El día de la protesta había llegado.
A pesar de que casi no había pegado ojo la noche anterior, me sentía fresca y radiante, y también profundamente nerviosa. ¿Cómo podía co-existir todo aquello dentro de mi cabeza? Era difícil de saber, pero lo prefería a estar solamente paralizada por el miedo, como era el caso la mayoría de las veces que me enfrentaba a algo nuevo. Mis padres no podían acompañarme a la protesta, pues tenían trabajo que hacer, pero Rosa iría conmigo, y mis abuelos lo verían por la tele. Aunque sólo se tratara de un canal local, la madre de Blas nos había conseguido el interés de la prensa, e incluso existían rumores de que irían del periódico de la región a tomar algunas fotografías y a escuchar el discurso que daría a través del megáfono.
Llegué al lugar media hora antes de lo acordado, como solía hacer, con mi hermanita siguiéndome en su bicicleta. Me sorprendió ver que Marianne ya estaba allí, esperándome con dos termos en la mano, envuelta en un chal tejido que me dejó sin palabras.
—Hola —la saludé con un beso en la mejilla. Todavía no les había contado a mis padres nada sobre Marianne, y no podía confiar en que Rosa mantuviera la boca cerrada—. ¿Qué haces aquí tan temprano?
—Me dijiste que te gustaba llegar temprano a todas partes, y no quería que estuvieras esperando sola —me miró a mi y luego a Rosa—. ¿No vas a presentarnos?
—Ella es Rosa, mi hermana pequeña —dije, dándole un empujoncito para que saludara a Marianne—. Rosa, ella es Marianne... mi nueva amiga.
Marianne me sonrió, si se sintió mal por lo que dije, no me lo hizo notar. De todas formas estaba contenta de no haber tenido que especificar la naturaleza de nuestra relación, pues no estaba segura de cuál era.
—Un gusto —dijo Rosa, dándole la mano. A menudo copiaba las cosas que hacían nuestros padres, incluida su forma de saludar.
—Lo mismo digo —respondió Marianne, y luego me entregó uno de los termos—. Toma, te traje una infusión, es de hibisco. Mamá compró una bolsa y creo que es la más deliciosa que he probado hasta ahora. Y para ti —dijo, sacando algo de su bolso—, espero que te guste la leche de chocolate.
—¡Gracias! —exclamó Rosa, feliz. Era su marca favorita de leche de avellanas, y casi nunca la comprábamos en casa porque siempre estaba agotada.
—¿Cargas leche con chocolate en tu bolso? —pregunté, sorprendida.
—A veces me baja el azúcar —explicó—. Así que es mejor estar preparada.
Le sonreí, tentada a tomarle la mano, y ella me devolvió la sonrisa. Mientras esperábamos, comenzamos a entregar los panfletos que nos habían sobrado a cualquier persona que pasaba por la calle. Rosa era por mucho la que tenía más éxito, así que finalmente se los dejamos todos a ella y nos sentamos en una banqueta cerca de la construcción. Me puse triste pensando en aquellas ranitas que habían sido desplazadas de su territorio, pero me animé pensando que gracias a nosotros no sería de forma permanente. O bueno, quizás también en gran parte gracias a la Blas y su madre, pero como su padre tenía gran parte de la culpa, decidí que se cancelaban el uno al otro, y que el mérito debía recaer en nosotros. A las once y cuarto, quince minutos después de que la protesta debía de haber empezado, Sunny y Blas llegaron montados en sus bicicletas. Acostumbrada a que siempre apareciera tarde, tomé la pancarta que había estado pintando (y que estaba lista y con la pintura seca, tal y cómo había prometido) y le pedí a Blas que me ayudara a colgarla de los paneles que habían puesto alrededor de la construcción. Al principio no llegó nadie, y los cinco nos limitamos a repetir nuestros gritos de guerra a la calle que estaba prácticamente vacía. Rosa gritaba con el megáfono subida sobre los hombros de Sunny, y de a poco fueron llegando personas, atraídas por la música y nuestros canticos. Alrededor de las doce llegó la prensa; se trataba de una reportera y su camarógrafo, además de una mujer con una grabadora que por fuerza tenía que venir de parte del periódico. Para ese entonces ya se había congregado un número decente de personas, especialmente de chicos de la escuela, pero también estaban los tíos de Sunny, Didi y muchos de sus clientes. Con el pecho hinchado de orgullo ante nuestra modesta pero poderosa convocatoria, comencé a recitar el discurso que me había aprendido palabra por palabra durante la semana anterior. Alguien le bajó el volumen a la música, y mis palabras resonaron por toda la cuadra y quizás más allá. Marianne y Sunny me grababan con sus teléfonos, así que el primer tomate que lanzaron en nuestra dirección quedó inmortalizado en la cámara.
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Parcialmente Nublado / ¡Ganadora Wattys 2021!
Novela JuvenilLa vida le sonríe a Sunny, un chico risueño que ha vivido toda su vida en un pequeño pueblo costero que recientemente ha ganado popularidad entre los turistas. Él y Violeta son los mejores amigos desde que tienen memoria, y aunque sus vidas no siemp...