#7: Helada

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Luego de que Violeta y yo nos separáramos, fui directo al baño y me encerré en uno de los cubículos. Sentía muchas nauseas, a pesar de que la noche anterior no había podido comer casi nada, y en la mañana había salido sin desayunar. Me moría de hambre, pero no quería tragar, no después de lo de la playa. Me sentía como un idiota, dándole mucha más importancia de la que tenía, haciendo escándalo por algo que debía haberme tomado como un halago. No era la primera vez que las cosas se ponían sexuales, y aunque antes me había sentido algo inquieto, jamás me había sentido así de intranquilo. Ya no eres un niño. Las palabras de Trevor no dejaban de resonar en mi cabeza, tenía razón, ya no lo era, y aún así me había comportado como uno cuando él me estaba dando la oportunidad de ponerme a su altura. Pero me sentía tan... tan sucio. ¿Sería homofobia internalizada? Creía que ya había erradicado cada gota de ese sentimiento de mi organismo, pero ¿y sí no?

Cerré la tapa de la taza del baño y me senté sobre ella, me dolía el estómago de lo vacío que estaba, pero también debido al nudo que se había formado cuando mamá me soltó la bomba sobre papá. Encerrado en ese espacio tan pequeño, me arrepentía de haberme levantado para ir a la escuela. Me habrían dejado faltar si lo hubiera pedido, pero en la mañana solo había querido salir de mi cama lo más rápido posible, como si pudiera huir de todo acompañando a Vi en una caminata por la playa. Obviamente resultó que no, y en ese momento me debatía entre ir a mi salón para intentar distraerme con la clase, o esperar en el baño a la hora de almuerzo e irme a casa. Al final fue el olor lo que me hizo decidirme, y me encaminé a clases un cuarto de hora más tarde del horario de inicio.

—Teodoro —dijo la maestra cuando abrí la puerta del salón. La mayoría de los maestros me llamaban Sunny, pero ella no. Física era por mucho mi peor materia, y no le simpatizaba.

—Lo siento mucho —me disculpé, escabulléndome a mi asiento—. Tuve un asunto familiar. No volverá a pasar.

—Hoy trabajaremos en duplas —me dijo después de lanzarme una mirada de desaprobación—. Blas no tiene pareja, ve a trabajar con él.

Comencé a guardar las cosas que acababa de sacar de la mochila, pero cuando estaba por ponerme de pie, Blas se sentó a mi lado, dejando su cuaderno y lápiz sobre la mesa y la mochila bien colgada en el respaldo del asiento. Le sonreí como pude, esperando no verme tan pálido como me sentía, y volví a sacar mi cuaderno para ponerme a trabajar.

—¿Qué te parece si yo hago las preguntas uno y dos y tú la número tres? —preguntó cuando hube abierto el libro de texto.

—¿No se supone que deberíamos trabajar juntos? —en circunstancias normales no entendía casi nada de física, sabía que en ese momento sería imposible concentrarme por más que lo intentara.

—Así lo hacemos más rápido —insistió él.

Asentí, callado. Estaba comenzando a marearme, acostumbrado a tener el estómago lleno a esa hora de la mañana. Blas se puso a trabajar de inmediato, y yo lo imité, o al menos lo intenté lo mejor que pude. No entendía absolutamente nada de lo que ponía el libro, y antes de darme cuenta me había puesto a dibujar en los márgenes como cada vez que me encontraba perdido durante una clase. Me encontré rellenando hasta el más pequeño de los espacios en blanco con imágenes de Primor. La playa, más que nada. Las rocas donde todo el asunto se había llevado a cabo. Al levantar la mirada, me di cuenta de que Blas se me había quedado viendo. Sentí como incluso mis orejas se encendían de la vergüenza, debía pensar que era un idiota, y encima perezoso.

—Dibujas muy bien —dijo en cambio. Su mirada se suavizó cuando lo hizo, y eso me ayudó a relajarme un poco.

—Lo siento mucho —me disculpé por segunda vez en el día—. No fue mi intención distraerme.

Parcialmente Nublado / ¡Ganadora Wattys 2021!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora