que realmente sentía en historias infantiles y poemas para una revista. Escribía porque lo necesitaba, era el único camino que le quedaba para seguir protestando contra ese mundo que masacraba cualquier crítica, cualquier comentario que se saliera de lo normal.

Está prohibido pensar.

El terrorista detonó tres palabras, masacrando sueños, un futuro y la libertad de protestar, de seguir pensando, de actuar independientemente a las palabras de un libro. Muerte dictada por papel contra papel.

No lo lamentó: le gustaba demasiado pensar, aunque estuviera prohibido.

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora