Palabras de discordia

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Las serpientes colgaban del techo y las paredes a modo de lianas verdes, amarillas, doradas y esmeraldas. Todas reían, con la boca entreabierta y la lengua bífida asomando entre los labios.

―Te está usando ―susurró la primera, la más cercana, una víbora que serpenteaba por el flexor―. Lo hizo la semana pasada y lo ha vuelto a hacer hoy: te endosa el trabajo sucio mientras se escabulle para hacer lo que le gusta.

―No es verdad.

―Sabes que todo lo que te dijo fueron excusas que hoy casi se repiten.

Intentó llevarse la mano a las orejas con tal de acallar las voces, pero su cuerpo se rehusó a moverse. Una parte suya, diminuta, inapreciable, ansiaba seguir escuchando.

―Tampoco presta atención a lo que le dices ―continuó una pitón―. Eso o no le da importancia.

―Se le pudo haber olvidado.

―Porque no era algo importante para ella, nada digno de recordar.

Las serpientes comenzaron a hablar al mismo tiempo, impacientes por sacar a relucir toda esa rabia acumulada en pequeños detalles, en gestos insignificantes que solo podían ser defendidos con excusas tristes, lamentables o penosas. Y todas aquellas acusaciones eran solo de una semana, pero la lista podía continuar más allá. Semanas. Meses. Demasiado tiempo debatiéndose entre la incertidumbre de estar justificando lo injustificable o de ser una egoísta que se enfada sin motivo.

Miró el último mensaje de ella.

No eran más que excusas.

―En realidad tú también lo sabes, ya lo has aceptado ―la víbora le acarició la muñeca con su cabeza escamosa―. Pero todavía quieres seguir siendo su amiga.

Escritos sin sentidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora