Pérdida de gasolina

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Su nombre era Buick y era el coche más veloz de la carretera. Su trayectoria comenzó como la de un bólido que cruzaba la noche sin detenerse ni siquiera a repostar. Le gustaba atravesar el país de una punta a otra, coleccionando los trayectos con más kilómetros para luego fardar un poco. Inevitablemente, acabó por hacerse notar, bien por sus carreras extravagantes, bien por su velocidad desquiciada.

Primero le regalaron un parabrisas nuevo, muy caro y reluciente. Era una pieza de arte que mezclaba acero inoxidable y cristal. Le hizo parecer más elegante, algo más que un coche aventurero. Los demás ya no solo le miraban por lo que hacía, sino también por su aspecto. Pero el parabrisas era un poquito más frágil que el anterior y mucho más susceptible a sus locas carreras. Poco a poco, y sin darse cuenta, Buick comenzó a reducir su velocidad.

Luego le cambiaron la pintura por un negro mate sobrio, pero susceptible a los golpes. También remodelaron sus ventanas, sustituyeron el motor por uno de última tecnología y, ya por último, le regalaron las cuatro ruedas más caras y delicadas que existían.

Con cada obsequio la manera de ser de Buick cambiaba. Dejó de aventurarse por bosques y carreteras sin cuidar, redujo la velocidad para evitar accidentes y empezó a abandonar los garajes comunes. Tenía miedo de estropear aquellos regalos tan caros.

Y entonces, un día dejó de moverse.

Su nombre es Buick y es la estatua más hermosa de la carretera.

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora