#8: Rayos de Sol

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Sunny estaba en todas partes. Eso, o quizás mis ojos se habían vuelto expertos en localizarlo a varios metros de distancia. Tampoco era que fuera muy difícil, con su cabello color lavanda y ropa colorida, o con la amiga que siempre lo acompañaba y que siempre iba vestida como una especie de muñeca. Quizás me habría sentido más tranquilo si hubiera visto que otras personas los notaban, pero parecían pasar inadvertidos para el resto de los estudiantes, quienes los ignoraban por completo y ni siquiera desviaban la mirada cuando pasaban a su lado y esos dos estaban desternillándose de risa o cantando alguna canción en un idioma que ni siquiera podía reconocer. El otro problema -y quizás el que me frustraba más-, era que Sunny tampoco parecía notarme, al menos no más de lo estrictamente necesario. Siempre estaba distraído por alguna otra cosa, y no parecía percatarse de lo que pasaba más allá de la burbuja que había construido con su siempre presente amiga, que no sólo le sacaba varios centímetros de estatura, sino que además tenía una presencia tan poderosa que Sunny parecía desaparecer tras ella, por muy loco que eso pudiera sonar.

No sólo su apariencia llamaba mi atención, sino que no podía dejar de mirar sus dibujos. Se pasaba las horas de clase trabajando en su cuaderno gastado, y aunque era muy malo estudiando, su arte era maravilloso, y no pocas veces me perdía unos minutos mirando lo que iba haciendo. Lejos de mostrarse tímido, Sunny me dejaba mirar todo lo que quisiera, y a pesar de que habría podido, no busqué otro compañero de banco después del día en el que decidí sentarme con él.

Estaba acostumbrándome a mirarlo desde lejos. Él y su amiga siempre comían su almuerzo en la terraza del tercer piso, y si me sentaba en las escaleras del edificio trasero, podía mirarlo a través de la ventana sin que ni siquiera se percatara de mi presencia. Aunque estábamos a varias docenas de metros de distancia, podía oler su perfume azucarado (que seguramente era para chicas), aunque de eso le echaba la culpa a que nuestros casilleros estaban lado a lado, y cada mañana cuando llegaba, su olor estaba allí, como si sólo se me hubiera escapado por unos segundos. Algunos días me contentaba tan sólo con mirarlo, otros, cuando los veía desternillarse de risa, me daban ganas de ponerme de pie y subir esas escaleras, seguro de que me recibiría con la misma sonrisa que me dedicaba cada vez que nos topábamos.

Los peores días eran aquellos donde Rocha decidía que quería que pasáramos el receso juntos, y nos íbamos detrás del edificio más nuevo a fumar algunos cigarrillos antes de tener que volver a clases. No es que no disfrutara su compañía ni la de los demás, ni tampoco que no necesitara una buena fumada entre clase y clase, pero cada minuto que me la pasaba allá atrás me encontraba a mí mismo pensando en qué estaría haciendo Sunny en ese momento. Además, él odiaba el olor del humo que quedaba impregnado en mi ropa. No me lo decía, claro, pero arrugaba la nariz cada vez que me sentía llegar, y se mostraba menos amable que de costumbre hasta que la esencia del tabaco desaparecía por completo. Después de eso volvía a ser el mismo de siempre, todo sonrisas, ruido y dedos manchados de tinta.

Un par de veces me había preguntado si tenía algo que hacer después de clases, y la versión de mí mismo que estaba intentando enterrar para siempre saltaba y quería responderle que no, que estaba disponible, que me llevara a dónde quisiera. Pero yo ya no era ese. Lo único que quedaba del antiguo yo -y era algo que sospechaba que jamás se iría-, era mi cobardía. No podía existir tan abiertamente como él lo hacía, así que sólo me quedaba mirarlo desde la ventana.

Nunca había conocido a nadie como él, y no podía negar que me causaba más curiosidad de la que podía permitirme. Por eso me resignaba cuando Rocha y a los demás me proponían ir a algún lado a malgastar las horas de la tarde. Eran una buena distracción, una que disfrutaba, además, así que sólo me dejaba arrastrar lejos de cualquiera fuera el hechizo que ese chico había puesto sobre mí. Cuando me encontraba sentado a la orilla de una piscina con vista al mar bebiendo cervezas y riendo, no había espacio en mi cabeza para preocuparme sobre las cosas que podrían ser y que nunca serían. Claro, excepto cuando eran mis amigos quienes las traían a colación, como esa tarde en casa de mi novia.

Parcialmente Nublado / ¡Ganadora Wattys 2021!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora