Diosa

108 18 7
                                    

                Conocí a la diosa Artemisa en una página. Ella no tenía por qué saber quién era yo, y en un principio desconocía mi existencia, pero según comenzaba a escribir cambié de idea y decidí que la diosa no solo sabía quién era, sino que sentía que estaba ante una mortal medianamente agradable. Esto último no solo fue para saciar mi vanidad, sino para evitar esas confrontaciones tan características del panteón griego y que únicamente me podían traer problemas.

                El principio de nuestro encuentro fue muy confuso, especialmente porque ninguna hablaba el idioma de la otra, así que tuve que volver a modificar el contexto de manera que la entidad hubiera estado aprovechando estos siglos para aprender mi idioma y parte de mi cultura.

                Lograda la presentación inicial y superado el primer contratiempo, nos quedamos en silencio, sentadas sobre párrafos mudos y sin más paisaje que la hoja que se escribía al mismo tiempo que existíamos.

                Aburrida, hice desaparecer a la diosa antes de ponerme a escribir. No era divertido robarle su divinidad para convertirla en un personaje más.

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora