#18: Amaneceres

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Estaba muerta.

O habría deseado estarlo, aunque sólo a intervalos, y siempre con una justificación, y únicamente de forma figurativa, así que no tenía de qué preocuparme. Excepto, claro, del hecho de que estaba exhausta, y tan tensa que tuve que comenzar a hacer yoga dos veces por día para que los músculos me dejaran de doler todo el tiempo. El día sábado me había escapado para ir a la pastelería, porque, aunque era trabajo, hornear y decorar me calmaba los nervios, y además, necesitaba salir de mi casa. Desde que mi abuela había tenido el accidente, nuestro hogar se había convertido en un caos, con papá Joss quedándose en casa mientras yo iba a la escuela, y luego yo relevándolo en las tardes, mientras intentaba estudiar y tener algo de tiempo para descansar. Mi abuelo nos ayudaba bastante, especialmente en cuanto a Rosa, y siempre me tenía preparado algo para comer cuando llegaba de la escuela. Gracias a él las cosas se mantenían tolerables, y estaba agradecida, pero también se lo veía cansado y se notaba que la preocupación por mi abuela le estaba pasando la cuenta. La operación había salido bien y según los doctores, con los cuidados necesarios se recuperaría casi completamente, pero eso no le bastaba a él, que en ella veía nada más que al amor de su vida.

Toqué la puerta de la habitación de invitados, ahora la de mis abuelos, y desde adentro se oyó un gruñido que interpreté como un 'adelante'. Mi abuela estaba recostada en la cama, mirando televisión. Era el programa de pastelería que siempre mirábamos mi abuelo y yo.

—No sabía que te gustaba ese programa —le dije a modo de saludo. Desde que había tenido que comenzar a cuidarla, hablábamos más, aunque todavía se sentía mucha tensión entre nosotras.

Ella soltó otro gruñido, sin despegar los ojos del televisor.

—Te traje desayuno, ¿quieres que te ayude?

—Ya sabes que no tengo opción —respondió, enfadada.

Entendía que para ella era algo humillante que tuviéramos que ayudarla a comer, pero a mi tampoco me hacía gracia tener que ser quien la ayudara. En ese sentido, las dos nos teníamos igual.

Me senté en una silla junto a la cama y comencé a darle porridge. Hasta que sus costillas sanaran mejor, había que alimentarla, y teníamos que darle preparaciones lo suficientemente nutritivas como para que fuera suficiente, aunque ella no quisiera terminarse ninguna de sus comidas del día.

—Esto tiene sabor a agua —se quejó luego de tragarse una cucharada—. ¿No tienes un café?

—No puedes beber café —repetí, como cada día—. Y no sabe a agua, está delicioso.

Estaba quejando por quejarse, pero no iba a caer. Si quería pelear, tendría que hacerlo sola. Seguí dándole de comer, mirando a la tele de vez en cuando. El capítulo que estaban pasando ya lo había visto varias veces, y sabía de memoria en qué parte salían las risas pregrabadas y los comentarios de las anfitrionas. Lo que no sabía, era que mi abuela estaría tan pendiente, haciéndome esperar con la cuchara en el aire mientras rabiaba también con los participantes y sus pasteles.

—Eso no es un pastel —se quejó—. Ni siquiera se ve como uno, ¿y qué es ese relleno? ¿Sólo bizcocho y crema? Es una abominación.

Tenía razón. Miraba el programa más que nada por la decoración, pero los pasteles que preparaban dejaban mucho que desear en cuanto a sabor. O al menos esa era la impresión que me daban.

—No sabía que te gustaba la pastelería —comenté, por decir algo.

—¿Qué si me gusta? —se quejó—. Veo que no recuerdas quien te preparaba tus pasteles de cumpleaños cuando eras pequeña.

Estaba irritada y molesta, pero aquello se perdió ante la última palabra que había pronunciado. Pequeña. Me había llamado 'pequeña', aunque parecía no haberse dado cuenta. Sentí el pecho apretado y cálido al mismo tiempo. A pesar de que era un gesto pequeño, me entraron ganas de llorar.

Parcialmente Nublado / ¡Ganadora Wattys 2021!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora