El hamster

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              Arrugó la naricilla al compás del temblor de sus orejas. Su naturaleza le instaba a seguir durmiendo, pero aquella parte que le diferenciaba del resto de sus congéneres ansiaba recorrer el inmenso mundo que le rodeaba. La suya era un alma de aventurero encarcelada en el mullido y regordete cuerpo de un hámster que valoraba a partes iguales comer y correr.

                Se preparó para la aventura guardando en sus buches todas las provisiones que había estado acumulando. La costumbre le instaba a aligerar el peso pues seguramente no tardaría en encontrar suntuosos manjares a su paso, pero no podía arriesgarse a encontrarse sin comida en medio de lo desconocido.

                Así pues, con los mofletes tan hinchados que casi doblaban la anchura del resto de su cuerpo, se encaminó por el sendero de la gloria. Al principio, según abandonaba su cómodo nido, fue caminando con pasos temblorosos, pero no tardó en romper a correr, feliz de esa libertad que gozaba.

                A lo lejos se escuchó un ruido ensordecedor, pero para él no significaba nada. De haber entendido el idioma de los humanos habría podido escuchar lo siguiente:

                ―¡Niña, el hámster ha salido de su jaula!

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora