Congelado

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El tiempo se había detenido en la habitación 351.

El ligero portazo con el que se despidió María separó algo más que una habitación del resto del hospital: era la barrera entre la quietud de dentro y el frenesí de fuera. Prince lo había comprendido en cuanto su amiga se dispuso a desgranarle sus últimas peripecias. Hasta entonces el joven no había caído en lo inmutable, tranquila e interminable que era su rutina. Despertaba, tomaba la medicación, leía, comía, para luego zambullirse en una siesta kilométrica con la que pretendía destruir el tiempo y acortar la llegada del mañana. El cielo también se repetía cada mañana, apenas variable, siempre limitado a las vistas de la ventana. Y los días se iban sumando; ¿cuánto tiempo había malgastado en no hacer nada? ¿Cuántas semanas se habían sucedido, una tras otra, sin que él se diera cuenta?

La vida de María, sin embargo, era un bólido que, lejos de detenerse, había cogido velocidad. "Han pasado muchas cosas", resumió y su mirada brillaba y decía que sí, que habían sucedido demasiadas cosas como para resumirlas en dos palabras. Estaba cansada, pero parecía feliz.

Prince se quedó contemplando la puerta aun cuando su amiga hacía rato que se había ido. ¿Cuánto tiempo había perdido? ¿Lograría recuperarlo?

Y entonces, le entró en pánico. Tenía miedo de quedarse congelado para siempre, miedo de haber perdido unos meses irrecuperables, pero por encima de todo, miedo de no volver a alcanzar a María y que ella le abandonara por otros amigos con la misma vida frenética.

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora