Un frágil mundo de cristal

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Sin trampas. Cierra los ojos y deja que una historia surja, como si vieras una película.

La pelota se dejó caer. Dio un bote, dos y despegó rumbo hacia el cielo. Por un instante, y a ojos del espectador, eclipsó al sol antes de desaparecer. Lo hizo fundiéndose en un firmamento que no era tal, sino una mancha grisácea que se había quedado a medio camino de formar parte de algún color.

Aun así, aquel lugar era tan brillante que costaba distinguir los contornos de seres y objetos. Había una joven justo delante del sitio exacto en el que la pelota había salido disparada, pero ni se había percatado de ello: tenía la mirada fija en el infinito, ajena al viento que le revolvía el cabello y lograba que el flequillo se le metiera entre los ojos. Todo en ella era de un azul blanquecino, como si hubiera sido esculpida en un único material. Estaba tan inmóvil que daba la sensación de no estar viva: lo único que parecía resistirse al ensimismamiento eran sus escurridizos mechones de pelo, el resto de su cuerpo se había quedado congelado en una postura tan simple como su diseño.

Su rostro recordaba al de una muñeca, con unos ojos cristalinos tan claros y puros que la luz centelleaba en ellos. Si ese espectador que tan bien puede ser tú o yo se atreviese a asomarse a esa mirada suya, vería que dentro de sus pupilas se puede vislumbrar un mundo en miniatura, esculpido enteramente de cristal, donde solo hay una muñeca que contempla sin ver como una pelota desaparece en el falso cielo.

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora