El duelo de una amistad perdida

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En el espacio reinaba un nuevo silencio; un silencio intruso, expectante, un silencio que precede a una tormenta inevitable. Era, también, un silencio incómodo donde las historias se contaban sin palabras, entrelazadas, pero obligadas a ser diferentes. Era el silencio de una espada que es desenvainada, mostrando su inmensa hoja de acero de la acusación.

Pero sobre todo, es el silencio de la espada compañera, que no está. Su ausencia evita la batalla y devuelve el cosmos al silencio de la nada.

No muy lejos, hay un planeta imposible de cartografiar, de nombre impronunciable, superficie inhabitable y el camino que lleva a él es un secreto que hasta el momento a nadie le ha apetecido contar. En él hay mares, montañas y restos de un paisaje que no puedo mencionar. Pero sí puedo contar que hay una larga mesa cubierta por los restos de una merienda: rosquillas y galletas caseras, tazas de café, jarras hasta arriba de chocolate espeso y montañas de servilletas. Y sentados en sendas sillas de mimbre, ríen y charlan un cuervo y una bruja, una serpiente y un pingüino, y algo que parece un hexágono adicto a la cafeína. No es una fiesta, pero lo parece.

La bruja alzó la mirada para observar un punto imaginario en el infinito. Sonrió y siguió comiendo galletas mientras disfrutaba de la compañía de sus amigos.

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora