Plaza de fantasmas

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Caminaba sin molestarse en no hacer ruido. En contraste con el silencio de la calle, sus pisadas sonaban estridentes, molestas, patadas contra el empedrado de piedra. También llevaba consigo un palo con el que, a ratos, se entretenía golpeando farolas, paredes o contenedores. Su paso por la ciudad era una procesión de sonidos estridentes, silbidos y gritos. Era su manera de gritar que estaba ahí y que tenía algo que enseñarle al mundo.

Se detuvo al llegar a la plaza. Como siempre, sintió un pequeño escalofrío al ver que no había nadie. La ausencia era el único visitante de las terrazas con sus sillas vacías y menús sin hojear, el único que buscaba su reflejo en la fuente o descansaba en los bancos pintados de verde. De fondo, se escuchaba todavía el eco de sus pisadas, atrapadas en una repetición ilusoria que logró que, por un momento se sintiese un poco menos solo.

Aquel no era el día.

Aun así se arrodilló en su rincón para entender una manta en el suelo. Le gustaba colocar en ella sus creaciones, sus mundos en papel e historias de colores. La decepción todavía no había conseguido que cejase en su empeño: quizás aquel no fuese ese el momento, pero puede que otro día llegase alguien que le escuchara, alguien que quisiera conocer sus cuentos.

Mientras se entretenía recolocando un par de marionetas sobre la manta, una brisa suave le revolvió el cabello. Nervioso, se giró velozmente, lo suficiente como para ver el brillo azulado de un fantasma.

La plaza estaba llena de ellos.

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora