#31: La Hora Dorada

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Mi primera impresión de la ciudad fue que no era tan maravillosa como la pintaban. Tras cuatro horas de viaje en bus, llegamos al terminal interurbano; el lugar era terrible, olía mal, estaba lleno de basura, ruido y manchas de aceite. Vi y yo miramos a todos lados, como esperando ver todo lo que nos habían prometido, pero alrededor no había nada más que vendedores de periódicos, un McDonald's que apestaba y una gran cantidad de gente haciendo fila para un baño que te cobraban por utilizar y que incluso desde afuera se veía sucio.

—¿Esta es la ciudad? —preguntó Vi, visiblemente decepcionada de que sus mini vacaciones se hubieran reducido a eso.

Blas se echó a reír, y nosotros nos miramos sin entender qué era tan gracioso.

—Todos los terminales de buses son horribles —dijo Blas—. Les prometo que el sitio a dónde vamos es bastante más lindo.

—Mmmm... —dije yo.

—No, en serio —insistió él—. La ciudad es muy grande, y hay lugares más lindos que otros.

—Lugares con más dinero que otros, querrás decir —dijo Vi, mirando alrededor.

Todavía no había visto el otro lado de la ciudad, pero parecía tener razón. En las fotografías que habíamos visto de la ciudad no se veían las personas en situación de calle durmiendo en plena vía pública, vendedores ambulantes con objetos que nadie quería comprar o perros callejeros raquíticos de hambre.

—Bueno, sí... —Blas parecía avergonzado, tenía la misma expresión que cuando había visto mi casa por primera vez, pero no era su culpa. Incluso si su padre era un inescrupuloso hombre de negocios, él no había tomado esas decisiones.

—¿No podemos darles de comer? —dije, señalando a un grupo de perros que se lamían un envoltorio vacío de hamburguesas.

—Buena idea —dijo Vi—. Podríamos comprar algunos nuggets en ese sitio del mal.

Se refería al McDonalds. En el pueblo no había ninguno, pero sabíamos que no era nuestro lugar favorito en el mundo.

—Blas, ¿podrías ir tú? —le pidió ella—. El olor se nos hace muy desagradable.

—Sí, claro. ¿Cuántos debería comprar?

—Lo que te alcance con esto —dijo Vi, dándole dos billetes.

—Eso es bastante sólo para nuggets —comentó Blas.

—Pues mucho mejor, así alcanzará para más.

Blas se fue a comprar, mientras Vi y yo intentábamos hacer las paces con todo lo que nos rodeaba. En el pueblo, la desigualdad no se notaba tanto. Teníamos una buena economía regional, y aunque había algunos barrios venidos a menos, como el mío, en general todas las casas eran parecidas. A excepción de Los Riscos, claro. Mi abuela siempre decía que la idea de construir un condominio exclusivo en un lugar como Primor tenía que ser por fuerza idea de los citadinos, y comenzaba a ver que tenía razón. Cuando Blas volvió con una cantidad casi obscena de nuggets de pollo, Violeta y yo nos acercamos a los perros para darles de comer. Algunos estaban tan hambrientos que por poco se nos lanzaron encima, pero logramos salir de allí sin ningún rasguño. Dejamos algunos en un punto apartado para un grupo de gatos que miraban curiosos, y sin querer atrajimos a una bandada de palomas que también buscaban que comer. Al menos eso era igual que en casa; las aves no demoraban en llegar apenas aparecía un poco de comida. Un guardia se nos acercó para decirnos que no podíamos alimentar a los perros, y nos indicó un cartel bastante grande que lo prohibía. Violeta se puso a discutirle, pero finalmente terminaron por echarnos. Algunas mujeres negaban con la cabeza, pues el guardia había sido innecesariamente agresivo, pero también había algunas personas que parecían estar de acuerdo con él, pues nos lanzaron miradas desaprobatorias y parecían contentos de que nos hubieran sacado del lugar.

Parcialmente Nublado / ¡Ganadora Wattys 2021!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora