Victoria

32 5 3
                                    

El matón contempló al niño que le había desafiado. Era una migaja de chaval, raquítico y malnutrido, para el que mantenerse en pie era un esfuerzo que soportaba con una resignación casi estoica. Temblaba, pero no por el hambre ni el frío: temblaba de rabia, la misma que inundaba sus ojos y daba fuerza a la determinación de lograr cualquier propósito.

El hombre sintió pena por él. Ninguno de los dos había escogido su destino, sino que habían tropezado con él, guiados por la ruleta del azar. Ahora eran enemigos; un rebelde sin nada más que perder y un matón contratado para defender los intereses de los demás.

El chiquillo se abalanzó sobre él, convertido en una fierecilla salvaje dispuesta a arañar y morder cada pedazo de piel que encontrase. No pensaba en ganar, únicamente en desquitarse de toda esa rabia que le carcomía. Pero a pesar de ello y de la ventaja de ser el primero en atacar, el hombre se deshizo de él con un golpe seco que lo tiró varios metros atrás.

Aun así se volvió a levantar, con la nariz ensangrentada y una determinación casi suicida en su mirada.

Sobrevolando la pelea, la victoria giraba alrededor de los dos combatientes. A pesar que todas las papeletas apuntaban al matón, el resultado pendía del juicio de la suerte y el capricho de ese ser cuya decisión podía cambiarlo todo.

Especialmente si había sido sobornada.


Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora