Cuidado con las mariposas

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Parpadeo, aleteo y una mariposa que, de repente, se posa en su nariz. La chica bizqueó por la sorpresa, anonadada por un encuentro inexplicable en una apresurada carrera por llegar a clase. Estaba en el camino de siempre, rodeada de humo, coches y bicicletas torpes, medio corriendo, medio tambaleándose por el sueño; repitiendo la misma rutina que ayer, antes de ayer y otras muchas semanas ya pasadas. El reloj que encadena su muñeca sigue avanzando, devorando el tiempo que separa la tranquilidad de una falta, pero ella, sin embargo, se ha quedado inusitadamente quieta, detenida por el vuelo imprudente de una mariposa que ha decidido descansar en su nariz.

Es un encuentro fugaz y la chica lo sabe. También presiente que es un momento único, irrepetible, mágico, pero lo único en lo que piensa es en el cosquilleo que siente y las irrefrenables ganas de estornudar que le acaban de entrar.

Parpadeo. Aleteo. La mariposa se ha ido y el segundero sigue avanzando. Un claxon suena a lo lejos, una bicicleta trastabilla para no atropellar a la muchacha, pero ella sigue inmóvil. Se ha olvidado de caminar, de repetir el mecánico gesto de mover una pierna y luego la otra.

Una ínfima e inapreciable parte de su corazón se ha ido volando lejos, muy lejos, más allá de las calles grises y los edificios que cubren el amanecer.

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora