Infierno

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Con cada paso que daba, el carromato se tambaleaba peligrosamente, pero eso no hacía más que animar el viaje, ofreciéndome mil aventuras con cada sacudida. Las piedras con la que tropezaban sus ruedas me permitían saltar, rozar las nubes y adentrarme en un nuevo mundo. En el pescante alguien gritó que tuviese cuidado, pero era difícil ignorar la llamada de lo misterioso.

Golpe, sacudida y ascendí hacia el cielo. Durante un instante mariposas gigantes revolotearon a mí alrededor. El parpadeo de sus alas de colores me acompañó en la caída.

Volví a saltar en el siguiente bache. Mis dedos rozaron nubes y polvo de montañas que se desintegró al tacto. Nada más caer me preparé para volver abalanzarme hacia el cielo. Mientras las maravillas se escurrían por mis dedos maldije la gravedad y su existencia, lamentando que invariablemente acabaría por caer, saltase lo que saltase, incapaz de aferrarme al caleidoscopio de imposibles.

Borracha de fantasías, rompí las reglas e intenté rozar de nuevo el cielo. Era demasiado pronto, demasiado precipitado, pero me arriesgué sin saber que era el vacío lo que me aguardaba al final.

La tierra se agrietó al compás de la caída de mi cuerpo. El carromato y el sendero quedaban ya lejos, anclados en la tierra media. El castigo para los que soñamos con volar son las fauces del infierno, angostas e interminables, que se cernieron sobre mi existencia hasta cubrir mariposas, colores y universos con su manto negro.

Desperté, una vez más, incapaz de retener en mi memoria los sueños que se desvanecían en contacto con la realidad.

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora